Tengo dudas muy serias sobre la apreciación artística. Aquí no cabe el ser democrático porque la cultura estética, pese a su universalidad, es selectiva. La cultura que el público tiene sobre el arte es más mundana que estética, las más de las veces es un tipo de ceguera estética que viene bien aderezada de gustos, y el gusto nunca es por obvias razones, un factor serio para la apreciación de las obras. En una entrevista dije que el público no es tonto, y es cierto, la tontez representa un nivel de criterio propio de juicios fraudulentos, porque la apreciación del arte no sólo se constituye con datos precisos sobre su descripción, significado, técnica o historia, sino con valoraciones perceptivas. Y aunque en la percepción también existen factores cognoscitivos que la nutren y por ende, niveles perceptivos, la unanimidad prevalece (?).
Pero no califiquemos al público como un ente pasivo y ajeno al arte, los mismos artistas y estudiosos del arte poseen a diferentes niveles, una apreciación, y eso los hace también público. Lo que hace del criterio del público por un lado y de los artistas y estudiosos por el otro, nada tiene que ver con que unos no saben y otros sí saben. La ceguera estética no discrimina. Los que saben (artistas, teóricos del arte y público en general), construyen su criterio en base a una identidad grupal, misma que reafirman de acuerdo a la esfera a la que pertenecen, y ello no garantiza un conocimiento absoluto ni tampoco una valoración pertinente. La acumulación de datos es propia del conocimiento enciclopédico y requiere siempre del factor crítico. La práctica artística reafirma un tipo de herencia y una permanente reafirmación de modos de ver y entender a través de la vigencia productiva, pero no constituye por sí sola el criterio suficiente para valorar los procesos y los significados de la obra artística.
Dos tipos de ignorancia. El que sabe, no sabe que no sabe o cree que porque sabe algo, lo sabe todo. Y el que no sabe, aunque sabe que no sabe, cree que lo que sabe es suficiente para calificar lo que no sabe. En ambos casos, lo mundano y lo selectivo constituyen dos núcleos perceptivos con variables nominativas: pasivos o activos, apreciativos o críticos, ignorantes o responsables.
La justificación (no la argumentación) en ambos casos, logra compensar los faltantes. La ceguera estética no es un ente pasivo, es tan activo como los procesos productivos y valorativos del arte. El artista, el historiador del arte y el crítico del arte pueden ser tan ignorantes como el público. Y el público puede ser tan sabio como el artista. Lo mundano y lo selectivo transitan en un puente de doble vía y reflejan valoraciones dispares de apreciación sobre el arte. Lo categórico no es definitivo, y la información no garantiza un conocimiento. Saber es así, tan sólo una forma de interceder la duda, pero sin necesariamente aclararla o determinarla.
El éxito no representa tampoco un parámetro, porque se encuentra íntimamente ligado a lo social. Las unanimidades son indicadores de factores cuantitativos, no necesariamente cualitativos. La obra de arte es exitosa en buena medida por negociaciones, recomendaciones y decisiones políticas. La sociedad también es ciega en estética porque no se da cuenta de su propia ignorancia y porque antepone la idea del yo democrático y de las masas a la objetividad valorativa. El juicio del arte es a veces sincero y otras veces lo es en extremo deshonesto; a veces deben de transitar generaciones enteras para que la gran obra resurja, y en un instante la mediocridad se establece. Las sociedades cultas reconsideran sus juicios, las sociedades ignorantes se tragan sus vicios y los vomitan como si parieran evangelios.
Unos historiadores del arte comentaron ante un mural mal trazado, pintado y compuesto, que las flores pintadas allí eran bonitas. Una exalumna, que ahora se considera ilustradora, dijo en una entrevista virtual que no hace falta saber dibujar, que basta con hacer coincidir su ímpetu expresivo con una forma de solución en donde el reconocimiento y la venta de su obra le generen plenas satisfacciones.
Muchos teóricos prefieren evitar la forma y priorizar por el contenido, pues su desconocimiento del área les permite encontrar la manera más eficaz de resaltar que saben a través del contenido, sin saber nada de la forma.
Un pintor de paisaje que sólo pinta volcanes, repite el discurso de su maestro y gestiona para sí mismo y para el mercado que le requiere, modos de teorizar algo que él sabe no va más allá de justificar sus límites creativos.
El grueso del público prefiere los indicadores mediáticos y los clichés iconograficos, aunque no tenga respaldos informativos ni mucho menos reflexiones sobre sus propios juicios. No saber es aquí, una manera de hacerse coincidir con los demás y con ello, de validar la libre opinión.
La relación del arte con la sociedad no está en su complicidad sobre temáticas e intereses compartidos. La cultura estética le compete a todos, artistas y no artistas, pero al ser selectiva, lo mundano debe transmutarse en sublime y lo sublime redimirse a lo mundano. Los grandes temas del arte están en el cómo, no en el qué. Lo inútil del arte para la sociedad le ayuda a mantener su selectividad. Si el arte es inútil e improductivo, la sociedad se atribuye una posición de distancia y con ello, una incapacidad de valoración estética. Por otro lado, el artista requiere de la sociedad para ser artista y para ser persona, de tal manera que su actividad le demanda una distancia, y su ser como persona lo acerca a ella y lo hace ser parte de ella.
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