domingo, 27 de noviembre de 2022

Los bocetos de Orozco

 Los bocetos de Orozco


En el Museo del Hospicio Cabañas de Guadalajara, en Jalisco, se presenta del 2 de julio de 2022 al 5 de febrero de 2023 la exposición "Apoderarse de todos los muros"  Se trata de dibujos de apunte, estudios y bocetos de José Clemente Orozco, casi todos ellos son trabajos para proyectos de pintura mural. La muestra es tan imponente como sus murales. Estudios de partes anatómicas, de conjuntos de figuras, de trazados geométricos, de composiciones adosadas a espacios arquitectónicos y calcas. Como es puro dibujo (unas cuantas excepciones de pinturas), es fácilmente identificable la mano de su autor, pues ya fuera con lápiz, carbón o pincel el trazo es eminente. Para quien no sabe ver el dibujo serán no menos que unos intentos incompletos de acercarse a lo que "realmente vale la pena", que son las pinturas; pero para el ojo avisor, es evidente un conocimiento preciso de composición, anatomía y del lenguaje que hace la mano cuando traza. Sutiles figuraciones y parámetros de rectas y curvas, y poderosos cortes con el lápiz. Se ven en la lectura de los dibujos las intenciones de Orozco de concretar, corregir, repetir y plasmar sus ideas sin el más mínimo reparo que la proyección. Su madurez dibujistica es tan evidente que sus dibujos se ven más atrevidos que las pinturas, cosa que cualquiera supondría que ya en la pintura "afinaria" lo que "le falta" pero no, por momentos los dibujos parecen más resueltos que las mismas pinturas. En los bocetos que tienen soporte geométrico es evidente que procuran disponer de la métrica tan solo para ajustar la composición y que no pretenden autentificarse con eso. La geometría es un recurso que permite enfatizar con precisión la oración visual, decirlo bien.

     Destacan los bocetos para el tondo central de la bóveda del Hospicio Cabañas porque es una composición radial, en donde el centro corresponde con el escorzo del  hombre en llamas y la circunferencia con líneas concéntricas simuladas por los brazos y piernas de los cuerpos acromos.

     Las soluciones anatómicas rebasan el dato descriptivo. Su vigor expresivo corresponde con la intención de Orozco, que busca una dimensionalidad corporal acorde con un énfasis expresivo, no descriptivo, insisto.

     
     La muestra es una visita tras bambalinas a los murales y al mismo tiempo, una oportunidad de ver la mano "de fuego y ceniza" de Orozco, una mano rotunda, envuelta en llamas como su Prometeo, que cuando traza quema el papel y deja un hálito de potente elocuencia expresiva. 


sábado, 3 de septiembre de 2022

Cultura y ceguera estética



Tengo dudas muy serias sobre la apreciación artística. Aquí no cabe el ser democrático porque la cultura estética, pese a su universalidad, es selectiva. La cultura que el público tiene sobre el arte es más mundana que estética, las más de las veces es un tipo de ceguera estética que viene bien aderezada de gustos, y el gusto nunca es por obvias razones, un factor serio para la apreciación de las obras. En una entrevista dije que el público no es tonto, y es cierto, la tontez representa un nivel de criterio propio de juicios fraudulentos, porque la apreciación del arte no sólo se constituye con datos precisos sobre su descripción, significado, técnica o historia, sino con valoraciones perceptivas. Y aunque en la percepción también existen factores cognoscitivos que la nutren y por ende, niveles perceptivos, la unanimidad prevalece (?). 

     Pero no califiquemos al público como un ente pasivo y ajeno al arte, los mismos artistas y estudiosos del arte poseen a diferentes niveles, una apreciación, y eso los hace también público. Lo que hace del criterio del público por un lado y de los artistas y estudiosos por el otro, nada tiene que ver con que unos no saben y otros sí saben. La ceguera estética no discrimina. Los que saben (artistas, teóricos del arte y público en general), construyen su criterio en base a una identidad grupal, misma que reafirman de acuerdo a la esfera a la que pertenecen, y ello no garantiza un conocimiento absoluto ni tampoco una valoración pertinente. La acumulación de datos es propia del conocimiento enciclopédico y requiere siempre del factor crítico. La práctica artística reafirma un tipo de herencia y una permanente reafirmación de modos de ver y entender a través de la vigencia productiva, pero no constituye por sí sola el criterio suficiente para valorar los procesos y los significados de la obra artística.

     Dos tipos de ignorancia. El que sabe, no sabe que no sabe o cree que porque sabe algo, lo sabe todo. Y el que no sabe, aunque sabe que no sabe, cree que lo que sabe es suficiente para calificar lo que no sabe. En ambos casos, lo mundano y lo selectivo constituyen dos núcleos perceptivos con variables nominativas: pasivos o activos, apreciativos o críticos, ignorantes o responsables. 

     La justificación (no la argumentación) en ambos casos, logra compensar los faltantes. La ceguera estética no es un ente pasivo, es tan activo como los procesos productivos y valorativos del arte. El artista, el historiador del arte y el crítico del arte pueden ser tan ignorantes como el público. Y el público puede ser tan sabio como el artista. Lo mundano y lo selectivo transitan en un puente de doble vía y reflejan valoraciones dispares de apreciación sobre el arte. Lo categórico no es definitivo, y la información no garantiza un conocimiento. Saber es así, tan sólo una forma de interceder la duda, pero sin necesariamente aclararla o determinarla. 

     El éxito no representa tampoco un parámetro, porque se encuentra íntimamente ligado a lo social. Las unanimidades son indicadores de factores cuantitativos, no necesariamente cualitativos. La obra de arte es exitosa en buena medida por negociaciones, recomendaciones y decisiones políticas. La sociedad también es ciega en estética porque no se da cuenta de su propia ignorancia y porque antepone la idea del yo democrático y de las masas a la objetividad valorativa. El juicio del arte es a veces sincero y otras veces lo es en extremo deshonesto; a veces deben de transitar generaciones enteras para que la gran obra resurja, y en un instante la mediocridad se establece. Las sociedades cultas reconsideran sus juicios, las sociedades ignorantes se tragan sus vicios y los vomitan como si parieran evangelios. 

     Unos historiadores del arte comentaron ante un mural mal trazado, pintado y compuesto, que las flores pintadas allí eran bonitas. Una exalumna, que ahora se considera ilustradora, dijo en una entrevista virtual que no hace falta saber dibujar, que basta con hacer coincidir su ímpetu expresivo con una forma de solución en donde el reconocimiento y la venta de su obra le generen plenas satisfacciones. 

     Muchos teóricos prefieren evitar la forma y priorizar por el contenido, pues su desconocimiento del área les permite encontrar la manera más eficaz de resaltar que saben a través del contenido, sin saber nada de la forma. 

     Un pintor de paisaje que sólo pinta volcanes, repite el discurso de su maestro y gestiona para sí mismo y para el mercado que le requiere, modos de teorizar algo que él sabe no va más allá de justificar sus límites creativos. 

     El grueso del público prefiere los indicadores mediáticos y los clichés iconograficos, aunque no tenga respaldos informativos ni mucho menos reflexiones sobre sus propios juicios. No saber es aquí, una manera de hacerse coincidir con los demás y con ello, de validar la libre opinión.

     La relación del arte con la sociedad no está en su complicidad sobre temáticas e intereses compartidos. La cultura estética le compete a todos, artistas y no artistas, pero al ser selectiva, lo mundano debe transmutarse en sublime y lo sublime redimirse a lo mundano. Los grandes temas del arte están en el cómo, no en el qué. Lo inútil del arte para la sociedad le ayuda a mantener su selectividad. Si el arte es inútil e improductivo, la sociedad se atribuye una posición de distancia y con ello, una incapacidad de valoración estética. Por otro lado, el artista requiere de la sociedad para ser artista y para ser persona, de tal manera que su actividad le demanda una distancia, y su ser como persona lo acerca a ella y lo hace ser parte de ella. 


LAS TÉCNICAS SIN SEXO



Las técnicas son medios de comunicación, expresión y representación. No hay técnicas femeninas ni masculinas ni sexuales ni asexuales, como tampoco hay técnicas de arte o de diseño. Las técnicas son técnicas. Si los materiales y los procesos con los que se hacen las técnicas respondieran a facultades o asignaciones entre sexos, las mujeres y los hombres no serían de la misma especie, pues bastaría con las cualidades biológicas para establecer capacidades diferentes entre ellos. El lápiz puede ser empleado por un hombre y una mujer sin diferencia alguna más la que hace la expertise humana a través de la experiencia. Si las distinciones entre sexos fueran determinantes y exclusivas, también lo deberían ser las edades de las personas, el color de su piel, su estado de salud, su origen geográfico o su condición social. Las diferencias entre los seres humanos no son sólo sexuales o por su género y no tendrían por qué reflejarse en los materiales y en los procesos. 
     La disposición o aplicación de algunas técnicas para determinadas disciplinas es resultado de una particularizacion propia del desarrollo, historia, tradición y cumplimiento de sus productos. Y lo que hace de varias técnicas un uso y aplicación en varias disciplinas es respuesta a una factibilidad y adaptabilidad en cada una de ellas, a las que se suman los factores particulares. Los factores biológicos y evolutivos intervienen en ciertas distinciones, pero no son anteposiciones al hecho inefable de la especie. Lo que son capaces de hacer las mujeres respecto de los hombres, o más bien, lo que distingue las facultades de las mujeres respecto de los hombres y viceversa es parte de su naturaleza evolutiva como especie y parte de sus cualidades físicas inherentes, que no son de ninguna manera fundamentos ideológicos, sino científicos. 
     Lo que hace que lo que se representa tenga una tendencia sexual o gremial son los contextos y los contenidos. Si un grupo sexual elige una técnica particular eso no hace al material y al proceso sexual o gremial; hay identificación y condiciones, en donde entra la moda, el presupuesto y las normativas. Los aspectos representativos son también indiferentes a una identidad, aún cuando se han posicionado por consenso algunos elementos identitarios, como el color rosa para lo femenino, lo azul para lo masculino.


miércoles, 10 de agosto de 2022

Anacoreta de vocación

Cristo desciende al limbo. Círculo de Andrea Mantegna. Dibujo a tinta y albayalde sobre papel coloreado 



Mi espacio es un hirsuto desierto, 

donde alimañas de vigorosos e incendiarios intestinos 

digieren la envidia verde que ellas mismas cultivan. 

Una tierra salvaje donde no hay Dios 

ni nada que redima con moral, ley o bendición el espíritu. 

