viernes, 12 de abril de 2024

Cómo se hace una tesis según Umberto Eco

 


Umberto Eco y un hombre del presente (señor X) disertan sobre la formación profesional y su propósito. 

Eco. —"Al prepararnos para una profesión por ejemplo, en lugar de acrecentar nuestros alcances, lo habitual es que terminemos volviéndonos individuos sedentarios, aburridos, sin creatividad y sin motivación" (cito a Carlos Castaneda). Como estudiantes aprendemos rápidamente a no esforzarnos realmente por nada y a identificarnos con los demás, que tampoco se esfuerzan por nada. Aprendemos más bien a justificar nuestras incapacidades y a tomar las rutas más cortas para ganancias artificiales. Tener una profesión ya no representa los primeros sueños de consumacion integral del ser humano, sino disponer de un papel que nos represente, de un sistema social que se autovalida con cualidades mínimas y de un entorno que ve la competencia como un acuerdo de sobre posición primitiva, en donde el ego es primordial. Lo malo de todo esto es que la madurez que da la edad nada tiene que ver con el paso del tiempo del profesional. El que nunca se responsabilizó de sí mismo nunca será capaz de verse en un espejo y echará la culpa a los demás de su situación, sobre todo si ésta no le favorece. Para esta visión, el éxito no se encuentra en el conocimiento, la congruencia y la asertividad, sino en tener más y mejores condiciones para medirse con el prójimo, como una actitud predatoria: —¡Quítate tú para ponerme yo! —. La competencia aquí nada tiene que ver con las competencias académicas y profesionales. Me parece que la palabra está mal empleada porque "lo competitivo" es un concepto de medición entre contrincantes, y eso lleva siempre a poner en relieve los fantasmas del egomaniatismo. 

     El éxito real del profesional no es graduarse, tener trabajo de lo que estudió y alcanzar los máximos estándares de jerarquización entre salarios, publicaciones, becas y reconocimientos, sino saber integrar lo que sabe con lo que le falta saber, mantener una constante de disciplina, vivir sus circunstancias desfavorables como un gran reto, saber elegir y estabilizar sus compromisos emocionales personales con los de los demás, a fin de que pueda establecer linderos claros y fuertes entre sus capacidades, sus sacrificios y sus ambiciones. 

Señor X. —Pero el que aspira a una profesión espera por obviedad dedicarse a eso, vivir de eso. Sería contradictorio que alguien estudie medicina y termine haciendo otra cosa. 

Eco. — Claro que habría contradicciones, pero no son como tú las ves. Mira, el que estudia una carrera y no eligió esa profesión con la pasión, ganas y conocimiento previo de lo que implica ya está de entrada mal. El que estudia una carrera y deserta en el camino también. O el que logra graduarse y es un licenciado mediocre. Las circunstancias nos dan muchos datos para bien o para mal. Es posible que alguien estudie algo que no le gusta por equis circunstancias y termine siendo muy bueno y responsable, como alguien que invirtió todo su esfuerzo y no logró nada en el campo laboral. El quid del asunto no es ver el éxito profesional como sinónimo de tener trabajo, sino de implicar en el camino los mejores recursos para aspirar a ser mejor ser humano. Al final no importa a lo que te dediques, sino implicar el máximo esfuerzo, compromiso y responsabilidad. 

Señor X. — No puede ser maestro. Eso sería dejar de ser parte de la sociedad misma. Si alguien estudia una carrera es para dedicarse a eso después, para trabajar de eso. 

Eco. —Te vas a los extremos. No podemos dejar de ser parte de nada y al mismo tiempo no tenemos por qué ser parte de algo. Piensa en el compromiso real de los actos de cada ser humano y ahí sí que encontrarás contradicciones. Para el sentido común no se necesita pensar que eres congruente con la sociedad, sino dejar de ser un idiota en una sociedad que estimula y valida la idiotez.  El que estudia para ser licenciado, maestro o doctor no piensa en ser el mejor, sino en tener un buen salario y un estatus que lo raifique como licenciado, maestro o doctor. Y para eso no se necesita más que estar de acuerdo con la sociedad. Si no hubiera estos contrastes permisibles en la sociedad no habría doctores titulados o con honores y al mismo tiempo mediocres. ¿Es pensar o ver las cosas al revés? Pues sí, pero no existe ningún aliciente que estimule la situación de la vida profesional si no hay una contraposicion a los consensos sociales o institucionales. A fin de cuentas lo que concierne al potencial del ser humano de manera real y directa es su capacidad de escrutinio, no la aceptación consecuente, fácil y agachona de lo establecido. 

Señor X. —¿Qué hacemos entonces con la gente que triunfa en su profesión, son acaso fracasos disfrazados de méritos? 

Eco. — Los trabajos, becas, estímulos y proyectos son necesarios para validar el trabajo profesional, pero son al mismo tiempo un entramado falaz si no se antepone un juicio asertivo e impersonal que los valide. 

Señor X. — ¿Cómo puede ser algo impersonal lo que valide el trabajo profesional? Solo que se vaya a vivir a la luna... 

