BIBLIOFILIA Y LIBRERO
Poseo en mi haber poco más de dos mil piezas entre revistas, mapas, diccionarios, álbumes, enciclopedias,
biografías, catálogos, grabados, carpetas y sobre todo libros. De éstos últimos, dispongo
de temas prioritariamente vinculados o relacionados con las artes: Pintura,
Arquitectura, Dibujo, Grabado, Teoría e Historia del Arte, Fotografía, Diseño y
Cine. De conocimiento general tengo material sobre Historia Antigua de México,
Antropología, Zoología, Herbolaria, Gastronomía, Literatura, Teatro, Teología, Mitología y los temas
que se ramifican o parten de éstos. La inquietud por los libros (por determinar
un nombre genérico a los impresos enlistados) inició alrededor de 1984, incitado
por mi hermano Antonio, músico de profesión, con quien acudí y aprendí casi
religiosamente a apreciar y a adquirir libros. Íbamos a los estantes de libros
usados en el Mercado de la Lagunilla los domingos; a las librerías de viejo en
la Calle de Donceles, en el Centro; a los puestos sobre la calle Balderas; a la Feria del libro en el Palacio de Minería; a las
librerías establecidas, entonces menos numerosas, como Gandhi, Sótano, Ricordi
y Cristal; a la librería Madero, interesante siempre por su material antiguo y especializado. Tal relación con los libros no fue esporádica ni azarosa. En la
casa, ubicada en la colonia Industrial, teníamos un pequeño librero adosado a
un costado de la litera, con libros de texto elementales de secundaria y
preparatoria de mis hermanos: de química, biología, matemáticas, álgebra y
español (que manoseaba y miraba más que leía, sobre todo por sus
ilustraciones). Libros ilustrados de medicina, propiedad de mi hermana
Patricia, que estudiaba por entonces la carrera de Medicina en la UNAM. Algunos
libros de poesía. Recuerdo Canto General
y Para nacer he nacido de Pablo
Neruda. Unos siniestros entonces para mí:
Así habla Zaratustra de Nietzsche y de Filosofía Marxista. Unos menos
siniestros de José Revueltas y otro más que entonces, pese a mi inquietud
temprana por las Artes Plásticas me era ajeno: De lo Espiritual en las Artes,
de Kandinsky. El primer libro que leí a conciencia sobre artes plásticas fue El pensamiento artístico moderno y otros
ensayos de Paul Westheim, que leí unas tres veces, pues mi conciencia,
estrecho vocabulario y pobres referentes conceptuales no me permitían
comprenderlo en su totalidad. Fueron años en donde compré mis primeros libros
de grabado: El grabado mexicano del siglo
XX de Hugo Covantes y Posada y el
grabado mexicano de Rafael Carrillo. Adquirí también importantes catálogos
de exposiciones: Uno de Diego Rivera Cubista en el Palacio de Bellas Artes,
otro del Dr. Atl en el Museo del Chopo, otro de Anamorfosis en el Museo de San
Carlos y uno más de Capdevila en Bellas Artes también. Pero lo que más leí en
esos años (1984 a 1991) fueron libros sobre Antropología e Historia del México
Antiguo. Leí varias veces la Visión de
los Vencidos, La Filosofía Náhuatl y
Trece Poetas del Mundo Azteca de
Miguel León Portilla, La Educación de los
Antiguos Nahuas de López Austin, la
Literatura Náhuatl del padre Garibay, La
Historia General de las Cosas de Nueva España de Sahagún, la Historia Antigua de México de Clavijero, Cuauhtémoc
de Salvador Toscano, algunos títulos de Eduardo Matos Moctezuma y variados
temas sobre las culturas precolombinas, herbolaria, la conquista, las plantas
alucinógenas y los libros de Castaneda. La colección de la historieta mexicana La Familia Burrón exalta en mí la
importancia de la impresión popular como registro histórico y burlesco de
hechos sociales, vigentes aún, de la que tengo varios ejemplares de los años
cincuenta; y las revistas México
Desconocido me son útiles para la documentación visual general y la
remembranza del México provinciano ochentero. El Alcaraván, incompleta pero
orgullosamente instalada en mi librero, publicación noventera apadrinada por
Francisco Toledo es muestra de la riqueza artística de la obra gráfica y sus
minucias. Ahora, valoro los libros con un espectro mucho más amplio. Por su
valor objetual: tamaño, forma, empastado, papel y cualquier tipo de interacción.
Por su nivel de profundidad en el contenido, por el valor literario de su
escritura, por la calidad de su impresión, por el número de edición, por el
autor, por su antigüedad y estado de conservación; en fin. Poseer un libro no
solamente es una cuestión acumulativa, decorativa y de colección. La propiedad del libro va de la mano con la propiedad de consulta
que implica su posesión, el conocimiento contenido, la promulgación de la
reflexión que implica su constante lectura y revisión, así como el valor humano
del objeto persé.
En 1999, por razones coincidentes con mis gustos y mi necesidad
económica de entonces, entré a trabajar como librero de las librerías Gandhi.