Una zona desdoblada del espejo, 

un reflejo primitivo, copia exacta en lo visual, asimétrica en lo espiritual. 

La naturaleza imperfecta del hombre es mía y no es mía. 

Me desueyo con dolor y con alegría, 

me arranco lo que soy y cuando me doy cuenta, de lo que no soy. 

Espero en silencio la respuesta divina, pero nunca llega. 

Atrapado en el limbo 

escucho atento los susurros melancólicos,

como un salvaje en el desierto. 

domingo, 12 de junio de 2022

El juicio de Sócrates y la medida del hombre


EL JUICIO DE SÓCRATES Y LA MEDIDA DEL HOMBRE

Disertación sobre el espíritu académico entre pares. Ejercicio crítico en la academia y el juicio humano en una visión comparativa con la actual


SÓCRATES: El par es una unidad de medida académica. La manera directa de determinarlo es por los grados o títulos académicos. Si los grados no son un reflejo fiel de la calidad de obtención y desempeño de los académicos ¿Cómo entonces se considera par una imparidad? Si las instituciones, en afán de sostenerse como tales, recurren a la permisión abierta para la asignación de los títulos sin el rigor pertinente ¿Cómo es que podemos llamar a todos los titulados pares, cuando son evidentes las diferencias? Si a los grados o títulos se añaden numéricamente los comprobantes del curriculum ¿Cómo determinar una medida universal ante la pluralidad de labores que muestran los comprobantes en el curriculum? Si el volumen del curriculum (medida también) determina un nivel de experiencia, expertise y tiempo invertido ¿Cómo es que no corresponde en muchos casos el número con la calidad? ¿Acaso la calidad es un factor de medida no incluido o no considerado? Si al número añadimos la calidad de las labores mostrada en el curriculum ¿Cómo se miden los niveles, calidades o importancia de las labores del académico, sobre todo si unas labores son de relleno y otras valen realmente la pena? Si los jurados que califican a los académicos fungen como evaluadores imparciales de sus funciones, experiencias, tiempo invertido y compromiso ¿Porqué no existen plenas correspondencias entre los resultados y a quienes se califica? Si los jurados calificadores, además del requisito para serlo, no muestran las mínimas virtudes de solvencia en sus compromisos de profesores o investigadores ¿Cómo es entonces que arbritan sin arbitrarse a sí mismos? Si la normativa dicta un porcentaje de unas actividades académicas o curriculares en comparación de otras ¿Cómo se determinan las importancias entre éstas? Si la luz de la investigacion realizada a través de publicaciones, ponencias, artículos, coloquios, congresos, simposios, etc. es un remanente de las labores de estudio, experiencia e investigación ¿Porqué predominan las publicaciones, ponencias, artículos, etc. mediocres? ¿Porqué el estudio —requisito indispensable e insustituible en la investigación— no es un parámetro directo de medición? ¿Porqué en lugar del estudio se espera del investigador una participación desmedida de coordinador, promotor y divulgador? La paridad como unidad de medida académica es, además de un intento fallido por sostener un sistema de identificación y aplicación de actividades, una unidad que carece de definición. Si la medida es insustancial y no es posible de identificar o determinar bajo criterios firmes y transparentes, el método infalible deberá ser la sinceridad del académico. Y aquí no tenemos ninguna manera de medir nada porque la naturaleza humana antepondrá siempre las pasiones a las razones, la necesidad de supervivencia a la necesidad espiritual y la competencia al diálogo. 

JUEZ 1: Sócrates, las normas se construyeron mediante comicios colectivos en donde participaron sabios de todas las áreas y de varias partes del mundo. La osadía de cuestionarlos no corresponde con la imagen que tus seguidores han hecho ver de tí como importante y determinante. Las razones a las que te refieres están presentes en cada uno de los estatutos y son tan eficaces que con ellos se materializan los coloquios que se realizan, que son cada vez más en número y más vigorosos en participación. 

JUEZ 2: La paridad es una razón universal, instituida por la academia como una forma fiel y eficaz de sostener y de reafirmar una identidad. Para que los exámenes de grado y coloquios se puedan realizar, se requiere de una colaboración colectiva, en donde el nivel mostrado mediante paridades pueda dar cabida equitativa y democráticamente a los veredictos y las voluntades de trabajo en los coloquios. 

SÓCRATES: Es evidente que el concepto de métrica y de razón no tiene ninguna compaginación, porque si el número, que ya es de por sí racional, fuera un reflejo, además de cantidad, de calidad, no tendríamos mayoría, sino minoría de títulos y de coloquios. 

JUEZ 1: ¿En qué cabeza cabe que la minoría de egresados con título y la minoría de coloquios pueda ser racional cuando el propósito de la academia es incentivar que todos sus allegados se graduén y participen activamente en cuantos coloquios haya, y entre más es siempre mejor? 

SÓCRATES: La razón aquí no es institucional, es humana. Los grados requieren por lógica que quienes han trabajo lo suficiente y han sido consistentes con sus compromisos de asistencia, puntualidad, asimilación de conocimiento y responsabilidad cívica sean no sólo graduados sino galardonados con un título. Y que los coloquios tengan la suficiente verdad sublimada en sus contenidos y en su número como para que valga la pena que existan ¿Pará qué queremos varios coloquios inverosímiles si podemos tener uno realmente consistente y elocuente? La cantidad aquí no debe ser consecuencia desbordada de volumen, sino de austeridad. 

JUEZ 2: Sócrates, si la austeridad fuera como dices y enarbolas, no tendríamos coloquios, ni a quienes titular, ni academia que trabajar. 

SÓCRATES: Pues más valdría entonces que no hubiera nada. La sinceridad es un tesoro que vale más que cualquier título o coloquio que por gratuidad se quiera sumar. Tener pares académicos no es disponer de quien tiene el título, sino de alguien que, con los mismos recursos cognoscitivos, el mismo espíritu critico y la buena fe, es posible disertar. Y disponer de un coloquio honroso es resultado de pares académicos capaces de proyectar en sus exposiciones temas de discusión lo suficientemente fuertes como para validar el tiempo invertido. El rigor de aprender, de enseñar y de ser capaces de discutir a través o como consecuencia de la asignación de grados y la gestión de coloquios debe ser una labor que prioriza en el espíritu, no en la institución. La institución es un vehículo normativo, regulatorio y organizativo, pero para que su labor sea integral debe asumir una responsabilidad conjunta entre su ejercicio político, administrativo y ético. Cuando se asigna el título a un académico que no lo merece o se apertura un coloquio raquítico, se cumple con las partes  normativa, administrativa o política, pero se carece de ética. Aquí el equilibrio entre las partes no es correspondiente con la cantidad, sino con la calidad. Los números no determinan, son consecuencia. 

JUEZ 3: La evidencia de tus palabras es como una serpiente que se muerde la cola. Si estás en un juicio es precisamente porque la mayoría no aprueba tus disertaciones, que por su actitud de resistencia no incitan la inteligencia sino que la perjudican. 

SÓCRATES: La mayoría como cifra dominante es efectiva en casos de beneficencia y ganancia, en donde la cantidad excedente o sobresaliente es medida suficiente para satisfacer un bien general o particular ¿Qué familia no se sentirá bendecida si su cosecha da más gracias a la lluvia enviada por benévolos dioses? ¿Qué empresario no se dará cuenta del cortejo que le hacen varias propuestas para hacer crecer su negocio? El beneficio aquí no es de ese orden. Con más coloquios y más títulos no ayudamos a la institución ni a la gente que lo recibe u organiza, sencillamente porque contradice el beneficio de la preparación y el grado de conocimiento que la misma institución representa. Ahí tenemos ejemplos tácitos, faltos de definición y exigencia, conjunciones entre indolencia e ignominia. El académico no es así, un número. Los pares representan la fórmula ideal que hace del Claustro un conjunto eficiente, capaz de enseñar, calificar y determinar lo que es correcto y lo que no, y al mismo tiempo de instruir con su ejemplo la autoridad pertinente que satisface las necesidades espirituales de los aprendices. 

JUEZ 1: Tu terquedad no tiene límites ¿Qué haríamos con el número de graduados y de coloquios que a tu juicio no merecen ser ni lo uno ni lo otro? Todos ellos tienen un lugar ya merecido en la academia, son doctos en sus materias, con discípulos de años y con proyectos previos y en puerta. Viven de eso y para eso. 

SÓCRATES: Viven de eso, pero no para eso. Sus plazas no justifican su lugar. Sus necesidades de primer orden son consecuencia, no compromiso. Así que si debo responder tu pregunta querido juez, la respuesta es que no debieran tener nada. 

JUEZ 2: ¡Qué osadía! Tus palabras de sierpe no son argumentos, sino alimento de un ser rapaz que ostiga y criminaliza ¿Cómo vamos a dejar en la desnudez absoluta a nuestros académicos, muchos destacados y con trayectoria? ¿De qué van a vivir? Más valdría, según lo que dices, que estuvieran muertos. 

SÓCRATES: No serían todos desde luego, pero sí sería la mayoría. Y los que dices que tienen trayectoria tan sólo han sumado años, pero no experiencia. Ni basta que estén muertos, pero sí que se dedicaran a otra cosa. 

JUEZ 3: Si la mayoría descalificas, siendo tú la mínima expresión de la minoría ¿Qué haría valer tus palabras si todos ellos quedarán fuera de la academia, a que se dedicarían? 

SÓCRATES: No lo sé, una pregunta insoluta requeriría de un factor experimental para responderla. Ahora bien, contestando a la observación sobre mi unidad numérica, un millón frente a un uno puede tener la fuerza, pero no la razón. La razón de ser de las cosas no se da por mayoría, sino por argumentación. 

JUEZ 1: ¡A la tumba con tus palabras! La academia necesita de más títulos y más coloquios para ser academia. 

SÓCRATES: ¡Exacto! Pero falta al número el ingrediente esencial, que es la calidad, y eso, amigo juez, es lo que menos tenemos. Necesitamos gente del campo, herreros, talabarteros, esclavos para fregar los pisos, pastar las ovejas y alimentar los caballos. No creo que se quedaran en la desnudez, hay mucho trabajo. 

JUEZ 1: ¡Insensato! 

SÓCRATES: Insensatos ustedes, que excluyen la virtud como factor académico y anteponen la osadía de la necesidad inmediata. La academia debe ser un ejemplo ético y normativo en la formación y gestión del conocimiento. Si no es así, no tiene sentido alguno.

JUEZ 2: Lo que tiene sentido en la academia es lo que insultas con tus palabras, lo que ofendes sin razón y lo que no tiene mesura ni medida. 

