lunes, 11 de agosto de 2014

BIBLIOFILIA Y LIBRERO



BIBLIOFILIA Y LIBRERO

Poseo en mi haber poco más de dos mil piezas entre revistas, mapas, diccionarios, álbumes, enciclopedias, biografías, catálogos, grabados, carpetas y sobre todo libros. De éstos últimos, dispongo de temas prioritariamente vinculados o relacionados con las artes: Pintura, Arquitectura, Dibujo, Grabado, Teoría e Historia del Arte, Fotografía, Diseño y Cine. De conocimiento general tengo material sobre Historia Antigua de México, Antropología, Zoología, Herbolaria, Gastronomía, Literatura, Teatro, Teología, Mitología y los temas que se ramifican o parten de éstos. La inquietud por los libros (por determinar un nombre genérico a los impresos enlistados) inició alrededor de 1984, incitado por mi hermano Antonio, músico de profesión, con quien acudí y aprendí casi religiosamente a apreciar y a adquirir libros. Íbamos a los estantes de libros usados en el Mercado de la Lagunilla los domingos; a las librerías de viejo en la Calle de Donceles, en el Centro; a los puestos sobre la calle Balderas; a la Feria del libro en el Palacio de Minería; a las librerías establecidas, entonces menos numerosas, como Gandhi, Sótano, Ricordi y Cristal; a la librería Madero, interesante siempre por su material antiguo y especializado. Tal relación con los libros no fue esporádica ni azarosa. En la casa, ubicada en la colonia Industrial, teníamos un pequeño librero adosado a un costado de la litera, con libros de texto elementales de secundaria y preparatoria de mis hermanos: de química, biología, matemáticas, álgebra y español (que manoseaba y miraba más que leía, sobre todo por sus ilustraciones). Libros ilustrados de medicina, propiedad de mi hermana Patricia, que estudiaba por entonces la carrera de Medicina en la UNAM. Algunos libros de poesía. Recuerdo Canto General y Para nacer he nacido de Pablo Neruda. Unos siniestros entonces para mí: Así habla Zaratustra de Nietzsche y de Filosofía Marxista. Unos menos siniestros de José Revueltas y otro más que entonces, pese a mi inquietud temprana por las Artes Plásticas me era ajeno: De lo Espiritual en las Artes, de Kandinsky. El primer libro que leí a conciencia sobre artes plásticas fue El pensamiento artístico moderno y otros ensayos de Paul Westheim, que leí unas tres veces, pues mi conciencia, estrecho vocabulario y pobres referentes conceptuales no me permitían comprenderlo en su totalidad. Fueron años en donde compré mis primeros libros de grabado: El grabado mexicano del siglo XX de Hugo Covantes y Posada y el grabado mexicano de Rafael Carrillo. Adquirí también importantes catálogos de exposiciones: Uno de Diego Rivera Cubista en el Palacio de Bellas Artes, otro del Dr. Atl en el Museo del Chopo, otro de Anamorfosis en el Museo de San Carlos y uno más de Capdevila en Bellas Artes también. Pero lo que más leí en esos años (1984 a 1991) fueron libros sobre Antropología e Historia del México Antiguo. Leí varias veces la Visión de los Vencidos, La Filosofía Náhuatl y Trece Poetas del Mundo Azteca de Miguel León Portilla, La Educación de los Antiguos Nahuas de López Austin, la Literatura Náhuatl del padre Garibay, La Historia General de las Cosas de Nueva España de Sahagún, la Historia Antigua de México de Clavijero, Cuauhtémoc de Salvador Toscano, algunos títulos de Eduardo Matos Moctezuma y variados temas sobre las culturas precolombinas, herbolaria, la conquista, las plantas alucinógenas y los libros de Castaneda. La colección de la historieta mexicana La Familia Burrón exalta en mí la importancia de la impresión popular como registro histórico y burlesco de hechos sociales, vigentes aún, de la que tengo varios ejemplares de los años cincuenta; y las revistas México Desconocido me son útiles para la documentación visual general y la remembranza del México provinciano ochentero. El Alcaraván, incompleta pero orgullosamente instalada en mi librero, publicación noventera apadrinada por Francisco Toledo es muestra de la riqueza artística de la obra gráfica y sus minucias. Ahora, valoro los libros con un espectro mucho más amplio. Por su valor objetual: tamaño, forma, empastado, papel y cualquier tipo de interacción. Por su nivel de profundidad en el contenido, por el valor literario de su escritura, por la calidad de su impresión, por el número de edición, por el autor, por su antigüedad y estado de conservación; en fin. Poseer un libro no solamente es una cuestión acumulativa, decorativa y de colección. La propiedad del libro va de la mano con la propiedad de consulta que implica su posesión, el conocimiento contenido, la promulgación de la reflexión que implica su constante lectura y revisión, así como el valor humano del objeto persé.
     En 1999, por razones coincidentes con mis gustos y mi necesidad económica de entonces, entré a trabajar como librero de las librerías Gandhi. Uno de sus dueños, León Achar, me entrevistó en sus oficinas de Coyoacán. Leyó mi currículum y me dijo: -¿Y usted qué hace aquí? Usted es artista-  A o cual le expliqué mis necesidades económicas. No dijo una palabra más y me envió como asistente del Departamento de Arte de la sucursal Lomas de Chapultepec, sobre la avenida Palmas. El espectro de conocimiento clasificatorio sobre los libros adquirió matices diferentes. Tenía que limpiar los libreros, acomodar los libros por tamaños, temas y autores, así como elaborar las listas de pedidos a proveedores y atender a los clientes. Ahí conocí a Ernesto de la Peña, Porfirio Muñoz Ledo, Jorge Castañeda y otras celebridades. Recuerdo muy bien que en esa época solicité trabajo como profesor de la Universidad Iberoamericana y a la librería asistió una señora que laboraba como maestra en historia del arte en la misma escuela; me reconoció al instante y la atendí a detalle, pues no sólo me consultaba para identificar títulos sino para platicar cuestiones de arte. Con regularidad asistía preguntando por “el profesor de la IBERO”, a lo que mis compañeros vendedores reaccionaban con cierto asombro; ponían cara de ¿What? como el del anuncio de Interlingua. En otra anécdota, logré un proyecto de grabado temático con un amigo de mi hermano Javier (entonces alto ejecutivo de Concretos APASCO). Cuando el susodicho me visitó en la librería para darme un cheque por veinte mil pesos para liquidar el trabajo, a una de mis compañeras se le cayó la baba: -¡Yo no sé qué demonios haces aquí!- me dijo en cuanto se fue en cliente. Los libros llegaban como manojos a fin de año, a principios de los cursos escolares (bajaban estudiantes de las escuelas privadas aledañas a las Lomas) y cuando algún evento inesperado acaparaba los medios de comunicación. Cuando Günter Grass obtuvo el Nobel, se vendió como pan caliente El tambor de Hojalata; lo mismo pasó con La Suerte de la Consorte de Sara Sefchovich y Memorias de una Geisha de Arthur Golden. Los libros de Tolkien y los de J. K. Rowling se vendían con regularidad todo el año y algunas biografías de moda, como la de Pancho Villa. Sobre libros del departamento de arte, se surtían con frecuencia sobre fotografía, gastronomía, cine, guías turísticas y libros bonitos para regalar. Recuerdo una vez a un señor que compró una enciclopedia “carona” solamente para adornar su librero.
     Siete meses después de mi ingreso como librero a Gandhi renuncié. La experiencia me dejó con una visión panorámica sobre el mercado de los libros y sobre la cultura de adquisición de los mismos entre los mexicanos. Cubrió por siete meses mis necesidades básicas: cuatro mil pesos mensuales. Apenas para pagar la renta de mi departamento y gastos de supervivencia. Lo más importante: ahí conocí a mi esposa.
     Para mis tesis de licenciatura, maestría y doctorado recurrí a mi pequeña biblioteca y como los temas desarrollados estuvieron siempre vinculados con mis preferencias bibliográficas, fue relativamente sencillo complementar la información requerida en bibliotecas y otras fuentes.
     De las adquisiciones más recientes, "La ciudad de los Palacios" y "El arte de los lagarto" de Guillermo Tovar de Teresa, "Historia de la imprenta y la tipografía en Puebla" de Marina Garone Gruvier, "Tesoros bibliográficos mexicanos" de la UNAM y "Digitalizados y apantallados" de Roger Bartra.

