jueves, 28 de abril de 2011

Sobre la representación y el valor de la obra de arte

SOBRE EL VALOR DE LA OBRA ARTÍSTICA

Existe una indeterminada e insoluta apreciación sobre lo que es el arte y su propósito: tal situación ha generado espacios de creación con nombres, argumentos y formas que es prácticamente imposible determinar lo que son. Los modelos de los que dispone el productor de arte vienen del extranjero, de la ambiciosa estructura del mercado, de la academia y de un modelo aspiracional poco o nada comprometido con el oficio que implican las disciplinas artísticas. Ante tal conglomerado nos cuestionamos: ¿Qué es arte de todo eso? Y ¿Bajo qué parámetros podemos apreciarlo o calificarlo? ¿Existe una estructura que module su estética, su plástica, su discurso, su propuesta? Un intento por suscribir una calificación en la obra artística implica una correcta solvencia con los términos que se emplean y con la manera y solidez de los argumentos que se presentan. No pretendo aquí inculcar un criterio absoluto al respecto, es más bien un acercamiento a lo que en consideración a la experiencia y los valores que considero apropiados, merecen tomarse en cuenta; por supuesto que su significado, veracidad y consideración son susceptibles de duda y opinión, pero es precisamente eso lo que hace que una postura sobre el significado y valor de la obra artística merezca atención: que se plantee con todos los recursos posibles para su sustentación, que se ratifique en la comparación y comprobación y que implique también una postura y congruencia en el quehacer creativo. Debo añadir que los términos empleados en las artes visuales son siempre cambiantes como una respuesta a esta necesidad explicativa de los procesos y conceptos que se plantean los pensadores del arte; reacción normal en las artes y las humanidades dada su naturaleza propositiva, transformadora y promulgadora de nuevas vertientes reflexivas, por lo que en cuanto proponga un término o lo emplee de manera distinta a la usual, será en razón de reafirmar las ideas propuestas y de ratificar, dado su contexto explicativo, un significado más preciso.
La iconología, considerada como una disciplina estudiosa de las imágenes en su sentido iconográfico, estético, simbólico, histórico y demás, puede suscribirse como un conjunto de elementos que implican el análisis y el entendimiento de las imágenes en sus múltiples vertientes. Aquí por supuesto el interés es también múltiple porque implica todas esas consideraciones, pero importa ante todo para este escrito considerar el estudio iconológico como una plataforma o un acercamiento al entendimiento primario de la obra artística y después a la generación de postulados que permitan la reflexión y la crítica. En absoluto nadie tiene la última palabra, mucho menos en nuestros tiempos en donde la pluralidad de ideas y su valor superlativo justifican su libertad, pero si existe un eje que module lo correcto de lo incorrecto, debe considerar a la razón, a los antecedentes históricos en la producción de imágenes, al empleo de una técnica o proceso de producción y a la repercusión o impacto emotivo en el espectador y que de por sí contiene la obra misma y que refleja en esencia la intención y pensamiento del artista.
De icono-imagen y logos-estudio, la iconología implica el análisis y estudio de las imágenes. En el arte, las imágenes consideran para su estudio y análisis su significado y contexto histórico-social. Sin embargo, no nos indica cómo y bajo qué condiciones se determina su valor como obra artística y bajo qué esquemas o jerarquías esto puede determinar su calidad. Y si bien la iconología como estudio y la iconoclastia como su oposición funcionan como términos que describen actitudes opuestas, podríamos atrevernos a mencionar, en referencia al valor de la obra artística, que la jerarquía entre ellas radica en los caracteres estéticos, plásticos y expresivos que la contienen. Sin embargo, es importante tomar en cuenta también que el estudio y análisis del significado de la obra artística a través de una disciplina cuya estructura epistemológica funciona ya como un parámetro o una directriz bien instaurada, no es definitiva; la iconología y la semiótica son solo estructuras del pensamiento que permiten mediante la reflexión, un entendimiento somero de las imágenes, pero sólo eso. El valor de las imágenes no radica en que puedan ser estudiadas semiótica o iconológicamente, sino en los múltiples caracteres que acompañan en la reflexión a la duda, la crítica, la comparación, el escrutinio, el impacto emotivo y la generación espontánea de ideales de apreciación. Pero ¿cómo determinar el valor de la obra de arte cuando, independientemente de su significado, adquiere predominancia por circunstancias y aspectos que en su determinación histórica se suscitan bajo esquemas difíciles de categorizar? ¿Es la obra de arte la que propicia tales acontecimientos? ¿Es el artista el responsable de la directriz que adquiere su obra como ente generador de actitudes y mentalidades disímiles? ¿Es responsabilidad de las personas, épocas y lugares en donde la obra vive o es presenciada que se le valore de determinada manera? ¿Acaso se trata de formas de pensamiento o criterios de apreciación generados por valores culturales y sociales propios de determinados contextos históricos?
La obra de arte es por sí misma un objeto artístico y un cúmulo contenido de ideas y significados que por sí mismos deben sustentarse. Claro que la pieza artística no puede ser considerada por nadie si no es del entendimiento de al menos una persona sobre su existencia como obra de arte; pero eso es precisamente lo que limita su valor como objeto y como ente comunicativo o expresivo y como motivador de conciencias (añadir sobre el pensamiento platónico en Miguel Ángel). El arte, al ser una vertiente productiva del hombre y para el hombre, implica racionalmente que se considere bajo ese parámetro. Sin embargo, lo impersonal para el hombre sería producir arte con otros fines, ser el propósito y finalidad misma el motivante, y eso no puede medirse con un estudio iconológico ni semiótico, sino con cultura visual, con referentes de comparación, con una fina intuición, con un sentido de la estética perfectamente definido y con una concepción del mundo que permita en todo momento abrir un espacio al asombro de la vida, que se adecúa siempre a nuevas propuestas e inquietudes.