SÓCRATES: Si debemos emplear la unidad humana como medida debemos entonces verla en su integridad espiritual, que es todo lo que nos hace hombres además del cuerpo, y eso, mi querido juez, no es insensatez, ni ofensa, ni falta de mesura, sino todo lo contrario. La paridad como ya dije debe medirse con plena consciencia de quienes somos, y en eso cabe todo lo que podemos llamar formación, curriculum, trayectoria, experiencia o expertise. Lo que nos hace ser a través de lo que sabemos, la manera en que vemos lo que sabemos y la humildad que hace reconocer a cualquiera por lo que sabe o representa, que no lo sabe todo, que no siempre tiene la razón y que el conocimiento es una espiga con un vértice que crece cada vez que estiramos la mano para alcanzarlo, es lo que nos hace seres conscientes de nuestra humanidad

JUEZ 1: ¿Qué sabes tú de humanidad Socrates si sigues mofándote de la normativa institucional que ha estratificado nuestros escalafones académicos? ¿Cómo es que no comprendes la verdad absoluta que recubre el respeto que debemos a nuestros doctores que también son profesores, en donde se han consumado con esfuerzo, tiempo y tenacidad sus títulos, proyectos, investigaciones y libros, y que sin los cuales no tendríamos más motivos para continuar nuestras sesiones de seminario, ni nuestras gratas comuniones coloquiales, ni nuestra gozosa facultad de publicar y mostrar a los demás lo que el conocimiento hace en quienes se comprometen con tantas tareas? 

SÓCRATES: Si debemos mantener latente la llama viva del estímulo para tantas cosas que producen las labores académicas ¿en que momento cabe el estudio y la consiguiente llegada de la razón y la argumentación? Para aprender de aritmética, geometría, astronomía o filosofía debemos primero abrir un espacio a la comprensión de sus saberes, y luego, cuando el entendimiento ha aflorado como el brote de las primeras yerbas del deshielo, se le abona con el nutrimento de la especialización. Y cuando se es entonces experto, se deconstruye el conocimiento con cuestionamientos más complejos, aplicando las múltiples relaciones que entre las disciplinas alimentan el saber: multidisciplina, Interdisciplina, intradisciplina y exodisciplina. Aprender lleva tiempo querido juez, y en ese trayecto las dificultades de añadidura, corrección, visualización y comprensión son tan complejas como las materias mismas, pues el ego y la falta de ética intervienen como demonios inprevistos y sagaces, que hacen del docto un ser que sabe sin saber, conforme, un hombre de conocimiento pero sin virtud, un académico con grado pero sin capacidad autocritica, un archivo de datos sin capacidad crítica ni argumentativa. Las complacencias vienen en forma de cerrojos mesmerizantes, que hipnotizan con el autorreflejo, que empañan la visión y entroncan el portón. La mayoría, mi querido juez, se detiene en el trayecto. Saben que pueden pasar, pero deciden no hacerlo porque ya son quienes no son. El camino se cierra, la vela se apaga, el río se seca, la montaña se aplana y el viento no sopla. 

JUEZ 2: Sócrates, nada se seca ni se apaga, los grados son la cúspide de una montaña alta que cuando se alcanza, permite ver otros horizontes y recibir una densidad de viento diferente. 

SÓCRATES: Si fuera así, entonces tendríamos pares. 

JUEZ 1: ¡Son pares Sócrates! 

SÓCRATES: No lo son, porque la montaña no es única y porque el viento solo sopla y es distinto cuando reconoce la virtud en el académico. 

JUEZ: ¡Vanas interpretaciones! 

SÓCRATES: La interpretación no responde a una resolución, sino a múltiples probabilidades ¿Cómo puede ser par un doctor, con título, que no es capaz de demostrar en sus pesquisas que el tema que investiga vale la pena ser investigado y que es más bien un motivo para publicarlo y con ello sostenerse como miembro en la academia, que no atiende a sus pupilos, que es un desastre en sus horarios, que no revisa con cuidado y buen juicio los textos de sus tesistas, que se llena de proyectos para engrosar su curriculum, que se abalanza a la intemperie para gestionar los contratos que lo harán ver como un ente diplomático, solvente e institucional, pero que no sabe construir edificios de razón, ni mucho menos respaldarlos con su producción y ejemplificación? Seres capaces de hazañas elocuentes a la inmediatez, pero incapaces de sostener una línea constante con su voluntad, su presencia y su rectitud. Todos ellos favorecidos por la institución, incuestionados en sus asignaturas y en sus exámenes de grado y oposición. 

JUEZ 1: Solo los animales sostienen sus ímpetus con instinto y sin razón Sócrates, como tu lo haces ahora minimizando nuestra institución y haciendo menos la comunión. 

SÓCRATES: Los animales nos enseñan más que los hombres querido juez. El burro no rebuzna porque sí, las más de las veces se manifiesta porque tiene hambre, está cansado o necesita alivio. Los hombres por el contrario, hablan por hablar, regatean en vez de negociar, solapan en vez de administrar y maquillan la virtud con el interés material. El sacrificio no es para los hombres un estadio de gratitud, sino de perjuicio. 

JUEZ 4: ¡Traigan la cicuta!

JUEZ 5: ¡Y enciendan las lucernas, que el manto nocturno nos acecha!

JUEZ 3: ¡Y una crátera para el vino!

JUEZ 2: Sócrates, tu defensa es inútil como inútiles tus argumentos. Tu deceso es tu decisión, tu necedad indomable y tu terquedad, tu solaz infortunio. 

SÓCRATES: Si mis palabras con sentido no contienen el antídoto de mi salvación, que así sea. La traición a mi voz sería la traición al Espíritu de la razón. No deseo más que agregar que si con el conocimiento no viene el respaldo de la prudencia, la templanza, el valor y la justicia, no existirá jamás un motivo real para estudiar, obtener los grados, los títulos, las publicaciones y los coloquios que parten de toda matriz académica. Y que si el compromiso de la institución educativa no se rige por un matiz de cordura nunca tendremos saberes macizos ni complejos, sino raquíticas soluciones en forma y en contenido, incapaces de incentivar la máxima cualidad humana, y solventes tan sólo con engrosar los curriculums y gestionar las plazas.

    Que así sea, dadme el cíato para enjugar mis entrañas y partir digno. 







viernes, 6 de mayo de 2022

Adhara Pérez y el universo del yo

 


ADHARA PÉREZ Y EL UNIVERSO DEL YO

―Adhara Pérez, la niña genio con IQ superior a Einstein―, decía una nota en la sección de cultura del periódico dominical. Irónicamente, a un lado de la noticia, había un anuncio de plana completa que decía con grandes letras y el rostro de una bella modelo que sonreía: ―Estudia inglés, la llave del éxito, tu futuro en nuestras manos― La nota describía con lujo de presunción y orgullo nacional, que Adhara, a su corta edad, estudiaba dos carreras universitarias y que estaba más que lista para irse a Estados Unidos a estudiar astrofísica y de ahí, aspirar a ser astronauta.

     ¿Por qué una niña mexicana de ocho años tendría que comprometerse con tanta energía en los estudios cuando las variables de vida no requieren tanto esfuerzo y son otras las opciones (al menos para todos), más asequibles y aceptables en nuestra sociedad, como nacer, desarrollarse y morir, estudiar y trabajar, casarse y tener hijos, poner un negocio, ganar dinero y en vacaciones ir a la playa, comprarse un coche o una pantalla para ver el fútbol, hacer antigüedad laboral y luego jubilarse, tener amigos en facebook, dar y recibir likes sobre cualquier cosa, o sencillamente, disfrutar de la vida sin mayores complicaciones que vivirla como venga. Y más para una niña, en la que cabe la idea, propia de su edad, de cursar la primaria, jugar, hacer deporte, aprender a tocar un instrumento musical como un hobie y aprender a ser mujer en un mundo varonil?   

     La nota no nos presenta ninguna de estas perspectivas. Prácticamente ha trazado su esquema de vida: niña mexicana de mentalidad precoz, capaz de estudiar con anticipación un grado profesional y digna, en el campo científico, de ser astronauta.

     Me inunda la duda si sor Juana viviera en esta época, si también sería candidata para estudiar astrofísica en la Universidad de Arizona, y me da risa imaginarla con su casco y su traje de la NASA. Pero la reflexión, con todo y la risa, va en serio.

     El caso de Adhara es el de muchos niños y jóvenes que, ante su aparente o ratificada imagen de genios, representan el cliché de que es fácil colgar estatuillas de nerds, raros o pequeños sabios a personas que presentan un perfil como el de ella. Incluso sus historias vienen casi siempre bien aderezadas de incomprensión, bulling, agresión familiar o sexual, o de escasos recursos. El romanticismo ayuda mucho para enfatizar lo excepcional de la nota.

     Pero lo realmente relevante de esto no son en sí los casos, sino el tejido cultural que reflejan. El reflejo está ahí para decirnos primero, que las ciencias siguen posicionándose, sin mayor indagación ni argumentación de lo que representan, como la cúspide del conocimiento. Está también dentro la idea velada pero poderosa, de la NASA y del espacio, icono de lo científico universal, que es más bien gringo. Tenemos también y por supuesto el espacio mediático, que se aprovecha de dar una nota y de exagerar los aplausos. Si fuera el Renacimiento, un niño genio no sería menos que normal y no habría dudas en colocarlo en el taller del maestro y que se pusiera a aprender, trabajando desde la jerarquía más baja, la de ayudante. Adhara, por el contrario, se brinca los niveles académicos, tiene que atender los reflectores y aprender a manejar, como su corta edad le indique (o como le indiquen), las alabanzas y consejos de los adultos que la rodean. Lo que destaca es un examen de coeficiencia intelectual en donde resultó más inteligente que los mismísimos Einstein y Stephen Hawking. Hasta la afamada revista Forbes le dio un espacio a su caso e incluso, sin palabras más trascendentes que las de las feministas, Adhara defendió su condición de mujer (no de niña) frente a un mundo acaparado por los hombres.