2 comentarios:

Unknown dijo...

Hola profesor, en otra ocasión escribí en su blog. No espero que me recuerde, me llamo Karla Guerrero, soy de la generación 2005-2009 de la FES-C.
Siempre que pienso en la universidad y en todo lo bueno que me dio me acuerdo de algunos (pocos) maestros, entre ellos: usted. En fin, no venía a adularlo sino a preguntar si tiene fanpage en Facebook o un Instagram para ver sus ilustraciones, ojalá la respuesta sea SÍ, blogspot es un formato algo anticuado y poco amigable para compartir y su obra merece ser compartida.

Ojalá tome en cuenta este update.
Le mando un abrazo!

hectormoralesprints dijo...

Estimada Karla:
Sí me acuerdo de ti. Esperando que estés bien y agradeciendo tu interés en la lectura de mi blog te digo: No tengo por el momento la necesidad de disponer de otro formato para publicar algo en la red (pero tampoco lo descarto), agregándo a esto el hecho de que normalmente ando muy ocupado. Lo que ves en mi blog como galería es tan solo una pequeña muestra de mi trabajo. Tengo chorros de trabajos más los que voy construyendo para algunos proyectos. La mayoría son obra artística, no ilustración; y en este momento me preocupa y ocupa una exposición individual que ando viendo en donde la presento y la publicación de un catálogo impreso. Checo los formatos que dices. Te mando saludos.
Héctor Morales.