sábado, 22 de febrero de 2025
Mr. Hyde
miércoles, 29 de enero de 2025
Buque de guerra
Jorge Alberto Manrique se sentó junto a mí, como un imán atraído por un misterio incolume. O sea, sin más circunstancia que lo circunstancial y sin mayor casualidad que lo casual. Aunque lo vi abordar mi fila, tambaleándose entre las bancas como un buque de guerra —con un bastón como un ancla que no logra fondear, cansado de tantas batallas, con saco café y pantalón gris, como la madera calafateada de los cascos—, me sorprendió mucho por lo imprevisto y por el contexto; habiendo tantas bancas, eligió la que estaba a mi izquierda. El auditorio del IIE estaba casi vacío, a cuenta gotas llegaban los asistentes y los ponentes. Eran principios de 2016 y el coloquio se antojaba por la temática general y por los títulos de las ponencias. El maestro no parecía ponente sino asistente. Estábamos sentados al centro del cuadro de butacas, a buena distancia del proscenio, pero lejos como para salir y subir al escenario.
En unos minutos llegó y se acercó hasta el maestro Elisa Vargaslugo Rangel, se saludaron de pie como viejos camaradas pero ella sí subió. El maestro, todavía con la sonrisa en la cara me miró y me invitó a sonreír, como esperando una aprobación de su efusiva comunión. Retomó su asiento.
Al final del evento, después de un racimo de ponencias y lleno más de colegas que de asistentes fortuitos como yo, abrieron un espacio para homenajear a los veteranos. Entonces se levantó el maestro y con el mismo tambalear, como si el buque partiera de regreso de un continente a otro, subió con ayudas al escenario y dijo unas palabras protocolarias. Nunca intercambiamos personalmente nada más que la compañía adyacente de dos butacas, pero eso fue para mí un regalo profético, una muestra-presagio para lo que después me condujo a la investigación.
lunes, 20 de enero de 2025
La muerte de Héctor
Fui muchos. Uno para cada año que viví, para cada mes, para cada día y para cada segundo. El que se muere de mí no es todos esos, sino uno en particular que no es el mismo.
Por eso, la estela que dejo atrás —que es lo que viví— es mía y no es mía. Atrás ya no estoy y sin embargo sigo ahí.
Y cuando muera seguiré allá, en los que fuí, en la historia mía y en las de los demás con quienes conviví. No dejo el mundo porque lo he dejado miles de veces; sigo aquí, pero me voy un instante para siempre, y para siempre regreso ipso facto, como en un periplo exprés.
Mi cuerpo regresa a la tierra y mi espíritu al infinito, de donde partí. El lado de la espada que me corta, me redime a la vez.
No me lloren, ni me extrañen, ni me ajusticien. Antes de ser lo que fui, fui nada, y a la nada no se le puede llorar ni extrañar.
Regresen a sus casas, a sus trabajos y a su cotidianidad, que la parábola de la muerte es para todos, pero es individual.