    Lo que hace del conocimiento una sustancia nutritiva para la proyección a gran escala de una persona no es sólo el cúmulo informativo, sino el pensamiento crítico, reflexivo y propositivo ¿hasta allá llega Adhara? ¿de verdad es un caso como el de Mozart o Leonardo da Vinci? No estamos en el Renacimiento ni en el siglo XVIII y eso desde luego, pone condiciones distintas. Pero las comparaciones no son descabelladas cuando ponemos en juego las cualidades humanas, y eso sí, no tiene restricciones temporales ni geográficas. La educación actual nos ha mostrado que se requiere de una reestructuración para hacer no sólo un motor que produzca más Adharas, sino del beneficio social que eso conlleva. Las civilizaciones educadas han generado a los grandes pensadores, artistas y hombres de ciencia. La nuestra es una civilización que exalta la idea del éxito en los negocios, en hacer dinero, en el espectáculo banal y transitorio, como ser youtuber, influencer, gamer, locutor, actor, cantante o futbolista. Un niño genio, en un ámbito de esta naturaleza no es normal y por ello, debemos ponerle atención y llevarlo hasta la cúspide, y qué mejor manera, que subirlo de golpe y porrazo de la primaria a la licenciatura, porque puede, porque lo merece y porque lo merecemos todos como ejemplo. En un mundo nihilista el conocimiento no importa, importa lo que impacta, lo que en dado caso puede exprimirse de él. Sin un sostén elocuente e inteligente, más bien mundano y trivial, el potencial de Adhara espera la decisión más responsable que puede tener, que es la de ella misma cuando crezca y tenga más conciencia de lo que puede hacer con su destino, y en eso no tienen por qué caber los aplausos y la gloria anticipada. Tanta gente excelente en sus áreas, valiosa por su labor y desempeño en las artes y la ciencias, se mantiene en el más digno anonimato y no requiere para sus impulsos y reconocimiento, más que su convicción, su energía y lo necesario para mantenerse y mantener a su familia. El éxito económico y mediático queda bien para un boxeador o un empresario, que no tienen por qué ser en lo mínimo inteligentes ni mucho menos genios, tal vez sean astutos y sagaces, pero no pensadores, la inversión en esos casos no es intelectual, es material. El éxito no es aquí la idea del homo sapiens: pensar. Es la voluntad del ser proyectado en lo socialmente aceptado. Las vanaglorias del pensamiento han dejado de ser del interés común y han dado paso a la importancia de la estupidez.

     Un joven promedio, egresado de la preparatoria, no sabe qué quiere hacer con su vida. De esta decisión está en primer plano qué va a estudiar a nivel profesional. El esquema educativo no contempla las habilidades e intereses detectados desde niños, más bien se sobreponen consensos y prejuicios. Si tal posibilidad de estudiar existe, es gracias al triunfo de la democracia, que hizo posible la educación gratuita para todos. Pero está también la tradición familiar de estudiar (como sea lo que eso signifique), cosa que por lo común se hereda, y la fortuna que da pasar el examen de admisión y obtener un lugar en las carreras. El triunfo de la democracia en la educación tiene consecuencias negativas, entre éstas, un número exacerbado de población, una deserción enorme y una calidad en los perfiles de ingreso y egreso deplorable. ¿No es más bien que Adhara, en un mundo estéril y mediocre, parece, por el simple hecho de generar contraste, un genio cuando en realidad no lo es? El hedor por costumbre termina aceptándose como normal, cuando lo realmente normal no requiere mayor esfuerzo que un mínimo de responsabilidad. Si Adhara logra mantener este esquema (de genio) como normal en su desarrollo, se dará cuenta, con dolor y sacrificio, que su talento representa apenas una parte de lo que puede ser capaz de hacer, y tendrá entonces que asumir, que su entorno es el rival más difícil de vencer después de sus propias debilidades.

     La edad de los niños genios está asociada a su condición biológica, lógica y psicológica. La inteligencia en el individuo corresponde con la evolución de su capacidad cognitiva, que en estos casos se encuentra bien planteada y sustentada en "La psicología de la inteligencia" de Jean Piaget. El desarrollo del niño mediante las actividades de orden sensorial y motriz van de la mano o resultan en el desenvolvimiento del lenguaje, que a su vez resulta en la "mediación cultural" (Lev Vygotski) es decir, en la construcción de edificios de interacción social. Esto podría explicar parcialmente porqué los niños prodigio logran conexiones cognitivas complejas y en poco tiempo. La relación entre el individuo y el mundo está en la construcción de compartimentos perceptivos, que son los que hacen a su vez formas de ver y de sentir el mundo. Casos aislados vienen a colación todo el tiempo, cuando se citan padecimientos mentales asociados a capacidades intelectuales y motrices múltiples, como los niños autistas o dawn, que en muchos casos son excelentes pianistas, pintores o matemáticos. Parece ser que una pequeña dosis de desapego del mundo, de imposible determinación métrica, influye sobremanera en la potencialización intelectual, cosa que de por sí está presente en el desarrollo creativo de artistas y científicos, en donde los vemos inmersos en sus tareas y poco o nada influye el mundo cotidiano en sus proyectos, razón por la cual se les denomina melancólicos, hijos de Saturno. El otro es el factor externo, el ambiente o contexto, que como en el ejemplo del Renacimiento o de otro período de apogeo artístico o cultural, funciona como un caldo de cultivo propicio para el genio. Pero estos ingredientes no representan nada si la decisión del individuo no los hace coincidir o no los aprovecha. La idea que tiene el niño del mundo es una mezcla entre descripciones, significados e interpretaciones, y aquí él se encuentra sólo consigo mismo. Yo lo llamaría responsabilidad, porque le compete solo a él como individuo y porque de su decisión resulta un nivel de compromiso. Recuerdo muy bien una ocasión en la que, en mi clase de dibujo de primer nivel, una alumna de 18 años, con arrogancia y presunción me dijo que ella ya sabía dibujar y que respaldaba su postura porque le habían dado un premio en el concurso "el niño y la mar". Con los primeros ejercicios psicomotrices de trazo lineal reventó a la primera. Al compromiso y visión personal sumamos la responsabilidad ajena. Un buen maestro, un buen tutor, unos buenos padres o cualquiera que funja como ejemplo excepcional para el niño es fundamental. Los premios, becas, reconocimientos y alabanzas a temprana edad pueden en dado caso, en vez de ayudar, perjudicar. Y aquí estamos en una encrucijada comentada sobremanera, pues se han considerado los factores generacionales como partícipes de modos perceptivos y con ello, de actitudes. No creo que los contrastes entre generaciones definan un todo conceptual, sin embargo, las brechas generacionales son transiciones temporales y espaciales que conllevan estructuras perceptivas. Mi negación apoya la parte universal del pensamiento, que es general porque abarca a todos los individuos por el simple hecho de ser de la misma especie. Por otro lado, respaldo mi postura de aceptación sobre lo determinante generacional, porque el contexto, que es el universo perceptivo, incluye factores cambiantes, como la educación, la cultura y los modos de vida.

     Así que podemos reconocer en los niños prodigio, además de sus virtudes intelectuales, capacidades perceptivas atípicas y podemos, hasta donde la razón y el estudio nos lo permite, cuantificar el fenómeno.

     La democracia educativa trae consigo una regla insoluble: entre más posibilidades de estudiar hay, menos calidad en la enseñanza resulta. Por la coladera pasan los derechos humanos, el lenguaje inclusivo, la igualdad de los sexos y la libre expresión, pasa de todo. Y todo es todo. Del deterioro educativo tenemos a profesores, directivos, planes de estudio, métodos de enseñanza, padres de familia y una sociedad sin conciencia cívica. Se filtran malos profesores, directivos y administrativos irresponsables, padres indiferentes y una andanada de acciones y decisiones de bufonada en la calle: ruido, basura, violencia, corrupción, etc. El mundo de Adhara no es el ideal para su genio, es contra su genio. Por eso se va a Estados Unidos, donde al menos, entre un idioma y un estilo de vida distinto, podrá tener una oportunidad.

     La posición social que tiene ser genio no pasa de ser la de un artista de circo, que entrena para complejas maniobras en el trapecio o la cuerda floja y del que luego nadie se acuerda. Además, ¿por qué el ser astronauta representa un gran reto cuando hay otros que no requieren esfuerzos tan o más complejos que saber de astrofísica, sin la necesidad de salir de la atmósfera terrestre? ¿Por qué debe ser el campo científico el que marca una pauta como pináculo del conocimiento? Si bien hay una tipología sobre las diferentes formas de conocimiento y las disciplinas que los representan, no existe una regla que determine qué disciplina es mejor que otra. Las instituciones parecen ser en primera instancia las responsables de estos acuerdos, luego están los espacios de consideración, como lugares de estudio y becas, a los que añadimos una idea romantizada y estereotipada que se cuestiona pero que no trasciende. La relación de las ciencias frente a las artes y a las llamadas humanidades es de por sí, una categorización arbitraria.

     ¿Tenemos que considerar también el potencial intelectual como síntoma o reflejo de la capacidad creativa? Lo creativo en este sentido vendría a ser, la manera en que el mundo se interpreta y se proyecta, y luego, el valor general que la sociedad le adjudica. Las habilidades tendrían que ser aquí de dos tipos: circunstanciales y constructivas, porque si bien la distinciones entre arte y ciencia son puntuales de acuerdo con sus fines e interpretaciones, coinciden siempre en aspectos tanto racionales como espirituales. Ejemplo de esto lo presenta Ikram Antaki como modelo que implica formas caprichosas y difíciles de explicación, rematando con una distinción entre el artista y el científico que es cuestionable: "Mozart componía a los tres años, Haydn a los cuatro, Mendelssohn a los cinco, Rafael a los ocho, Giotto y Van Dick a los diez, Schubert, Haendel y Weber a los doce... Las modalidades del trabajo varían: Milton y Rossi I se acostaban, Mozart caminaba recio, Baudelaire y Verlaine utilizaban drogas, Balzac café, Schiler los baños helados de los pies... Pero, a los que les preguntaban cómo logró descubrir la teoría de la gravitación, Newton respondía: pensando siempre en ella". 


miércoles, 6 de abril de 2022

Anecdotario 4

EL DIABLO EN LA MESA. 

