viernes, 6 de mayo de 2022

Adhara Pérez y el universo del yo

 


ADHARA PÉREZ Y EL UNIVERSO DEL YO

―Adhara Pérez, la niña genio con IQ superior a Einstein―, decía una nota en la sección de cultura del periódico dominical. Irónicamente, a un lado de la noticia, había un anuncio de plana completa que decía con grandes letras y el rostro de una bella modelo que sonreía: ―Estudia inglés, la llave del éxito, tu futuro en nuestras manos― La nota describía con lujo de presunción y orgullo nacional, que Adhara, a su corta edad, estudiaba dos carreras universitarias y que estaba más que lista para irse a Estados Unidos a estudiar astrofísica y de ahí, aspirar a ser astronauta.

     ¿Por qué una niña mexicana de ocho años tendría que comprometerse con tanta energía en los estudios cuando las variables de vida no requieren tanto esfuerzo y son otras las opciones (al menos para todos), más asequibles y aceptables en nuestra sociedad, como nacer, desarrollarse y morir, estudiar y trabajar, casarse y tener hijos, poner un negocio, ganar dinero y en vacaciones ir a la playa, comprarse un coche o una pantalla para ver el fútbol, hacer antigüedad laboral y luego jubilarse, tener amigos en facebook, dar y recibir likes sobre cualquier cosa, o sencillamente, disfrutar de la vida sin mayores complicaciones que vivirla como venga. Y más para una niña, en la que cabe la idea, propia de su edad, de cursar la primaria, jugar, hacer deporte, aprender a tocar un instrumento musical como un hobie y aprender a ser mujer en un mundo varonil?   

     La nota no nos presenta ninguna de estas perspectivas. Prácticamente ha trazado su esquema de vida: niña mexicana de mentalidad precoz, capaz de estudiar con anticipación un grado profesional y digna, en el campo científico, de ser astronauta.

     Me inunda la duda si sor Juana viviera en esta época, si también sería candidata para estudiar astrofísica en la Universidad de Arizona, y me da risa imaginarla con su casco y su traje de la NASA. Pero la reflexión, con todo y la risa, va en serio.

     El caso de Adhara es el de muchos niños y jóvenes que, ante su aparente o ratificada imagen de genios, representan el cliché de que es fácil colgar estatuillas de nerds, raros o pequeños sabios a personas que presentan un perfil como el de ella. Incluso sus historias vienen casi siempre bien aderezadas de incomprensión, bulling, agresión familiar o sexual, o de escasos recursos. El romanticismo ayuda mucho para enfatizar lo excepcional de la nota.

     Pero lo realmente relevante de esto no son en sí los casos, sino el tejido cultural que reflejan. El reflejo está ahí para decirnos primero, que las ciencias siguen posicionándose, sin mayor indagación ni argumentación de lo que representan, como la cúspide del conocimiento. Está también dentro la idea velada pero poderosa, de la NASA y del espacio, icono de lo científico universal, que es más bien gringo. Tenemos también y por supuesto el espacio mediático, que se aprovecha de dar una nota y de exagerar los aplausos. Si fuera el Renacimiento, un niño genio no sería menos que normal y no habría dudas en colocarlo en el taller del maestro y que se pusiera a aprender, trabajando desde la jerarquía más baja, la de ayudante. Adhara, por el contrario, se brinca los niveles académicos, tiene que atender los reflectores y aprender a manejar, como su corta edad le indique (o como le indiquen), las alabanzas y consejos de los adultos que la rodean. Lo que destaca es un examen de coeficiencia intelectual en donde resultó más inteligente que los mismísimos Einstein y Stephen Hawking. Hasta la afamada revista Forbes le dio un espacio a su caso e incluso, sin palabras más trascendentes que las de las feministas, Adhara defendió su condición de mujer (no de niña) frente a un mundo acaparado por los hombres.

