Fui muchos. Uno para cada año que viví, para cada mes, para cada día y para cada segundo. El que se muere de mí no es todos esos, sino uno en particular que no es el mismo.
Por eso, la estela que dejo atrás —que es lo que viví— es mía y no es mía. Atrás ya no estoy y sin embargo sigo ahí.
Y cuando muera seguiré allá, en los que fuí, en la historia mía y en las de los demás con quienes conviví. No dejo el mundo porque lo he dejado miles de veces; sigo aquí, pero me voy un instante para siempre, y para siempre regreso ipso facto, como en un periplo exprés.
Mi cuerpo regresa a la tierra y mi espíritu al infinito, de donde partí. El lado de la espada que me corta, me redime a la vez.
No me lloren, ni me extrañen, ni me ajusticien. Antes de ser lo que fui, fui nada, y a la nada no se le puede llorar ni extrañar.
Regresen a sus casas, a sus trabajos y a su cotidianidad, que la parábola de la muerte es para todos, pero es individual.
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