Adolfo Castañón, Gabriel Figueroa, Mariana Yampolski, Luis López Loza, Arnaldo Coen, otros más y yo desayunamos en un restaurantillo en Jalapa, Veracruz. Un espacio con una mesa grande bajo un cobertizo que daba a un patio florido,  enmarcado por un dintel de madera sostenido por dos columnas cilíndricas de piedra. Comida mexicana, muy sabrosa. En la recta final de la degustación y comienzo de la digestión aparece, como saliendo de las piernas de un escenario teatral,  un vendedor de máscaras cargando un ensamble maderil —yelmo multicolor—, con diferentes facetas del gesto, la anatomia y la zoología: máscaras de lobos, perros, pericos y combinaciones antropozoomorfas. Inevitable evadir la mirada. No vemos las máscaras, ellas nos ven. Sin dudarlo quiero comprar una. Entre ojos saltones, fauces feroces y cuernos torcidos se asoma, como si al caso, la figura completa de un diablito. Es ligero  —como es la madera de colorín—,  pintado de café,  con acentos blancos,  cuernos de chivo y una piocha de piel de jabalí. Lo compro y lo pongo sobre la mesa. Como si les presentará un personaje incómodo y amenazante, todos llevan sus ojos al diablo y a mí varias veces. Gabriel me pregunta que por qué un diablo. No comprendo. Mi colección de máscaras incluye figuras de diablos con facciones humanas, serpientes, insectos y otras alimañas, como los retratos de Giuseppe Arcimboldo. Pero mi diablo no es el diablo de ellos, parece que la vision plástica y estética que yo veo se subyuga a la mayoría, que es la visión general del diablo: el mal en su máxima expresión. Mi diablo en la mesa se vuelve ahora testigo del café y el postre que degustamos. Interviene en la atención y el carácter, no parece una presencia vacía como la de la servilleta, el vaso, la taza o la cuchara, sino aquella que atrae la mirada con nerviosismo. El único que parece impasible es Arnaldo Coen, versado pintor,  quien, con aparente indiferencia, da una mordida a un pan y seguido sorbe un trago de café mientras comenta sobre cualquier cosa. Los espacios coloridos y metafísicos de sus pinturas parecen ser suficientes para entender que el diablo es un personaje común en las máscaras, los alebrijes y calaveras de cartón. Los demás, por su parte, dudan si pedir más café o terminar con la charla para retirarse. Con falso pretexto cada uno se levanta dando el buen provecho y argumentando una tarea particular. El diablito y yo nos quedamos en la mesa solos, él con la mirada fija y yo con mi taza de café. 



EL GOLD POWER GYM. 

En el trayecto de mudanza a mi nuevo domicilio en el transporte público, llamó mi atención un rótulo enorme en un edificio imponente de dos niveles sobre la super avenida Lomas Verdes.

    Las ganas de continuar levantando fierros me motivaron a inscribirme en el Gold Power Gym de Lomas Verdes en 1993. Decidido, agarré a mi sobrino Rodrigo y le dije —Acompáñame a ver un gimnasio—. Tomamos un pesero y llegamos en diez minutos. Era medio día, así que casi no había gente. Después de pedir informes en recepción, accedí al gimnasio para ver las instalaciones. Nada que ver con el anterior en que estuve, un gimnasio chiquito, copioso de gente y un poco lejos: se encontraba en el tercer piso de un edificio sobre Avenida Misterios, en la colonia Vallejo, a donde ya había entrenado como un año. Vivía entonces en la colonia Industrial. 

     Traspasando la entrada al gym, estaba sentado como si al caso el entrenador sobre una máquina para hacer bíceps femoral, como si estuviera esperándonos. Era un tipo moreno, de unos treinta y tres años, con una ropa talla XXXL de algodón, en donde cabía lo que parecía ser un bulto enorme de músculos. Entramos y nos dirigimos a él de inmediato. Me presenté y le pregunté si él era el entrenador y si se necesitaba algo en particular además de pagar la inscripción y las mensualidades. Asintió con la cabeza y me preguntó con curiosidad si Rodrigo era mi hijo (Rodrigo tenía 10 años). Le dije que no, que era mi sobrino. Me dijo que se llamaba Alberto Martínez y que no se necesitaba nada más que me presentara con ropa cómoda para el ejercicio, un cinturón, agua para beber y compromiso. Después me enteré que mi entrenador era míster México y que acababa de ganar su título ese mismo año. Confirmé después que el bulto tras la ropa era una mole de músculos. 

     Al día siguiente me presenté a mi primer día de ejercicios. Pagué mi inscripción. Alberto Martínez no estaba, así que elaboré mi propia rutina, aplicando los principios que ya sabía y reconociendo por vez primera el espacio del gimnasio y las máquinas que tenía. A partir de ese día trabajé mi cuerpo ininterrumpidamente durante cuatro años en ese gimnasio, descansando solamente los domingos que no abría el negocio. La rutina era variable pero en lo general era entre media hora y una hora de escaladora y tres horas para los grupos musculares de cada día. Lo consistente de mi disciplina me llevó a transformar mi cuerpo rápidamente, cosa que complementaba el ejercicio con la dieta. Comía copiosamente 6 veces al día y tomaba suplementos como proteína, aminoácidos y levadura de cerveza para acrecentar el volumen muscular. De 74 kilos pasé a 78 en poco tiempo. En algunos ejercicios logré superar mis espectativas y las de los demás, quienes se sorprendían de mi dedicación. En la prensa de pierna llegué a levantar dos repeticiones de media tonelada. Para los músculos de las pantorrillas había una máquina vertical que se levantaba colocando dos ejes sobre los hombros, el peso se ajustaba con una barrita de metal y su máximo era de doscientos kilos. El movimiento implicaba levantar el cuerpo con los pies. El peso total de la máquina ya no era suficiente para mi fuerza, así que debí compensarlo con más repeticiones y con otros aparatos. Los ejercicios de pecho y espalda nunca fueron mi fuerte pero curiosamente eran los grupos musculares más grandes que tenía, así que era, además de una cuestión de fuerza, cosa genética. 

     Después de un año subí 8 kilos y reduje considerablemente la lonja. Alberto Martínez se me quedó viendo una vez mientras llegaba al gimnasio y saludaba a unos amigos. Cuando acabé la socialité y me prepare para comenzar, me llamó —¡Héctor, ven!, has progresado mucho— ¿De veras? Le contesté —Es que eres muy constante—Me dijo. Me ofreció, además de su asesoría regular, ser mi entrenador personal, lo cual implicaba pagarle un dinero extra y entrarle a los anabólicos. Ya desde antes varios compañeros me habían dicho que porqué no competía y que si me sometía a un plan profesional (fármacológico), podía llegar a donde quisiera. En ese entonces vivía en casa de mi hermano mayor y lo que ganaba en la universidad como profesor me alcanzaba justo para mi trasporte, materiales, comidas y el pago del gimnasio. Le dige a Alberto Martínez que no tenía dinero. Él hizo un gesto ligero de desilusión y siguió con lo que estaba haciendo. Agradecí no poder con la propuesta pues ya sabía de antemano los riesgos para la salud y la vida. 

     Seguí con mi entrenamiento tres años más en ese gimnasio. Los más placenteros para el desarrollo y capacidad de mi cuerpo y lo ameno del trato con los amigos que ahí hice. 

     Cuando decidí mudarme a un departamento para vivir solo, tenía 26 años. Tuve que dejar el Gold Power, pero seguí entrenando un año más en el gimnasio "Alvi", un espacio sobre la avenida Politécnico, en la colonia Lindavista, adonde me fui a vivir. Ahí explotó el máximo de mis capacidades físicas, subí a 90 kilos de puro músculo y mi fuerza llegó al límite. Pero el tiempo en el Gold Power Gym no tenía comparación, había una calidez insustituible. Hice muchos amigos. La interacción social era inevitable. Como no tenía coche, algunos de ellos me daban un ride a mi casa, así que compartíamos anécdotas y detalles divertidos. Uno de ellos tenía el cofre de su coche con una gran mancha que hacía parecer que lo habían pintado de otro color en esa zona. Resulta que tuvo un accidente en donde no pudo maniobrar y terminó atropellando un carrito de tamales. Con el golpe el bote del atole y los tamales se derramaron en el cofre y lo caliente transformó el color de la pintura. El tamalero salió ileso. Un drama en su rostro al contarme su anécdota, pero un ataque de risa incontenible que no me paró en varios minutos, cosa que terminó contagiándolo y terminamos los dos riendo a coro. En otra ocasión me confesó que una chica del gym le movía el tapete. Se desvivió describiendo todas sus virtudes físicas, toda una Afrodita para él. La muchacha era muy alta para el promedio, media como 1:80, delgada, de hombros caídos, piernas muy largas y una ligera corva en la zona cervical del cuello, lo que hacía parecer que apuntaba su rostro al frente. Nada especial, lo especial en ella no era virtud, pues era muy pedante. Trabajaba en una papelería cruzando la avenida donde estaba el gimnasio atendiendo el mostrador y sacando fotocopias, así que su altanería no tenía justificación. Varios compañeros y yo le hicimos saber que era una mujer que no le convenía simplemente por el carácter, pero a él no le importaba, estaba embelezado. Hizo varios intentos pero nunca tuvo éxito. 

     Antes de entrar al primer gimnasio, desde que tenía 15, hacia ejercicio en la casa. Me encerraba en el baño y levantaba unas cubetas llenas de agua, y hacia sentadillas y lagartijas en la sala cuando no había nadie. Luego me inscribí en un gimnasio de kung fu, y aprovechaba antes del entrenamiento para levantar unas mancuernas ligeras que tenían allí y usaba una máquina de sentadillas. Las piernas se me desarrollaron muy rápido y así descubrí que mejor quería hacer pesas. Además, con el kung fu se me maltraron mucho los pies, había que estar descalzo sobre la duela de madera, hacer flexiones y dar patadas full contact con los pies descalzos. 

     En 1998 dejé los fierros de golpe y porrazo  porque la realidad económica y los compromisos me rebasaron. Pero esa es otra historia. 

miércoles, 9 de marzo de 2022

Anecdotario 3

 EL CERRO BRUJO. 

Mi amigo Viliulfo Nereo era oriundo de Ajacuba, un pueblo del estado de Hidalgo, muy cercano a la ciudad de Tula. Era un chico magro pero recio, forjado por el trabajo del campo, en donde ayudaba a su padre y a su tío en la elaboración del pulque, en el labrado de la tierra y el cuidado de los caballos. Compartimos tres años en la Escuela de Iniciación Artística número 4. del INBA. 

