lunes, 6 de julio de 2020

Lo que vale la pena

Tan sólo en dos ocasiones, solo en dos, me han preguntado mis alumnos sobre el poder de selección, éste que permite racionalmente valerse de sí mismo para identificar qué vale la pena y qué no. Por supuesto la pregunta no fue abierta, estos dos alumnos (separados por brechas generacionales mínimas) me la plantearon en el contexto de su carrera, en el terreno de las artes gráficas

-¿Cómo puedo saber lo que vale la pena?-  

     Pregunta de preguntas. La pregunta vino en ambos casos después de una exposición sobre historia del arte y estética, en donde cuestiono los gustos superlativos y la falta de indagación de datos para la construcción de un criterio selectivo. No me sorprende que me pregunten eso, ni me sorprende que mi respuesta no les satisfaga de entrada y que no quede claro la relación que tiene con todo. Si una de las más grandes responsabilidades que tiene cualquier profesor es mostrarle el mundo a sus alumnos para que aprendan a decidir por sí mismos, a ser responsables y críticos. La distancia que hay entre conocer el mundo y darse cuenta de él lleva mucho tiempo; la juventud es un obstáculo inherente y eso se cura con tiempo. Pero no en todos los individuos la madurez intelectual les llega con tiempo, se añaden otras cosas, por eso su relación con todo. ¿Pero cómo hacerles ver ante la juventud, falta de iniciativa, ejemplos fútiles de otros profesores y ausencia de interiorizacion? Me inmiscuyo en mis propias reflexiones y las expongo al grupo sin reservas, acotando con referentes y con el lenguaje en calidad y en cantidad que merece el espacio, y apuntando lo que me falta. Sin ambiciones ni desilusiones. Yo explico y nada más, la decisión y la experiencia le tocan al alumno.

     La respuesta a esa pregunta está en reconocer que nuestros gustos, elecciones y juicios evolucionan. Y que el tiempo de esta evolución se da en función del entorno que nos afecta y al mismo tiempo, de la libertad que tenemos para discernir lo que queremos. La cultura visual no se gestiona de manera aislada, se da a la par de nuestra historia personal, de nuestra educación familiar, escolar y cívica. Un ejemplo de esto es que pese a que el que estudia historia del arte, teoría del arte, sintáctica, gramática visual y técnicas de representación, no tiene necesariamente un juicio crítico afinado, no tiene criterio. Como no hay garantías, al final la responsabilidad individual se traduce en poder de selección. Para un juicio pertinente y justo en las selecciones, se debe ir contra la naturaleza humana: supervivencia, competencia y predacion. Se debe construir un basamento sólido que se sobre ponga a las mayorías y que disponga a su vez de ambiciones y rutas  consistentes. El error y el acierto son parte del camino, y el reconocimiento de ello depende de cierto pragmatismo pero sobre todo de mucha sinceridad.

     -¿Qué tengo que hacer primero?-  

Pregunta seguida de la primera. En realidad no debe haber repuesta para eso porque es de índole personal. Decirle a alguien lo que debe hacer va en contra de su educación y de sus espectativas, de lo que es como persona. Pero ya que pregunta, le digo que lo que debe hacer primero es ver lo que no le gusta (para ir contra sí mismo y comparar sus gustos superlativos con las variables existentes), y que acepte que su juicio merece tiempo para que evolucione, para que madure. 

 -¿Cuánto tiempo profesor?- 

-No hay una regla, depende de tí - Le. Dije. 

     Y ahí se frenan sus preguntas. El alumno quiere un instructivo, no un incentivo. No hay más que decirle. Es personal.