Lo anterior nos lleva a plantear la incógnita de siempre sobre el significado y sentido del arte, ya que de ello depende el propósito del artista, de la obra artística y del mensaje que pretende. Una concepción sobre lo que es el arte es difícil determinar por tres razones elementales: la primera tiene que ver con la necesidad del artista de producir el objeto artístico. En ella podemos apreciar que el propósito ulterior en el artista coincide con el de sus colegas, pero no del todo, ya que debe autentificar su trabajo en todo el proceso, y eso implica por supuesto una concepción del mundo que refleja en su obra, en su actitud y en la manera que se interpreta, y por supuesto de lo que normalmente no habla, porque no es racional o porque resulta difícil o imposible traducir en palabras; y es aquí en donde me detengo para enfatizar la importancia del lenguaje, ya que el conocimiento racional depende de la manera en que es descrito, explicado; aún cuando se considere que el lenguaje no verbal implica mecanismos de comunicación y expresión propios de un entendimiento paralelo o complementario a la expresión verbal o escrita. Hablar es una manifestación propia de la condición humana, y lo es también la comunicación no verbal; y en el artista la necesidad de producción tiene que ver poco o nada con las palabras (completar con texto de Fernando Zamora). La segunda tiene que ver con la disposición que tiene el artista para reconocer que el mundo en que vive es un misterio, un terreno productivo inacabable, en donde él elige lo que cree importante o sugerente a su interpretación artística. Y por último, las cualidades del artista para interpretar el mundo como quiere y no sólo como puede. Una búsqueda constante en el artista se percibe en este caso en la depuración técnica, en el planteamiento plástico mejor solventado y en una más acentuada y mejor estética en los resultados, en un esfuerzo sincero por concretar sus ideas, sus pensamientos y su sentir del mundo. Así, la necesidad del artista, su disposición y sus cualidades representan en conjunto el propósito del arte, su sentido y su significado. El arte debe ser ante todo impersonal, ejercerse como único fin y ser un emblema de la transición entre lo cotidiano y lo sublime.
Una obra de arte o una imagen artística pueden emplearse con un mismo significado y de manera indistinta de acuerdo al contexto en que se apliquen, pero considerar al producto artístico como obra de arte o como imagen artística es distinto en razón de que en lo primero se define el valor del objeto labrado, su manufactura, su propuesta plástica, sus cualidades físicas en el entendido de cómo el artista dispone de recursos materiales y los manipula para obtener un resultado; así, una obra de arte debe valorarse en este sentido por la calidad, esfuerzo y resultado en el objeto obtenido. La habilidad manual del artista debe entonces considerarse como un parámetro indispensable en el valor de su obra, considerando en todo momento que el virtuosismo técnico implica un compromiso expresivo, como lo explicaré más adelante. En lo segundo, su valor radica en lo que constituye a todos aquellos caracteres que conforman visual y representativamente al producto artístico, y en ello están implícitos desde luego los elementos formales: color, forma, textura, composición, etc. y lo que el artista pretende representar con ellos, su significado, y su probable interpretación, de lo que se encarga la iconología y la semiótica; y para esto último la imagen artística debe valorarse en razón de su significado y de cómo logra el artista adecuar el lenguaje visual de las formas al propósito comunicativo y expresivo. Aquí también se espera una habilidad en el artista, porque el grado o nivel de comunicación que implementa se valora en función del objeto que construye y de cómo se equilibra con el lenguaje visual que proyecta. Este equilibrio no implica en el arte una retórica, como de alguna manera sí sucede en el diseño gráfico; se da en razón de las múltiples variables que se modulan de acuerdo a las inquietudes del artista y sobre todo a sus capacidades. Con lo anterior, es posible discernir que el valor del arte radica en los caracteres que lo constituyen como objeto y el sentido que implica su significado y su expresión, así como un equilibrio entre ambos.
En el valor de la obra artística, la calidad de su contenido y la calidad de su forma implican así una calidad en la obra y una calidad en su discurso. Cierta manera en que se jerarquiza a las formas de producción artística influyen en el cómo se les califica. La importancia de las artes plásticas en razón de su inserción en el mercado, de los recursos visuales y técnicos que se emplean y de los resultados constructivos que presentan determinan formas de categorización que si bien pueden considerarse adecuadas a los contextos en que se desenvuelven, también representan y demuestran circunstancias que se suscitan por intereses específicos. La importancia de la pintura por sobre la escultura o la gráfica, su carácter de pieza única en comparación con la multi-reproducción de la gráfica; cierta importancia en los materiales y tamaños que se utilizan en la producción de objetos artísticos; la tradición que desde tiempos antiguos permanece en el empleo y valor que tienen algunos materiales; la importancia que el mercado ha instaurado en algunas disciplinas o formas de producción a través de los espacios en los que se desarrollan: museos, galerías, bienales, etc.; la inclusión de los denominados medios alternativos en el mercado y en los espacios que otrora correspondían a los medios convencionales, y cierta conciencia o mentalidad que acompaña a todo lo anterior deben considerarse para definir que el valor de la obra de arte es decisión de gremios de artistas, de galeristas, de académicos y del mismo sistema que estructura una conciencia sobre lo que son las artes y la cultura. La responsabilidad es conjunta socialmente hablando, pero la responsabilidad es de los artistas para con sus motivos y los resultados que obtienen en su obra. Esperar que otras personas decidan si el trabajo es obra de arte o no es una actitud irresponsable, porque el propósito del arte debe ir mas allá de las satisfacciones colectivas, debe ser que la obra sea creada, que responda a un impulso expresivo, que se autodefina en calidad porque es de buena manufactura y su discurso es incisivo para con el entorno histórico en que es producida y en que mantiene vigencia.