     En la escuela andábamos casi siempre juntos, éramos del mismo grupo. Teníamos clases de pintura con Thelma Botello, de dibujo con Marilú Torres Kato, de escultura con Fernando Gálvez y de grabado con José Guadalupe Sámano. No me acuerdo de los nombres de los maestros de historia del arte y de geometría. La escuela estaba en la calle de Durango, en la colonia Roma, a dos cuadras del metro Insurgentes. Era una casona estilo neobarroco, con piso de duela y un sótano frío, frío, en donde se daban las clases de modelado en barro, cartonería y talla en madera. Compartíamos espacios con las áreas de teatro, danza y música. En el cambio de turnos (íbamos en la tarde) veíamos salir a los grupos matutinos, y en los cambios de clase nos topábamos con las niñas en tutu, y con los chicos de la clase de violonchelo. Era un ambiente multidisciplinario muy ameno y acogedor. Los maestros, coordinados por Thelma Botello, organizaban una exposición de fin de cursos en un espacio público. Thelma tenía un amigo reportero que trabaja en el periódico excelsior, así que teníamos asegurada una nota en la sección de sociales

     En unas vacaciones, Viliulfo me invitó a pasar unos días en su casa. Salimos temprano de la ciudad de México desde la central de autobuses del norte. Tomamos un autobús que nos llevó a Tula, en donde comimos en el mercado y luego visitamos la zona arqueológica. Al fondo de las ruinas, como a un kilómetro, había una pirámide de forma mixta, mitad rectangular y mitad redonda. Después de treparnos y caminar por los alrededores un rato, oímos la voz de un hombre que nos llamaba —¿Quieren monos?— Nos acercamos. En el portal de una choza había un hombre de pie de rasgos indígenas, de unos cincuenta años y con una mirada que parecía envuelta en una niebla. Volvió a repetir la pregunta. Nos invitó a pasar. Tenía en el piso varias figuras prehispánicas de piedra y de barro que, según nos dijo, había encontrado en los alrededores. Yo le compré la figura de una mujer en cuclillas, en una posición similar a la de un chac mol. Lamentamos no llevar más dinero pues tenía una piezas más grandes y unas en verdad eran joyas artísticas.

     Por la tarde tomamos un camión que nos llevó a su pueblo, que se encontraba exactamente entre Tula y el cerro del Chicoco, una montaña en forma de seno que se podía divisar muy bien desde las pirámides. Después del recibimiento, su madre nos dio de cenar y nos fuimos a dormir en una habitación oscura a más no poder, tan negra que daba lo mismo tener los ojos abiertos que cerrados. 

     Al día siguiente me mostró las tinajas en donde su tío fermentaba el pulque, y me enseñó los terrenos de su propiedad. Luego fuimos al pueblo, un lugar en extremo provinciano, con calles irregulares, unas empedradas y otras de pura tierra, con casas de adobe y aplanado de cal, con techos de teja de barro y caída de dos aguas. Me empujó a subirme a uno de sus caballos, con el que galopamos un trecho mientras yo le rogaba que se detuviera. Su habilidad con el caballo era igualable. 

     Al pie del pueblo se levantaba una loma semi árida, por donde circulaban todo tipo de alimañas del desierto. Viliulfo capturó un camaleón de espinas que retozaba bajo el sol. Comenzamos a subir a pie mientras él me narraba como si fuera un guía de turistas, las características del terreno, los animales que ahí vivían y los nombres de las tierras que terminaban en el horizonte. Mientras caminábamos, un dato me intrigó sobremanera. Dijo que a ese cerro le llamaban cerro brujo porque perdía a la gente, y que usualmente quien seguía la vereda para pasar de un lado al otro terminaba en el mismo punto. Caminamos un rato por un camino de tierra que parecía llevar al otro lado del cerro, poniendo atención al paisaje. Después de un rato llegamos al punto de inicio. Viliulfo volteó a verme y dijo con una sonrisota —¿Ya ves, te digo que es brujo— No supe qué decir, era como si me hubieran comido la lengua los ratones, no pude hablar. 

     Cuanto terminamos la escuela cada quien agarró por su camino. Cinco o seis años después nos reunimos en el centro de Azcapotzalco, en un Vips. Nos citamos ahí porque Viliulfo daba clases en el Instituto Fleming, una escuela multifacética en donde daba dibujo a unos chicos de diseño gráfico.


EL GOLPE TRIUNFAL DE "EL MARACAS" 

1990. Afuera del taller de Luis Nishizawa en la Enap Xochimilco había una pequeña plancha de cemento. Mis compañeros y yo teníamos clase de técnica de los materiales de pintura para primer semestre de la carrera en Artes visuales. Casi siempre, los ayudantes del maestro, encargados de abrir el taller, llegaban tarde. Según el horario asignado, teníamos clase a partir de las 7 de la mañana. Mientras nos abrían el taller hacíamos cualquier cosa, platicar, dibujar, levantar piedras del jardín para ver los bichos y jugar frontón. La pared del taller era alta y alguien llevó una pelota de esponja. Un compañero, que no me acuerdo cómo se llamaba, tenía una discapacidad, tenía los dientes superiores muy salidos, las piernas deformes y un brazo izquierdo corto con una mano pequeñita flexionada hacia adentro todo el tiempo. Comenzamos a jugar. El chico de la manita se integró también y aunque no tenía control de su cuerpo, lo intentaba como si nada. En una de esas, le vino el turno de golpear la pelota, hizo el intento con la mano derecha y falló, pero en un instante giró su cuerpo hacia atrás y le alcanzó a pegar con la otra mano, con la de la manita. El golpe fue tan sorpresivo y de pirueta, que ganó la partida. Nos dió una risa loca y a partir de ahí le apodamos "el Maracas" porque siempre le temblaba la mano, por la jugada magistral en el frontón y porque en charlas informales nos dijo que quería ser pianista. Tan maloras como somos de jóvenes, nos botabamos de risa a sus espaldas y enfrente de él. Sin mayores tapujos que la camaradería y la sinceridad, nos mentaba la madre pero andaba con nosotros para todos lados. 

     Al siguiente semestre ya no se presentó. Nunca supimos si su ilusión de ser pianista o de advocar la ilusión como hizo con la pelota, lo llevaron por el camino que quería.


LA CLASE SOBRE TEOTIHUACAN. 

El maestro Constantino Rábago, co-director de la historieta "Rarotonga" y antropológo de las culturas precolombinas. En la foto de arriba a la derecha en un número de "Cartones". En: pepines.iib.unam.mx 

Por ahí entre 1984-1986, mi hermano Toño me invitó (y me contagio en ánimos), a tomar un curso con el antropológo Constantino Rábago, en la colonia Narvarte, muy cerca del metro Eugenia. El curso, de historia antigua de México, era en la casa del maestro. Se trataba de un edificio de seis o siete pisos, con elevador y toda la cosa. Su biblioteca fungía como sala de estar y como salón de clases. Era un espacio cerrado, alfombrado, enmarcado por cuatro paredes forradas de libros, con algunos nichos para piezas prehispánicas y adornos varios, entre los cuales llamó mi atención una placa de metal enmarcada, con la imagen de la calavera Catarina de Posada. Al ver mi interés, el maestro afirmó sin titubeos, que era la plancha original. 

     Los asistentes eran personas de posibles, se notaba en su indumentaria, en su forma de hablar y en que llegaban en coche. La mayoría eran mayores de 50 años, mi hermano y yo, los más jóvenes. No me acuerdo del costo del curso, era un pago por cada sesión, pero sí me acuerdo que era caro. Duraba tres horas, una sesión por semana. 

     El curso trataba sobre las culturas prehispánicas, principalmente sobre Teotihuacan. El maestro comenzaba su clase colocándose en una especie de estrado frente a la sala, y después de los saludos y comentarios sobre cualquier cosa con los asistentes, comenzaba su histrion. Tan apasionado se ponía, que por ratos gritaba y manoteaba como un verdadero orador en medio de una plaza griega. Detalló los periodos cronológicos de Teotihuacan, comparaba los vestigios arquitectónicos, cerámicos, escultóricos y pictóricos con otras culturas, y enjuagaba todo eso con los modos de vida, organización social y religión. Todo un erudito. 

     Toño llevaba una libreta para hacer apuntes, pero la verdad es que era más regocijo escucharlo que perder atención tomando notas. Yo, por mi parte, más con la efusión que con la atención de capturar los datos e interrelacionarlos, solo podía parar el oído para ver qué se me pegaba, pues me faltaba en ese entonces mucha información de lectura para hacer valer los discursos. Ya había leído algo de Miguel León Portilla, de López Austin, de Sahagún y de una que otra fuente primaria. Además, mi hermano y yo habíamos ido montones de veces al Museo de Antropología, al Anahuacalli, al recién abierto Templo Mayor y varias zonas arqueológicas, pero me faltaba información y método. Esto corrobora en la práctica, que el aprendizaje, además de la pertinente manera de disponer de un ambiente propicio, requiere de tiempo. 

     Fuimos a tres o cuatro sesiones y ya no regresamos. Según un acuerdo entre mi hermano y yo (más de él que de mí), ya no quisimos regresar porque nos caían gordos los demás asistentes. Supuestamente su estatus social y su pose de intelectuales, nos parecieron abyectos y contaminaban el ambiente de la clase. El precio del curso influyó también, pero nuestra falta de objetividad por la juventud y una mezcla entre envidia y sentimiento de inferioridad, contaminaron nuestra decisión.


SIN TRABAJO. 

Después de renunciar a mis horas como ayudante de profesor en la Enap en 1997, di por terminado mi contrato con la UNAM. (Han de saber que hice mi servicio social como ayudante del taller de grabado en metal y luego me dieron una plaza como ayudante de profesor de dibujo. El maestro que me promovió para ayudarle fue Aureliano Sánchez Tejeda, un hombre incisivo en su método de enseñanza y famosillo en la escuela por su despotez, que no era otra cosa que una fachada mezcla entre el dibujo de imitación, el rigor de la asistencia, la exigencia de atención total y silencio en su clase, y una teoría aderezada con una buena dosis de retórica que impactaba nuestras débiles mentes de estudiantes). Me dieron una beca en el área de gráfica para jóvenes creadores del Fonca en ese mismo año. Así, me sentí valiente, renuncié, y me dediqué exclusivamente, según yo, al proyecto de mi beca. Cuando se acabó la beca en 1998, se acabó el dinero. Ya vivía solo y debía pagar la renta de mi departamento, los servicios y llenar el refrigerador. Armado con un curriculum nutrido para la edad que tenía (27 años), fui a dejar mi carpeta de obra a todas las galerías, a la Misraki, a la de Arte Mexicano, a la Pecannins, a la Óscar Román y muchas más. Recibieron mis papeles pero nunca me hablaron. Decidí entonces buscar trabajo en un marco cultural. Fui a museos y casas de cultura a ver si me daban trabajo como profesor o administrativo. Nada. Al mismo tiempo, dejé mi curriculum en la Universidad Iberoamericana en Santa Fe, en la Nuevo Mundo y en otras. Nada tampoco. Pasaba el tiempo y mis ahorros se acababan. No me cabía entonces la menor duda de que mi trabajo como productor plástico, mis capacidades como profesor y mi necesidad económica, nunca fueron factores importantes, debía conformarme con el auto convencimiento de lo que sabía de mí mismo, y seguir insistiendo. Pero la necesidad tenía mayor peso y las palmadas que me podía dar a mí mismo poco servían. 

