miércoles, 19 de noviembre de 2025

EL HOMBRE SEMPITERNO

 


Estudio de cabeza de viejo, de Rembrandt. Alusión a Matusalén, el hombre más longevo en la Biblia.

EL HOMBRE SEMPITERNO

No soy de este tiempo ni de esta época, aunque viva en México en 2025. Tengo sangre sumeria, persa y babilónica, pero también estoy amarrado al linaje griego. Soy de la época de Marco Aurelio, de los campos germanos del siglo XIII, del Renacimiento, de trozos multiformes del Barroco, del periodo Novohispano (de donde proviene mi sangre mestiza), del Siglo de las Luces, de la tecnología bisagra del XIX, y de tan sólo un parpadeo reciente. No reniego de mis ancestros precolombinos, con quienes conviví en los principios de mi vida, pero fue mi periodo adolescente, en donde exageré mis ahíncos y no pude ver más allá de mis escrutinios. Si vivo aquí y en este tiempo es porque vine para corroborar lo inexcrutable: que todo y nada ha cambiado; y que, aunque hablo español porque aquí se habla este idioma, me comunico mejor con Platón, Durero y Descartes. ¡Pero qué curioso!, Hawking me presentó a Einstein y este me presentó al infinito. Y cuando estuve en lo indecible, decidí ser yo mismo y regresar para ser todos y ninguno.

 
Hammurabi me lleva más de tres mil quinientos años; Pitágoras y Vitruvio poco más de dos mil; Humboldt poco más de ciento cincuenta, y con Picasso platico todos los días dibujando y pintando. Pero yo soy más longevo que ellos. La suma de mis seres es la suma de los seres de la humanidad, aún cuando no pueda en mí mismo resumir lo de todos, sino lo de todos a través de algunos, como en el laberinto de Borges, dentro y fuera a la vez.


Aprendí orfebrería con los escitas, preparación primaria. Pero con ostrogodos y visigodos definí mi vocación; y con Durero, Goltzius y Rembrandt me gradué. Cuando estuve con Senefelder y Linati todo se complicó, guardé mis herramientas para sostener con ellos una discusión. No llegamos a nada, porque casi de inmediato la industria se sobrepuso a la evolución natural de la representación, y la saboteó.
Cuando pasó la segunda guerra, me fui a vivir a Alemania para ver las ruinas y darme cuenta del presagio de autodestrucción. Con la guerra de Ukrania, decidí resucitar a los muertos rusos para que vieran el pedestal de su epitafio y lo reescribieran con la sangre de todas las épocas, que es la misma de siempre.
Con frecuencia regreso a los mismos periodos, pero vuelvo al punto inicial, el que me dio mi origen, no por masoquismo, sino porque desde ahí puedo tener perspectiva de todo lo demás. Eso me falta superar de mí mismo, romper los puntos de referencia, materia con que se hace el molde del hombre y con lo que se construyen los egos y se hace la muerte.


Le dije a Durero que lo que hacemos ya no se hace, y en vez de sorprenderse, sonrió con amplitud y luego me dijo: —Unsere Arbeit ist zeitlos, auch wenn sie nicht mehr praktiziert wird—. Pues sí, le dije, pero como se hacen otras cosas, distintas en todo unas, y en otras por mera factoría, no es que nadie quiera, es que no pueden.

 
Cada vez que doy una conferencia me guardo el secreto, pues si les digo de dónde vengo y en dónde he estado, se espantarían y luego seguro me apedrearían. —En un evento académico se me salió decir que venía del siglo XVI, y una doctora notó que no era metáfora y se sorprendió muchísimo—. No están listos para verse en el espejo, esperan seguirse viendo el ombligo. Por eso también me envuelvo en mi capa del tiempo, que es de pasta y de papel, para doblegar lo que me une con ellos y así ser lo que puedo y lo que quiero ser. También hice conos con periódicos, para envolver mis sentimientos, revueltos entre las noticias, para que se los llevara el tiempo y se hicieran uno con la historia. Ahora, cada vez que quiero revocar lo que sentí, voy a la hemeroteca y recapitulo en silencio lo que fui, para sentir algo.
En el otoño de mi vida me compré un coche para celebrar, con él anduve de andariego por Buenos Aires, Lima, Uruguay y todo México, barriendo con la vista lo que hizo Verne con la imaginación. ¡¿Qué celebré?! ¡Que no hay nada que celebrar!.
En mis sueños (mi forma de viajar por excelencia) me topé con sirenas, centauros, minotauros y nínfulas griegas, nada más para redimir el lado oculto de mi ser, para sumergirme en el mar oscuro de la conciencia y con eso, ratificar mi realidad, permanecer en ella, pero sin que nadie se dé cuenta, para no llamar la atención, para no contaminar mi libertad de operación.