viernes, 15 de abril de 2011

EXPERIENCIA DOCENTE

En 1993 ingresé como ayudante de profesor con el maestro Aureliano Sánchez Tejeda en el taller de Dibujo de la ENAP. Me invitó a participar cuando su ayudante anterior se retiró. Su clase era muy estricta: profesaba un dibujo "académico", poco experimental, en donde nadie podía hablar y debíamos trabajar concentrados al cien por ciento. Era un maestro respetado por su exigencia, situación que por supuesto me enorgulleció cuando me solicitó ser su adjunto. El primer día que trabajé con él me dejó solo con el grupo, sudaba profusamente y me esforzaba horrores para hacer mi trabajo lo mejor posible. Afortunadamente, pese a que mis primeros alumnos eran mis propios compañeros y algunos de ellos mayores que yo en edad, reconocían mi papel y me permitían trabajar. Al mismo tiempo, en el Taller del Maestro Luis Nishizawa, colaboraba en breves salidas a la Ciudad de Guanajuato como su ayudante. No había pago, pero me encantaba la idea de complementar mis conocimientos sobre técnicas de los materiales de pintura y aprovechar en las tardes las salidas al campo a practicar la pintura de paisaje. Pese a que el maestro reconocía en mí ciertas habilidades para el dibujo y la pintura, y que promulgaba frente a sus alumnos la calidad de mi trabajo y mi posible inclusión en las galerías con las que él tenía contacto, me incliné más por la producción gráfica, sacrificando innumerables proyectos que posteriormente realizó con sus ayudantes y el importante beneficio económico que eso implicaba; realmente hice lo que quise: dedicarme al grabado, aún cuando en pocos años apartarme del equipo de Nishizawa resultó en necesidades económicas fuertes, de lo que no me arrepiento para nada. en 1995 hice mi servicio social en el Taller Francisco Moreno Capdevila, con el maestro Jesús Martínez Alvarez. Mi labor ahí era pasar lista, redactar en el pizarrón los requerimientos de materiales y entregas de trabajos, así como las descripciones de los procesos técnicos; asesoraba a los alumnos en los pormenores del aguafuerte, aguatinta, barnices y el proceso de impresión. Fue una experiencia muy nutritiva porque involucraba la reafirmación de lo que ya sabía y me permitía estar en contacto directo con el ejercicio de grabar, ya que todo el día tenía libre acceso al taller adjunto, denominado como "de producción", donde pasaba horas grabando mis placas al buril.