     Vi un anuncio del Claustro de Sor Juana en el periódico, solicitaban profesores para las carreras de Arte y Cultura. Me citaron para hacerme un examen, mismo que según yo reprobé porque me puse muy nervioso, pero me dieron dos materias y pude así, tener un ingreso. Cuando cambiaron a la directora de tales licenciaturas, llegó otra y sin mayores explicaciones, me quitó las horas, se llamaba Adriana Grande de Mello. Me quedé otra vez sin nada. Unas semanas después la tipa me habló por teléfono y me dijo que se retractaba y que si quería regresar para impartir una materia. Mi orgullo fue mas grande y rechacé la oferta. 

Dejé un curso de inglés que estaba tomando en Interlingua porque ya no podía pagarlo, y mis sesiones de ejercicio en el gimnasio las paré de golpe también. Ya era 1999. Busqué entonces trabajo de lo que fuera. Dejé papeles en Sanborns y en una tienda departamental, ya no me acuerdo cual. También en librerias Gandhi. De ahí me citaron en un edificio de oficinas sobre la avenida Miguel Ángel de Quevedo, no en la librería, sino en un inmueble muy cerca de la avenida Insurgentes. León Achar, un tipo refunfuñón, vió mi curriculum y me preguntó casi gritando que qué demonios hacía yo ahi, que yo era artista. Le dije que necesitaba trabajar. Me dio un puesto como ayudante de librero en el departamento de arte de la sucursal en Lomas de Chapultepec. Por fin tenía trabajo. Mi sueldo era de 2,200 pesos. Apenas para pagar la renta de mi departamento y un sobrante a ver para qué alcanzaba. La jornada era de medio tiempo pero extenuante. No me quedaba tiempo ni energía para nada. Dejé mis grabados y mis clases y estuve vendiendo libros por casi un año. Ahí conocí a Eugenia, mi esposa. Al poco tiempo juntamos nuestros sueldos y nuestras necesidades. Me acompañó y me ayudó a pedir trabajo otra vez. Fuimos a la casa de Cultura Azcapotzalco, en donde logré abrir un taller de grabado en madera; me pagaban una bicoca. Y fuimos a la Enap para vender, por sugerencia y apoyo de María Eugenia Figueroa, quien fuera mi maestra de grabado en metal, unas muñecas de cuero para aplicar el barniz de aguafuerte. Con eso nos ayudábamos un poco. En el año 2000, cuando terminó la huelga de la UNAM, Antonio Yarza y Ricardo Morales, colegas de la escuela y a sabiendas de mi situación, me dijeron que estaban contratando profesores en la FES Cuautitlán. Llevé mis papeles y ahí estuvo Antonio Yarza para recomendarme. Me dieron dos materias para la carrera de Diseño y Comunicación Visual. Casi al mismo tiempo, regresé a la Enap a pedir horas. Maru Figueroa me recomendó hablar con Marco Antonio Albarrán, coordinador de la carrera en Artes Visuales. Busqué a Albarrán, estaba dando clase de dibujo en el "Pentágono", un espacio abierto enmarcado por varios salones. Lo saludé, me reconoció (lo conocía desde 1986), y me dijo que le cubriera la clase mientras atendía unos asuntos en su oficina. Le trabajé dos horas en su clase en lo que se desocupaba. Me pidió unos papeles para otro día y me asignó una materia para diseño y otra para artes visuales. Estuve dando clases en la FESC y en la ENAP al mismo tiempo por casi un año. Así regresé a la UNAM, y se han sumado 25 años como profesor desde 1994, con tres interrumpidos. Y aunque he seguido solicitando y participando en otros empleos, he tenido siempre una matriz que en principio me educó y luego me permitió educar; y a través de ese esquema, poder vivir.

Anecdotario 2


LA DESPEDIDA DE AGUS DE LA CRUZ. 

Por una extraña sensación, tuve el impulso de subir a facebook unas fotos de mis dibujos hechos entre 1984 y 1990. Los había fotografiado para mi clase de dibujo, para mostrarles a mis alumnos sobre la importancia del proceso evolutivo en el aprendizaje de dibujar y para que se dieran cuenta de su nivel respecto del de un niño de 12 a 18 años. Casi al instante, los comentarios afloraron en la pestaña de notificaciones. Un comentario en especial de Agus de la Cruz remembró mi etapa de estudiante en la secundaria. Agustín de la Cruz era mi compañero en el taller de artes pláticas, y juntos compartimos la experiencia de trabajar bajo las órdenes del profesor Sergio Fernández Carreón, versado maestro, egresado de la academia de San Carlos. Desde la secundaria nunca volví a ver a Agustín pero nos habíamos saludado en facebook de vez en cuando. Agustín compartió en su comentario un portafolio de madera que el maestro nos había enseñado a ensamblar, un estuche de pinturas que con todas las minucias y cuidados del carpintero, que el profesor Carreón nos hizo fabricar en el taller - ¿Te acuerdas de este trabajo que hicimos en la secu? Y ahí tengo la mayoría que hicimos como recuerdo- Dijo con un ánimo sincero y nostálgico. Cuatro días después, Agustín falleció y los breves intercambios que sostuvimos adquirieron la imagen profética del despido.

     

DAVID HUERTA Y EL HIJO DEL CUERVO. 

No recuerdo exactamente cómo, pero sí es seguro que para presentar a la editorial Libros del Dragón (a cargo de Salvador Alanís), asistimos grabadores y escritores a "El hijo del Cuervo", en el Centro de Coyoacán, en 1997. Salvador me presentó con David Huerta, hijo de Efrain Huerta, y me presumió con el libro que hicimos juntos para la editorial: "Mito y realidad", una carpeta de grabados hechos entre 1994 y 1996 en la Enap. Salvador escribió unos poemas para el libro, ejemplar único. David Huerta, quien miró la animosa exposición de Salvador y con un aire mezcla entre arrogancia e incredulidad, llevó sus ojos de mis grabados a mis ojos dos o tres veces y luego, con aire de erudito internacional y sin mesura, asintió con la cabeza y se retiró caminando al fondo del recinto, como si no hubiera pasado nada.


ENCUENTROS ENTRE 23 AÑOS. 

En el segundo encuentro de becarios de jóvenes creadores del fonca en la universidad de Jalapa, Veracruz, en 1998. Camino a una sesión con tutores, alcancé a Ignacio Salazar, tutor del área de Pintura. Me presenté, y con la idea de interesarlo, le dije que fui compañero de grupo de su hija Diana. Sin mas intención que establecer lazos de comunicación e intercambio y con afán de asegurar su atención, metí a su hija en mi presentación. No sé detuvo para nada, me echó una mirada sesgada y asintió con un - Mmmmh-. Esperé me dijera algo más pero no, seguimos caminando juntos hasta el inmueble y ahí nos separamos. 21 años después, en una visita a la Enap Xochimilco con motivo de la firma de unos grabados para una carpeta conmemorativa del 68, me topé en el estacionamiento a Paco Plancarte, mi cotutor de tesis de posgrado. En el camino nos topamos con Ignacio Salazar. Me lo presentó y le dije - ya nos conocemos-. Muy sonriente y sin ahondar en el detalle nos despedimos.


LA CASA DE "EL CUERVO" 

Nunca lo supe y menos mi familia. La casa en la colonia Industrial con domicilio Fundidora de Monterrey no. 115, en donde viví de 1979 a 1993, fue habitada por el cantante de música vernácula Alberto Ángel "el Cuervo". Lo supe porque en la página wikipedia dedicada a la colonia Industrial se menciona. Lo ratifiqué con el Cuervo vía messenger. Me dijo que sí, que ahí vivió en su infancia y que fue casa de su abuela.  Después de que murió don Raúl Morales Escudero (mi padre) en 1979, mi madre nos llevó (a sus cinco hijos) a vivir a la colonia Industrial. La casa tenía dos niveles y nosotros nos asentamos en la planta baja (no era duplex pero el dueño rentaba el piso superior a otra familia). Tenía un patio pequeño en la entrada, dos recámaras con ventana a la calle, un baño regular con mosaicos antiguos, un comedor, una cocina pequeña, un espacio que en su momento fue habitación de mi tío Jesús y luego sala, y una azotehuela con un retrete en un cuartito apretado. Ningún rastro de "el Cuervo" cuando llegamos. La casa, de estilo modernista de los años 30 del siglo XX, a espaldas del parque María del Carmen, parecía holgada para una pareja joven, pero fue en esencia apretada para cinco niños, mi madre y mis dos tíos.


Anecdotario 1


SOBRE LA ANÉCDOTA. 

La anécdota nunca será, por más que la defiendan, sustituto de la historia. Tampoco lo será la crónica. No estamos hablando de posiciones jerárquicas, sino de sustancia y de permanencia. La etimología no ayuda mucho a establecer una definición precisa y tampoco a distinguirla de la crónica, el relato, el cuento e incluso la historia. Dice el diccionario: del griego anékdota, suceso curioso y poco conocido, relato breve, suceso circunstancial o irrelevante. 

 Lo que no dice el diccionario es que las anécdotas poseen una buena dosis de mitología, y en ello radica su inteligencia. Así que no se tomen estas anécdotas como determinantes soluciones, como si fueran dechadas  virtudes de comentarios banales de facebook o de twitter, pero tampoco se les desdeñe como si fueran mínimas explosiones emocionales para ratificar los fantasmas de mis egomanías. En los sucesos cotidianos se esconden los subterfugios del inconsciente y las verdades desbocadas de los instantes pasionales. El problema es la perspectiva, que se da con el tiempo y sobre todo, con madurez visionaria. Cuando no podemos empalmar los errores con las verdades, recurrimos a las justificaciones, y todos, sin excepción, somos maestros consumados del autoengaño. Sin la perspectiva de la historia personal no tendríamos qué contar, por eso la falta de memoria recurre por momentos a la fantasía o a la reconstrucción bien lograda, lograda al menos para una buena narrativa, como también hacen la crónica y la historia. Sobre la verdad en la anécdota, no debemos tampoco preocuparnos, no debemos ser jueces ni miembros de un jurado para permitirnos un criterio propio. La reconstrucción de los hechos genera de por sí una distancia entre la verdad y la falsedad. Las anécdotas, más que convencernos, pretenden sorprendernos y con ello, gestionar expectativas. 