    Lo que hace del conocimiento una sustancia nutritiva para la proyección a gran escala de una persona no es sólo el cúmulo informativo, sino el pensamiento crítico, reflexivo y propositivo ¿hasta allá llega Adhara? ¿de verdad es un caso como el de Mozart o Leonardo da Vinci? No estamos en el Renacimiento ni en el siglo XVIII y eso desde luego, pone condiciones distintas. Pero las comparaciones no son descabelladas cuando ponemos en juego las cualidades humanas, y eso sí, no tiene restricciones temporales ni geográficas. La educación actual nos ha mostrado que se requiere de una reestructuración para hacer no sólo un motor que produzca más Adharas, sino del beneficio social que eso conlleva. Las civilizaciones educadas han generado a los grandes pensadores, artistas y hombres de ciencia. La nuestra es una civilización que exalta la idea del éxito en los negocios, en hacer dinero, en el espectáculo banal y transitorio, como ser youtuber, influencer, gamer, locutor, actor, cantante o futbolista. Un niño genio, en un ámbito de esta naturaleza no es normal y por ello, debemos ponerle atención y llevarlo hasta la cúspide, y qué mejor manera, que subirlo de golpe y porrazo de la primaria a la licenciatura, porque puede, porque lo merece y porque lo merecemos todos como ejemplo. En un mundo nihilista el conocimiento no importa, importa lo que impacta, lo que en dado caso puede exprimirse de él. Sin un sostén elocuente e inteligente, más bien mundano y trivial, el potencial de Adhara espera la decisión más responsable que puede tener, que es la de ella misma cuando crezca y tenga más conciencia de lo que puede hacer con su destino, y en eso no tienen por qué caber los aplausos y la gloria anticipada. Tanta gente excelente en sus áreas, valiosa por su labor y desempeño en las artes y la ciencias, se mantiene en el más digno anonimato y no requiere para sus impulsos y reconocimiento, más que su convicción, su energía y lo necesario para mantenerse y mantener a su familia. El éxito económico y mediático queda bien para un boxeador o un empresario, que no tienen por qué ser en lo mínimo inteligentes ni mucho menos genios, tal vez sean astutos y sagaces, pero no pensadores, la inversión en esos casos no es intelectual, es material. El éxito no es aquí la idea del homo sapiens: pensar. Es la voluntad del ser proyectado en lo socialmente aceptado. Las vanaglorias del pensamiento han dejado de ser del interés común y han dado paso a la importancia de la estupidez.

     Un joven promedio, egresado de la preparatoria, no sabe qué quiere hacer con su vida. De esta decisión está en primer plano qué va a estudiar a nivel profesional. El esquema educativo no contempla las habilidades e intereses detectados desde niños, más bien se sobreponen consensos y prejuicios. Si tal posibilidad de estudiar existe, es gracias al triunfo de la democracia, que hizo posible la educación gratuita para todos. Pero está también la tradición familiar de estudiar (como sea lo que eso signifique), cosa que por lo común se hereda, y la fortuna que da pasar el examen de admisión y obtener un lugar en las carreras. El triunfo de la democracia en la educación tiene consecuencias negativas, entre éstas, un número exacerbado de población, una deserción enorme y una calidad en los perfiles de ingreso y egreso deplorable. ¿No es más bien que Adhara, en un mundo estéril y mediocre, parece, por el simple hecho de generar contraste, un genio cuando en realidad no lo es? El hedor por costumbre termina aceptándose como normal, cuando lo realmente normal no requiere mayor esfuerzo que un mínimo de responsabilidad. Si Adhara logra mantener este esquema (de genio) como normal en su desarrollo, se dará cuenta, con dolor y sacrificio, que su talento representa apenas una parte de lo que puede ser capaz de hacer, y tendrá entonces que asumir, que su entorno es el rival más difícil de vencer después de sus propias debilidades.

     La edad de los niños genios está asociada a su condición biológica, lógica y psicológica. La inteligencia en el individuo corresponde con la evolución de su capacidad cognitiva, que en estos casos se encuentra bien planteada y sustentada en "La psicología de la inteligencia" de Jean Piaget. El desarrollo del niño mediante las actividades de orden sensorial y motriz van de la mano o resultan en el desenvolvimiento del lenguaje, que a su vez resulta en la "mediación cultural" (Lev Vygotski) es decir, en la construcción de edificios de interacción social. Esto podría explicar parcialmente porqué los niños prodigio logran conexiones cognitivas complejas y en poco tiempo. La relación entre el individuo y el mundo está en la construcción de compartimentos perceptivos, que son los que hacen a su vez formas de ver y de sentir el mundo. Casos aislados vienen a colación todo el tiempo, cuando se citan padecimientos mentales asociados a capacidades intelectuales y motrices múltiples, como los niños autistas o dawn, que en muchos casos son excelentes pianistas, pintores o matemáticos. Parece ser que una pequeña dosis de desapego del mundo, de imposible determinación métrica, influye sobremanera en la potencialización intelectual, cosa que de por sí está presente en el desarrollo creativo de artistas y científicos, en donde los vemos inmersos en sus tareas y poco o nada influye el mundo cotidiano en sus proyectos, razón por la cual se les denomina melancólicos, hijos de Saturno. El otro es el factor externo, el ambiente o contexto, que como en el ejemplo del Renacimiento o de otro período de apogeo artístico o cultural, funciona como un caldo de cultivo propicio para el genio. Pero estos ingredientes no representan nada si la decisión del individuo no los hace coincidir o no los aprovecha. La idea que tiene el niño del mundo es una mezcla entre descripciones, significados e interpretaciones, y aquí él se encuentra sólo consigo mismo. Yo lo llamaría responsabilidad, porque le compete solo a él como individuo y porque de su decisión resulta un nivel de compromiso. Recuerdo muy bien una ocasión en la que, en mi clase de dibujo de primer nivel, una alumna de 18 años, con arrogancia y presunción me dijo que ella ya sabía dibujar y que respaldaba su postura porque le habían dado un premio en el concurso "el niño y la mar". Con los primeros ejercicios psicomotrices de trazo lineal reventó a la primera. Al compromiso y visión personal sumamos la responsabilidad ajena. Un buen maestro, un buen tutor, unos buenos padres o cualquiera que funja como ejemplo excepcional para el niño es fundamental. Los premios, becas, reconocimientos y alabanzas a temprana edad pueden en dado caso, en vez de ayudar, perjudicar. Y aquí estamos en una encrucijada comentada sobremanera, pues se han considerado los factores generacionales como partícipes de modos perceptivos y con ello, de actitudes. No creo que los contrastes entre generaciones definan un todo conceptual, sin embargo, las brechas generacionales son transiciones temporales y espaciales que conllevan estructuras perceptivas. Mi negación apoya la parte universal del pensamiento, que es general porque abarca a todos los individuos por el simple hecho de ser de la misma especie. Por otro lado, respaldo mi postura de aceptación sobre lo determinante generacional, porque el contexto, que es el universo perceptivo, incluye factores cambiantes, como la educación, la cultura y los modos de vida.