     Posteriormente, en 1996, obtuve unas horas como profesor de asignatura en Historia del Arte, lo que me obligó a estructurar mis clases en el método de enseñanza, evaluando siempre mi desempeño, ya que jamás tomé un curso de pedagogía. Dar clases se fue conviertiendo poco a poco en un compromiso paralelo a mi labor como artista gráfico. Me permitía obtener un ingreso económico, evaluar mis ideas de manera constante, refrescar mis conocimientos y complementar mi producción artística mediante la construcción de conceptos cada vez más definidos.

     En 1997 me dieron la beca Jóvenes Creadores del FONCA, por lo que decidí dejar las clases en la ENAP y dedicarme de lleno a mi proyecto; además me ofrecieron dos materias en el Claustro de Sor Juana: Taller de Crítica del Arte y Artes Plásticas. trabajar como docente en el Calustro fue para mi un parte aguas, porque todos mis compañeros profesores eran de buen nivel: con maestrías y doctorados, con varias publicaciones, con trayectoria... y yo a mis veintisiete años apenas esbozaba un currículum. Otro factor que me sirvíó muchísimo fue la convivencia con profesores de otras disciplinas artísticas, había poetas, músicos y filósofos. Tuve que estructurar mejor la manera en que impartía mis clases y considerar siempre el nivel de mis compañeros y el compromiso que implicaba el espacio que me habían confiado. En 1998 terminó la beca y con ella las clases del Claustro. Una nueva directora de colegio ingresó y puso fin a mis horas. Me quedé sin beca y sin trabajo. Toqué muchas puertas, incluso solicité trabajo como empleado en el Sanborns, que nunca me dieron. En 1999 me respondieron de la librería Gandhi, a donde había ingresado mi solicitud. Trabajé con premura siete meses. Ganaba mil ochocientos pesos a la quincena y mi mujer y yo nos morimos de hambre varias veces. En el 2000 terminó la huelga de la UNAM y Ricardo Morales López, quien fuera mi maestro en 1985, me avisó sobre unas horas disponibles en la FES Cuautitlán. Me dieron dos materias como profesor de Dibujo y de Técnicas y sistemas de impresión. Los conocimientos en gráfica fueron muy útiles para sistemas de impresión y se complementaron con otros que investigué por mi cuenta. Regresé a la ENAP como profesor de Costos, materiales y presupuestos en Artes Visuales y como maestro en Historia del arte para Diseño Gráfico. Las clases en la FESC y en la ENAP se conviertieron juntas en mis "entradas" directas. Al mismo tiempo incursioné como ilustrador para algunas revistas y editoriales, complementando así mis ingresos y aplicando siempre mi labor como grabador y dibujante. Posteriormente de dieron más horas en la FESC y pude dejar la ENAP, ya que el trayecto consumía demasiado tiempo. Trabajé para varias escuelas particulares al norte de la Ciudad de México, sin mayor beneficio, más que los pocos pesos que me pagaban.

     La experiencia docente ha representado para mi siempre una confluencia de beneficios: conocimiento, actualización, conceptualización sobre las áreas de las artes y el diseño, construcción de criterios, crítica, autocrítica y solvencia económica. El compromiso es enorme: la educación en México necesita de disciplina y valores (propias de las ciscunstancias históricas que vivimos), cosas de las que incluso los mismos profesores carecen. La cultura en nuestro país sobre el nivel educativo es grave: poco o nulo compromiso, falta de actualización y experiencia profesional en los profesores y poca disposición para el mejoramiento de sus recursos pedagógicos. Los alumnos padecen de múltiples carencias, desde la inasistencia o falta de puntualidad de sus profesores, hasta la anteposición de intereses personales y mecanismos de corrupción que se promueven con los vicios de siempre.