     Siempre quise exhudar mis anécdotas pero de una manera ajena a la esperanza de que se lean. Ha sido más bien una necesidad personal universal, es decir, la necesidad que tenemos todos de depositar en los recuerdos un hilo de dos extremos, uno de transitoriedad y otro de permanencencia. Lo personal es impersonal cuando los sucesos se enmarcan en el suceso mismo, en la materia que hace de la naturaleza humana algo distinto a la lógica de la historia personal. Lo impersonal, presente en nuestras vidas, es lo que nos hace ser lo que somos y al mismo tiempo, lo que decidimos. No es contradicción, es más bien, la contraparte de la razón de ser de todo lo que vivimos, en donde no existe lógica ni argumento, sólo el tejido de los hechos. 


UN VIAJE CON AGUSTÍN MONSREAL. 

En el encuentro de becarios del Fonca de jóvenes creadores 1997 en Jalapa, Veracruz, partimos tutores, becarios y organizadores desde el Auditorio Nacional. Me tocó sentarme con Agustín Monsreal, escritor yucateco y tutor del área de cuento. Llegué primero al asiento así que me tocó ventanilla en el autobús. El maestro se sentó a un lado de mí. El trayecto se hizo en silencio en nuestros asientos hasta las afueras de la ciudad de México, en donde cobra ritmo el viaje en la carretera. Rompí el hielo. Me presenté y se presentó, nos dimos la mano. Después de intercambiar información sobre nuestras áreas artísticas le dije, abusando de la cercanía y del hielo roto, que los moldes artísticos se construyen sobre cimientos de inercia perceptiva, como sucede con las modas y el consumo. Agregué que incluso las identidades regionales o nacionalistas no se escapan del banalismo y las representaciones sobre estimadas. Se molesto mucho, me escudriñó y señaló mi playera diciendo -¡Cómo eso que tienes ahí!- Yo vestía unos jeans y una playera azul con un estampado de los Broncos de Denver, una ropa para mis 26 años casual y que simplemente correspondía con mi edad y con mi comodidad. Nunca me he comprado ropa estampada con la intención de identificarme con un equipo de fútbol, así que su comentario me sorprendió porque no entendí al inicio su molestia y no lograba conectar mi comentario con mi vestimenta. Viajamos en silencio un rato mientras procesaba en mi mente lo sucedido. De reojo vi que portaba un pantalón casimir y una guayabera blanca, epiteto de un formalismo provinciano. Caí en la cuenta que el maestro asumió mi comentario como personal y que interpretó mi juicio como dirigido a su forma de vestir. No me pareció pertinente disculparme pues mis comentarios nunca fueron para él y más bien, él se puso el saco. Intenté dos veces retomar el diálogo pero sus monosílabos y su mirada dirigida al frente mantuvieron la brecha. Cuando llegamos a Jalapa y el autobús se detuvo, el maestro brincó de su asiento, tomó su equipaje y salió rápidamente por el pasillo, como si le urgiera bajar del vehículo. Me dio una risa ligera, como esas que salen aderezadas de una seguridad somera y me dije en silencio -La distancia entre ser y no ser respecto de los demás no es la edad ni el ilusionismo que uno se hace de sí mismo, es una realidad que no vemos y es la que, por muy clara que sea, no tiene porqué corresponder con la realidad de los demás-. 


RETRATO DEL MAESTRO ALEJANDRO ALVARADO CARREÑO 

Conocí al maestro Alvarado (Alejandro Alvarado Carreño) en una exposición colectiva de jóvenes creadores generación 1997-1998, en galerías del Centro Nacional de las Artes en 1999. Creo que me lo presentó Ricardo Morales. El maestro Álvarado supo por terceros de mí y quiso conocerme porque sabía que hacía buril. Me invitó a visitar su casa-taller en Coyoacán. Meses después, mi esposa Maru y yo fuimos a visitarlo. Su taller era una nave anexa a su casa, en el corazón de Coyoacán y también era sede de la Asociación Mexicana de Grabadores. Nos recibió con calidez y con un tour a sus instalaciones. Me mostró algunos impresos antiguos y una caja con algunos buriles, misma que era parte de una mesa en donde apoyaba dos microscopios. Me mostró sus máquinas de impresión e hizo énfasis en un tórculo que afirmaba era de José Clemente Orozco. También me presumió una máquina timbradora, capaz de imprimir automáticamente grabados en metal de pequeño formato. Su archivo de estampas incluía grabados virreinales, europeos del período antiguo y de los siglos XIX y XX. También tenía planchas de cobre, acero, linoleo y madera. Desde un principio detecté un desorden y falta de cuidado y conservación de su colección. Tenía varios gatos deambulando libremente en su taller, trepando sobre las mesas, prensas, fieltros, papeles y estampas, de tal manera que había pelos por todos lados y un perfume permanente de orines de gato. Con esta visita se estableció un enlace que duró poco más de 20 años. 

     En 1999, por medio de mi hermano Javier, Concretos Apasco me comisionó la impresión de un grabado ejecutivo para fin de año, un presente artístico que Apasco regalaría a sus proveedores y amigos. Era el segundo proyecto con Apasco y yo no tenía tórculo. Recurrí al maestro Alvarado, quien me prestó su máquina timbradora para editar el tiraje. 

     En el año 2000, Regina Burillo, encargada de proyectos culturales en el Museo de San Carlos, me invitó a elaborar un grabado conmemorativo para la nueva sede de la Academia de Artes, que ahora sería trasladada al antiguo convento de la Merced. Recurrí para el tiraje con un amigo, Francisco Magallán, quien tenía un tórculo en su casa allá por Villa Coapa y que no tuvo intención de cobrarme ni quinto. La edición consistía en 400 impresos. Cuando mi esposa y yo terminamos el tiraje y por fin lo entregamos en el museo, nos dimos cuenta que faltaban 40 impresiones. Recurrí entonces al maestro Alvarado, no quería incomodar otra vez a Paco. El maestro me rentó su taller y terminamos el tiraje.

     En 2012, al maestro Alvarado se le ocurrió que le hiciera un retrato a buril. Postergué la realización de su propuesta hasta 2014, luego de varias insistencias del maestro. Me basé en unas fotografías que le tomé para mi tesis, en donde también aparece una entrevista que le hice. Cuando terminé el grabado, decidí llevárselo a su casa. Acordamos por teléfono vernos a las 9:30 de la mañana. Al llegar a su domicilio, toqué el timbre varias veces y no me abrió. A las quinientas apareció a lo lejos su hija, Ann, que venía a paso lento subiendo la calle. Me dijo que su padre estaba dentro y que no sabía nada de la cita. Me hizo esperar en la calle en lo que le avisaba a su padre. Minutos después salió el maestro. Sin pena por el olvido, me hizo pasar. Le entregué el grabado, mismo que yo había envuelto con un respaldo de cartón para su protección. Lo miró sin mucho interés y lo puso en el suelo recargado en uno de sus tórculos. En ese momento llegaron unas señoras (las hicieron pasar). El maestro acudió rápido y con pompa a recibirlas, dejándome a mi por un lado. Por la charla, parecía que las tipas eran unas autoridades o trabajadoras del Banco de México y que estaban en tratos con el maestro para que les curara una exposición de billetes. Después de un rato, como recordando que yo estaba ahí, me presentó con ellas pero siguió en lo suyo. Ante mi desesperación y poca tolerancia, me despedí rápido del maestro y me fui. El grabado se quedó en el piso. 

     El maestro dió un curso de buril en "la Parota" y me enteré de eso porque me habló por teléfono para decirme que al director de ese taller le regaló el retrato que le hice y que le diera otro, así no más, como si nada. Ya me había acostumbrado a algunas situaciones irreverentes, pero siempre me tomaba por sorpresa. Una vez me preguntó a quema ropa cuánto ganaba. Otra, que los grabados que le donaban otros grabadores para su asociación, los regalaba o vendía. 

   En otra, lo visité en el taller donde daba clase en la academia de San Carlos, cuando irrumpió sin educación Ana Barbosa, una amiga de él que estaba escribiendo un libro sobre el grabado en México. Después de su entrada triunfal, me preguntó - ¿Y tú quién eres? - Cómo si fuera un mueble o un personaje indigno de su vista y de la presencia del maestro. El maestro no la disculpó, me presentó con ella y le pidió incluyera mi nombre en su libro. Ese libro, todavía sin publicarse, pasó por mis manos primero, pues fue mi primer arbitraje. 

     No le contesté al maestro cuando me pidió otro impreso de su retrato, fue la manera más amable de decirle que no. 

     Un año antes de su muerte, me llamó por teléfono para invitarme a un proyecto consistente en una serie de grabados alusivos al juego de baraja de la lotería. Le dije que no me interesaba. Se sorprendió un poco y me insistió añadiendo nombres de grabadores reconocidos que había invitado y le aceptaron sin chistar. Su asociación (AMPIG A. C.) era una manera de fomentar la producción gráfica, pero también tenía una cara económica, vendía grabados, carpetas, libretas y se daban cursos por gente invitada y con alumnos inscritos por módica cantidad. Recién lo conocí le compré una membresía en su asociación pero al no percibir prebenda alguna, la cancelé. El maestro me insistió en reanudarla, de tal manera que debía pagar la membresia, la credencial y además ir por ella hasta Coyoacán. Pues no. 

     Por ahí de 2013, le sugerí organizar su colección de estampas antiguas y catalogarla. No me contestó pero era una negativa. Paco Plancarte me dijo que le propuso lo mismo y también se lo negó. Coincidimos sobre el descuido de su colección y el mal trato que le tenía a grabados y placas de Posada, a los grabados de su padre, a los grabados de principios del siglo XX, y de muchas otras estampas antiguas y decimonónicas. Entre tantas visitas que le hice, vi que tenía todo apilado en cajas viejas, encimadas, polveadas y sin un trato manual correcto. Una lástima. 

     Una lección de lecciones del maestro fue que me enseñó cómo corregir los errores en placas de grabado en metal. Y su sencillez y su calidez, percibible en la manera en que hacía del taller de su casa un centro de comunión y tertulia. 

     Me enteré de su muerte por las redes sociales. Lo lamenté compartiendo la noticia con mis colegas de la facultad, quienes, a excepción de uno, no hicieron comentario alguno. La historia del grabado, cuyos orígenes corresponden al maestro Alejandro Alvarado Carreño, proviene de una línea directa, primero, la de su padre Carlos Alvarado Lang, y de ahí hacia la antigua Academia de San Carlos y todo lo que sabemos sobre el grabado en México y Europa.