sábado, 23 de diciembre de 2023

El viajero redimido

 


Llegué a cualquier hora, no sé si tarde o temprano.

Traspuse el portal, y las miradas, como esperando, como atentas a un suceso memorable

       se insertan sobre cualquier visitante que llega. Soy visitante. 

Sin titubeos, el líder abrió su trinchera y me invitó a la mesa (no es una formalidad suscrita, es un impulso primitivo). 

El espacio es una sala pequeña y apretada con una gran ventana, que se baña de resolana matutina

           y de fuego crepuscular por la tarde.

Un umbral ignorado que invita a breves periplos.

Los guardias del lugar me integran sin mesura, sin análisis previo a sus letras, sin un enjuague anticipado a sus cercos de angustias. Se desnudan y se tapan con cobijas de miedo. 

Agradezco y no agradezco. Me desboco y me retraigo.

               No es mi espacio y es mi espacio a un tiempo. Mis letras salen pulidas y    

                              jabonosas de mis labios. 

Predigo cambios. Las flechas de sus miradas mantienen su firmeza. 

Hundo el pie en el clutch y piso el acelerador, apresuro los cambios pero

                       mantengo las predicciones. 

Un guardia se levanta y se va so pretexto de ocupación. Otro más disimula atender el teléfono. El líder clava su mirada en otro visitante 

              y se levanta para tender su mano.

El cuarto guardián se queda, no sin antes participar en lo común conmigo, en hacer un trato teórico-verbal ¿Es una farsa? ¿Es un saineté o es un interludio previo a la definición? 

Llegan más visitantes. No traspasan el portal porque los guardias

                          están afuera, evitándome (el cuarto guardia salió en cuanto agujoneé su orgullo). 

Me quedé sólo en la sala. Frustrado al inicio por la carencia de formalidad, pero luego contento por un rayo sesgado de luz solar en mi ojo izquierdo

                                 ¡Me dí cuenta, es tarde! 

Salí por la ventana por un instante y regresé con júbilo y sereno, satisfecho de un deseo que no es deseo. Solaz.