     Así que podemos reconocer en los niños prodigio, además de sus virtudes intelectuales, capacidades perceptivas atípicas y podemos, hasta donde la razón y el estudio nos lo permite, cuantificar el fenómeno.

     La democracia educativa trae consigo una regla insoluble: entre más posibilidades de estudiar hay, menos calidad en la enseñanza resulta. Por la coladera pasan los derechos humanos, el lenguaje inclusivo, la igualdad de los sexos y la libre expresión, pasa de todo. Y todo es todo. Del deterioro educativo tenemos a profesores, directivos, planes de estudio, métodos de enseñanza, padres de familia y una sociedad sin conciencia cívica. Se filtran malos profesores, directivos y administrativos irresponsables, padres indiferentes y una andanada de acciones y decisiones de bufonada en la calle: ruido, basura, violencia, corrupción, etc. El mundo de Adhara no es el ideal para su genio, es contra su genio. Por eso se va a Estados Unidos, donde al menos, entre un idioma y un estilo de vida distinto, podrá tener una oportunidad.

     La posición social que tiene ser genio no pasa de ser la de un artista de circo, que entrena para complejas maniobras en el trapecio o la cuerda floja y del que luego nadie se acuerda. Además, ¿por qué el ser astronauta representa un gran reto cuando hay otros que no requieren esfuerzos tan o más complejos que saber de astrofísica, sin la necesidad de salir de la atmósfera terrestre? ¿Por qué debe ser el campo científico el que marca una pauta como pináculo del conocimiento? Si bien hay una tipología sobre las diferentes formas de conocimiento y las disciplinas que los representan, no existe una regla que determine qué disciplina es mejor que otra. Las instituciones parecen ser en primera instancia las responsables de estos acuerdos, luego están los espacios de consideración, como lugares de estudio y becas, a los que añadimos una idea romantizada y estereotipada que se cuestiona pero que no trasciende. La relación de las ciencias frente a las artes y a las llamadas humanidades es de por sí, una categorización arbitraria.

     ¿Tenemos que considerar también el potencial intelectual como síntoma o reflejo de la capacidad creativa? Lo creativo en este sentido vendría a ser, la manera en que el mundo se interpreta y se proyecta, y luego, el valor general que la sociedad le adjudica. Las habilidades tendrían que ser aquí de dos tipos: circunstanciales y constructivas, porque si bien la distinciones entre arte y ciencia son puntuales de acuerdo con sus fines e interpretaciones, coinciden siempre en aspectos tanto racionales como espirituales. Ejemplo de esto lo presenta Ikram Antaki como modelo que implica formas caprichosas y difíciles de explicación, rematando con una distinción entre el artista y el científico que es cuestionable: "Mozart componía a los tres años, Haydn a los cuatro, Mendelssohn a los cinco, Rafael a los ocho, Giotto y Van Dick a los diez, Schubert, Haendel y Weber a los doce... Las modalidades del trabajo varían: Milton y Rossi I se acostaban, Mozart caminaba recio, Baudelaire y Verlaine utilizaban drogas, Balzac café, Schiler los baños helados de los pies... Pero, a los que les preguntaban cómo logró descubrir la teoría de la gravitación, Newton respondía: pensando siempre en ella".