lunes, 6 de septiembre de 2021

SINE CIVILITATE

 


Sine civilitate. 

Una sociedad sin estado no es sociedad. El derecho sin una mayoría no puede aspirar a una uniformidad legal. La autoridad sin el procopio de una sociedad, no puede menos que vérsele como autoritarismo. El respeto es, antes que el que se debe al prójimo, el que se exige en sí mismo. 

     Lo que hace de una civilización, además de su tecnología, su arte, su territorio, su aparato social, su mercado y sus instituciones, es la construcción artificial del orden, es decir, de la oposición a la ley del más fuerte. Este esquema nos permite entender que los mecanismos de orden dentro de una comunidad no dependen directamente de la moral ni de la religión, sino del espíritu cívico. Las primeras culturas de occidente, que habitaron el área circundante al mar Mediterráneo y la parte central de Medio Oriente, fundadoras de las primeras civilizaciones (fenicios, asirios, babilonicos, acadios, etc.), comprendieron que la relación de fuerzas entre los individuos de una comunidad radica en la construcción del orden. Sin este edificio, la naturaleza humana persiste en la supervivencia y en la barbarie. 

     La civitas que concibieron los romanos, es el último eslabón de la tradición occidental por el derecho, por la legalidad y por la regla. Sobre este tablado se constituyó también la moral. 

     Pero, ¿cómo es que en una sociedad la regla se convierte en faro de sumisión, y cómo es que las palabras democracia y autoridad adquieren significados consecuentes y convenientes a caprichos que nada tienen que ver con la legalidad y la moral? 

     Se trata de un pueblo que no quería crecer (Ikram Antaki). ¿Es hereditario, es cultural, es la educación o la genética? Para los romanos, la virtus y la libertas conformaban una dualidad indeleble al ciudadano. La libertad consistía en el apego al margen legal, y en ello radicaba la virtud moral. ¿Por qué aquí y ahora no sucede eso? ¿Estamos en retroceso? ¿Los romanos fueron acaso superiores en ese sentido a nuestras ciudadanías? Las atrocidades humanas siempre han existido. Los romanos, como los hunos, carolingios, mongoles, otomanos, franceses, ingleses, españoles y mexicas, conquistaron otros pueblos, y castigaron con tortura y con muerte los desacatos. Las civilizaciones cultas fueron en general, guerreras y conquistadoras. Pero lo discutible aquí es la relación de fuerzas entre los miembros de una misma sociedad. El desacato a las leyes y la falta de moral van de la mano con la falta de autoridad y carencia de modelos. El comportamiento se hereda y la costumbre vicia las acciones. ¿Qué modelos tenemos? ¿Qué idea de lo que es y representa la autoridad tenemos? 

     En una sociedad inculta los modelos son artificiales y a la autoridad se le mira con recelo, como si esta no fuera regulatoria sino inquisitorial. Autoridad y gobierno no son lo mismo, moral y democracia tampoco. Aquí no hay exigencia, hay estupidez y ocurrencia. La represión es el trabajo que debe hacer cualquier autoridad para regular el comportamiento de la ciudadanía. Lo reprimible es lo que fractura la regla y la moral, lo que desvirtúa la civitas; y aquí sí, lo que reprime la libertas. Lo permisible no escapa a la regla, se reafirma en ella. El derecho de hacer lo que tiene derecho, da derecho a "ser" bajo derecho. 

     Sin civismo, sin capacidad de interiorización y sin una autoridad que regule, la naturaleza se autodestruye. El listado es enorme y abarca todos los espacios: la casa, la calle, la escuela, las instituciones, el transporte, el mercado, la política, las negociaciones, etc. A lo que se especifican y califican los actos: robo, asesinato, corrupción, engaño, malas palabras, violencia, violación, secuestro, conveniencia, falta de educación, etc. 

     Ser civilizado representa entonces una máxima individual y colectiva, en donde el comportamiento, regulado por una autoridad y vigilado por cada miembro que pertenece a una sociedad, acata con libertad su membresía y propicia así, su virtud moral. 

     Somos una sociedad de realismo mágico, de grandes artistas, de mucha historia y de gran culinaria, pero carente de espíritu cívico. Un espíritu que nos convierte en ciegos, en sordos y en mudos ante la gran posibilidad, que es la capacidad de ser conscientes y responsables de nosotros mismos, de dejar de mirarnos, y mirar lo demás. 

     Somos una sociedad sin civilidad, "sine civilitate", dirían los romanos para calificar a los bárbaros.