Me quedé con el Minotauro en los 90s, para entender el vacío descomunal del ser. Lo entendí, pero solo estaba ahí, por eso me fuí.
En mi época nadie llega tarde, nadie se ofende porque sí, todos se subliman al espíritu de engrandecer su ser con lo mínimo, no por orgullo ni presunción, sino porque saben que no hay tiempo que perder. Todos tienden su hilo y con él atraviesan el ojo de la nobleza y la solemnidad. Y ya que estoy hablando de líneas, hice miles con el filo del buril, para trazar mis rutas de investigación, y con cada una un hilo para remendar la especulación, para hacer del mundo algo familiar, algo asequible de ver, de ser y de contemplar. Tengo un tratado sobre la línea que escribí a oscuras, apenas con una lamparilla que me prestaron Pitágoras, Roy Kerr, Einstein y Stephen Hawking. Lo escribí casi en penumbras porque no encontré paralelismos, más que sustanciales coincidencias en la física cuántica y en la teoría sobre los agujeros negros. No lo he publicado pero existe en todos lados, aunque nadie lo sepa ver.
Aunque mi tiempo es antiguo, tengo tintes futuristas, no sólo por lo de la línea, sino por el margen evolutivo que veo en mis transiciones, que divagan entre el pasado y el presente, lo que horma mis zapatos.

 
Siempre he querido ir más atrás, para tener una plática con un Australopithecus o un Cromañón, pero nunca aprendí su idioma, no había de quién aprenderlo. Un antiguo sabio egipcio me dijo que no indagara, que la antigüedad del hombre no está en los genes del mono como piensan muchos, tampoco en las religiones ni mucho menos en los vestigios. Que está perdido en el tiempo, en más de quinientos mil años, y que todo vestigio real sobre el origen humano no es tangible ni lineal; y que por eso no sabremos nunca su idioma, su filosofía y su punto de partida, porque no lo hay. Me dijo que el Cromañón no era humano, y que el Australopithecus era una versión muy reciente del ser humano, casi idéntica a lo que ya somos. Me dijo además, que debemos mirar hacia atrás y con un espejo en la mano, mismo que debe apuntar hacia donde se mira, no hacía uno mismo, pues aunque en ambos casos se trata de un reflejo, es en el primer caso un reflejo real del origen de la humanidad, reflejo directo pero difuso, como cuando se encuentran de frente dos espejos y con la profundidad se pierde luz y definición.
En mi tiempo los amaneceres son lentos y fríos, como ahora. Pero los crepúsculos no tienen temperatura, sino textura, y duran un segundo. El mediodía es blando y rígido a la vez, como una esponja que absorbe el agua y que al exprimirse se vacía. Y las madrugadas, ¡ah!, son un manto que envuelve con sopor el viento, lo hace más opaco y lo convierte en ensoñación. Los hombres que respiran despiertos ese vapor suman letargos de inspiración, viven dos vidas. Los que lo hacen dormidos flotan a la deriva de la indefinición y apenas rozan la tierra, pero nunca se desprenden de ella sino hasta que mueren.
No hay escuelas, pero se enseña bien todos los días. Hay amarras religiosas pero se usan de pretexto para grandes obras. Existen las jerarquías y están tan bien definidas, que lo competente es lo que determina. Por supuesto que hay idioteces y que eso también determina, pero es por ignorancia y fanatismo, no por ocurrencias desmedidas, como ahora. Aunque lo científico no tiene la edición actual, se ejerce con seriedad, con riesgo y bajo la industria de mi época. El arte por su lado, no persigue simulaciones sino concreciones. Para ser artista se debe demostrar, no justificar. Existe la muerte indeleble; y ya sea por enfermedad, circunstancia, voluntad propia o ejecución, la muerte se practica como si fuera un deporte de alto riesgo: con audacia, velocidad, miedo y confrontación. No hay muerte independiente. La muerte no es parte de la vida, es gracias a la muerte que se vive la vida.
Cuando viajé fuera de la tierra por primera vez, me preocupé de lo que se preocupan los astronautas, de cómo voy a respirar, qué voy a comer y si voy a regresar. Pero nunca tuve que ver nada de eso. Como en los viajes al espacio el tiempo se desdobla un poco, y así también pasa cuando transito entre épocas, no hizo falta el traje espacial ni la comida especial. Lo que sí necesité, fue un estímulo. De estímulos están llenos todos los seres humanos, pues cuenta todo con lo que interactúan, con lo que "hacen" su mundo. En el espacio no hay nada de eso, la nada no es el vacío espacial, sino el vacío de estímulos. No hay nada que valide los estados emocionales porque no existen los referentes.
Y ahí les va un dato, un tip que a mí me congeló los huesos y todavía me pasa: el espacio fuera de la tierra no es el espacio exterior. Es la nada, lo incomprensible, lo inconmensurable, lo indecible; pero es también lo inexorablemente presente, lo eternamente intransigente, lo impermeable, lo inescrutable. ¿Dije tierra verdad? No me refiero al planeta que orbita alrededor del sol. Me refiero al planeta que hizo del hombre ser hombre. Al globo de la realidad al que se sube toda la humanidad para hacer real su realidad. Al conjunto de emociones que lo amarran a su ser. A la línea que define su borde perceptivo. A su contexto, cualquiera que este fuere. No me pregunten cómo llego ahí. Digamos que me pongo un traje de astronauta, pero en vez de ser hermético para el espacio exterior, los rayos gamma del sol y equipado con tanques para la respiración, está compuesto de silencio interno, desapego y un poco de austeridad, no de abstenerse de cosas, sino de lo que hace al hombre ser hombre.


Ya los dejo, tengo pendientes en Alejandría, en Roma, en Constantinopla, en Tula y en Maguncia, donde quedé de verme con Gutenberg y Johann Fust. Tenemos un proyecto, vamos a imprimir la primera versión impresa del Génesis, que incluirá un apartado sobre el ADN, la evolución de Darwin y el egomaniatismo. Yo la voy a ilustrar.

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