Uno de sus dueños, León Achar, me entrevistó en sus oficinas de Coyoacán. Leyó
mi currículum y me dijo: -¿Y usted qué hace aquí? Usted es artista- A o cual le expliqué mis necesidades
económicas. No dijo una palabra más y me envió como asistente del Departamento
de Arte de la sucursal Lomas de Chapultepec, sobre la avenida Palmas. El
espectro de conocimiento clasificatorio sobre los libros adquirió matices diferentes.
Tenía que limpiar los libreros, acomodar los libros por tamaños, temas y
autores, así como elaborar las listas de pedidos a proveedores y atender a los
clientes. Ahí conocí a Ernesto de la Peña, Porfirio Muñoz Ledo, Jorge
Castañeda y otras celebridades. Recuerdo muy bien que en esa
época solicité trabajo como profesor de la Universidad Iberoamericana y a la
librería asistió una señora que
laboraba como maestra en historia del arte en la misma escuela; me reconoció al instante y la
atendí a detalle, pues no sólo me consultaba para identificar títulos sino para
platicar cuestiones de arte. Con regularidad asistía preguntando por “el
profesor de la IBERO”, a lo que mis compañeros vendedores reaccionaban con
cierto asombro; ponían cara de ¿What? como el del anuncio de Interlingua. En
otra anécdota, logré un proyecto de grabado temático con un amigo de mi hermano
Javier (entonces alto ejecutivo de Concretos APASCO). Cuando el susodicho me
visitó en la librería para darme un cheque por veinte mil pesos para liquidar
el trabajo, a una de mis compañeras se le cayó la baba: -¡Yo no sé qué demonios
haces aquí!- me dijo en cuanto se fue en cliente.
Los libros llegaban como manojos a fin de año, a principios de los cursos
escolares (bajaban estudiantes de las escuelas privadas aledañas a las Lomas) y
cuando algún evento inesperado acaparaba los medios de comunicación. Cuando
Günter Grass obtuvo el Nobel, se vendió como pan caliente El tambor de Hojalata; lo mismo pasó con La Suerte de la Consorte de Sara Sefchovich y Memorias de una Geisha de Arthur Golden. Los libros de Tolkien y
los de J. K. Rowling se vendían con regularidad todo el año y algunas
biografías de moda, como la de Pancho Villa. Sobre libros del departamento de
arte, se surtían con frecuencia sobre fotografía, gastronomía, cine, guías
turísticas y libros bonitos para
regalar. Recuerdo una vez a un señor que compró una enciclopedia “carona”
solamente para adornar su librero.
Siete meses después de mi ingreso como librero a Gandhi renuncié. La
experiencia me dejó con una visión panorámica sobre el mercado de los libros y
sobre la cultura de adquisición de los mismos entre los mexicanos. Cubrió por
siete meses mis necesidades básicas: cuatro mil pesos mensuales. Apenas para
pagar la renta de mi departamento y gastos de supervivencia. Lo más importante:
ahí conocí a mi esposa.
Para mis tesis de licenciatura, maestría y doctorado recurrí a mi
pequeña biblioteca y como los temas desarrollados estuvieron siempre vinculados
con mis preferencias bibliográficas, fue relativamente sencillo complementar la
información requerida en bibliotecas y otras fuentes.
De las adquisiciones más recientes, "La ciudad de los Palacios" y "El arte de los lagarto" de Guillermo Tovar de Teresa, "Historia de la imprenta y la tipografía en Puebla" de Marina Garone Gruvier, "Tesoros bibliográficos mexicanos" de la UNAM y "Digitalizados y apantallados" de Roger Bartra.
De las adquisiciones más recientes, "La ciudad de los Palacios" y "El arte de los lagarto" de Guillermo Tovar de Teresa, "Historia de la imprenta y la tipografía en Puebla" de Marina Garone Gruvier, "Tesoros bibliográficos mexicanos" de la UNAM y "Digitalizados y apantallados" de Roger Bartra.
2 comentarios:
Hola profesor, en otra ocasión escribí en su blog. No espero que me recuerde, me llamo Karla Guerrero, soy de la generación 2005-2009 de la FES-C.
Siempre que pienso en la universidad y en todo lo bueno que me dio me acuerdo de algunos (pocos) maestros, entre ellos: usted. En fin, no venía a adularlo sino a preguntar si tiene fanpage en Facebook o un Instagram para ver sus ilustraciones, ojalá la respuesta sea SÍ, blogspot es un formato algo anticuado y poco amigable para compartir y su obra merece ser compartida.
Ojalá tome en cuenta este update.
Le mando un abrazo!
Estimada Karla:
Sí me acuerdo de ti. Esperando que estés bien y agradeciendo tu interés en la lectura de mi blog te digo: No tengo por el momento la necesidad de disponer de otro formato para publicar algo en la red (pero tampoco lo descarto), agregándo a esto el hecho de que normalmente ando muy ocupado. Lo que ves en mi blog como galería es tan solo una pequeña muestra de mi trabajo. Tengo chorros de trabajos más los que voy construyendo para algunos proyectos. La mayoría son obra artística, no ilustración; y en este momento me preocupa y ocupa una exposición individual que ando viendo en donde la presento y la publicación de un catálogo impreso. Checo los formatos que dices. Te mando saludos.
Héctor Morales.
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