LA DESPEDIDA DE AGUS DE LA CRUZ.
Por una extraña sensación, tuve el impulso de subir a facebook unas fotos de mis dibujos hechos entre 1984 y 1990. Los había fotografiado para mi clase de dibujo, para mostrarles a mis alumnos sobre la importancia del proceso evolutivo en el aprendizaje de dibujar y para que se dieran cuenta de su nivel respecto del de un niño de 12 a 18 años. Casi al instante, los comentarios afloraron en la pestaña de notificaciones. Un comentario en especial de Agus de la Cruz remembró mi etapa de estudiante en la secundaria. Agustín de la Cruz era mi compañero en el taller de artes pláticas, y juntos compartimos la experiencia de trabajar bajo las órdenes del profesor Sergio Fernández Carreón, versado maestro, egresado de la academia de San Carlos. Desde la secundaria nunca volví a ver a Agustín pero nos habíamos saludado en facebook de vez en cuando. Agustín compartió en su comentario un portafolio de madera que el maestro nos había enseñado a ensamblar, un estuche de pinturas que con todas las minucias y cuidados del carpintero, que el profesor Carreón nos hizo fabricar en el taller - ¿Te acuerdas de este trabajo que hicimos en la secu? Y ahí tengo la mayoría que hicimos como recuerdo- Dijo con un ánimo sincero y nostálgico. Cuatro días después, Agustín falleció y los breves intercambios que sostuvimos adquirieron la imagen profética del despido.
DAVID HUERTA Y EL HIJO DEL CUERVO.
No recuerdo exactamente cómo, pero sí es seguro que para presentar a la editorial Libros del Dragón (a cargo de Salvador Alanís), asistimos grabadores y escritores a "El hijo del Cuervo", en el Centro de Coyoacán, en 1997. Salvador me presentó con David Huerta, hijo de Efrain Huerta, y me presumió con el libro que hicimos juntos para la editorial: "Mito y realidad", una carpeta de grabados hechos entre 1994 y 1996 en la Enap. Salvador escribió unos poemas para el libro, ejemplar único. David Huerta, quien miró la animosa exposición de Salvador y con un aire mezcla entre arrogancia e incredulidad, llevó sus ojos de mis grabados a mis ojos dos o tres veces y luego, con aire de erudito internacional y sin mesura, asintió con la cabeza y se retiró caminando al fondo del recinto, como si no hubiera pasado nada.
ENCUENTROS ENTRE 23 AÑOS.
En el segundo encuentro de becarios de jóvenes creadores del fonca en la universidad de Jalapa, Veracruz, en 1998. Camino a una sesión con tutores, alcancé a Ignacio Salazar, tutor del área de Pintura. Me presenté, y con la idea de interesarlo, le dije que fui compañero de grupo de su hija Diana. Sin mas intención que establecer lazos de comunicación e intercambio y con afán de asegurar su atención, metí a su hija en mi presentación. No sé detuvo para nada, me echó una mirada sesgada y asintió con un - Mmmmh-. Esperé me dijera algo más pero no, seguimos caminando juntos hasta el inmueble y ahí nos separamos. 21 años después, en una visita a la Enap Xochimilco con motivo de la firma de unos grabados para una carpeta conmemorativa del 68, me topé en el estacionamiento a Paco Plancarte, mi cotutor de tesis de posgrado. En el camino nos topamos con Ignacio Salazar. Me lo presentó y le dije - ya nos conocemos-. Muy sonriente y sin ahondar en el detalle nos despedimos.
LA CASA DE "EL CUERVO"
Nunca lo supe y menos mi familia. La casa en la colonia Industrial con domicilio Fundidora de Monterrey no. 115, en donde viví de 1979 a 1993, fue habitada por el cantante de música vernácula Alberto Ángel "el Cuervo". Lo supe porque en la página wikipedia dedicada a la colonia Industrial se menciona. Lo ratifiqué con el Cuervo vía messenger. Me dijo que sí, que ahí vivió en su infancia y que fue casa de su abuela. Después de que murió don Raúl Morales Escudero (mi padre) en 1979, mi madre nos llevó (a sus cinco hijos) a vivir a la colonia Industrial. La casa tenía dos niveles y nosotros nos asentamos en la planta baja (no era duplex pero el dueño rentaba el piso superior a otra familia). Tenía un patio pequeño en la entrada, dos recámaras con ventana a la calle, un baño regular con mosaicos antiguos, un comedor, una cocina pequeña, un espacio que en su momento fue habitación de mi tío Jesús y luego sala, y una azotehuela con un retrete en un cuartito apretado. Ningún rastro de "el Cuervo" cuando llegamos. La casa, de estilo modernista de los años 30 del siglo XX, a espaldas del parque María del Carmen, parecía holgada para una pareja joven, pero fue en esencia apretada para cinco niños, mi madre y mis dos tíos.
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