Eco. — Te acercas bastante a la respuesta correcta pero no le atinas. El triunfo en una profesión es como un ritmo sostenido e intermitente en donde el reto se mantiene vigente ¿entiendes? Como no existe un punto final, no hay nunca una meta parcial o definitiva de éxitos. El éxito representa la firme convicción de buscar algo en la profesión (eso es impersonal), no de "ser alguien". Nos han embarrado hasta el cansancio con la idea de "ser alguien" a través de los estudios y la preparación, cuando lo que debemos hacer es reconocer de lo que somos capaces mediante la disciplina y la responsabilidad con uno mismo, no con los demás. Si un profesionista nunca se propuso serlo, o quiso serlo en otra prefesión que luego abandonó por otra; o que nunca logró los cometidos requeridos en conocimiento y destrezas pero ganó la plaza o la beca; o que se hizo rico sin proponérselo y ahora ve a los demás como fracasados; o esconde sus secretos de fracasado para que los demás lo vean como un líder exitoso; o simplemente aprendió muy bien el engranaje social que lo reconoce y lo coloca en una posición privilegiada frente a los demás, nunca será un verdadero profesional y sobre todo, todo tendrá que ver con él y no con lo que él es capaz de ser. El espíritu del hombre no tiene nombre ni apellido, es a través de cada quien y por eso es impersonal y a la vez es lo que es en cada quien. 

Señor X. — No entiendo nada. 

Eco. — (Risas). 

Señor X. — ¿Qué pasa con la gente que no se formó en una profesión? 

Eco. — Más allá de las clasificaciones  que hacen de las labores una profesión, un oficio, una ocupación, un desempleo, una jubilación o un sabático, debemos ver lo que es el ser humano en lo que hace. 

     La gente que no estudió por decisión propia o porque no tuvo los recursos para hacerlo sabe muy bien que la vida profesional representa por sí misma algo más que estudiar, trabajar de lo que estudió o establecer jerarquías a través de eso. Saben muy bien que estudiar es una oportunidad de tener una oportunidad, a menos que sean tan idiotas que lo desdeñen como una posibilidad de vida. Pasa más o menos lo mismo con la idea moderna de ser empresario, en donde el concepto se ha hecho atractivo por representar un mérito personal y al mismo tiempo económico, sin tomarnos la molestia de examinar lo que eso representa. 

     No hay garantías de calidad en las personas estudiadas y no estudiadas. La posibilidad de estudiar es un privilegio que pocos aprovechan, y las circunstancias de no poder estudiar no son de ninguna manera desdeñables ni inferiores a las profesionales, sino una circunstancia o decisión de quienes las viven, en donde el factor humano está inexorablemente presente. En nuestra época quien quiere estudiar lo puede hacer y quien no, no. El poder de decisión es mucho más amplio que en el pasado.

Señor X. — Pero hay gente que en verdad no tuvo la oportunidad siquiera de ir a la escuela primaria. No tuvo el apoyo de su familia y nunca pudo verse en los estudios superiores para ser así un profesional. 

Eco. — Conozco muchos casos de éxito y fracaso, todos los días me entero de alguno. Y en todos ellos la constante es la falacia del ser humano, que no ve más allá de lo social o lo institucional. El error es cuando vemos el campo profesional como una pista de carreras en donde unos cuantos se pueden inscribir y en donde hay una meta al final. No es así. La meta no existe y no hay con quien competir si no es con uno mismo. Esta es la época más abierta y con mayores facilidades para que quien quiera estudiar lo pueda hacer tarde o temprano. Ya lo dije, el problema es que quien decide estudiar no lo hace con plena conciencia y el que decide no hacerlo tampoco. Entre estas dos vertientes tenemos casos muy esquemáticos y otros tantos muy divertidos y poderosos. Tenemos desde un chico de 18 años que sus padres lo obligan a estudiar otra cosa ajena a lo que quiere. Un egresado de su carrera que se hace profesor más por necesidad que por vocación. Hasta un ignorante y revoltoso que a punta de mitotes y zafarranchos políticos logra ser presidente. No tengamos lástima por quienes no pudieron estudiar, pero tampoco ensalcemos a quienes tienen un doctorado. En cualquier caso lo que hace al hombre no son los títulos ni la falta de estos, sino el tipo de movilidad que tiene para canalizar su energía en algo que valga la pena. Y si ese algo valioso implica no tener una profesión ni un oficio, que así sea (Risas). Lo que potencializa al ser humano no es necesariamente si estudió o no, sino la inefable virtud y voluntad en que canaliza su energía. Los moldes entre tener que estudiar, tener que trabajar, tener que pertenecer a un núcleo social o tener que desarrollarse mediante esquemas de tipos de empleos, méritos, becas, proyectos, promociones, recomendaciones y demás usufructos sociales son necesarios para subsistir, pero son al mismo tiempo un impedimento de independencia.

Señor X. — Eso es contradictorio maestro. Lo social obliga al profesional a ser en su profesión a la vez que lo coloca en el lugar que merece.

Eco. — Lo que hace al ser humano no son los consensos sociales per sé, sino la manera en que selecciona y sobre todo, adecúa lo impersonal a sus reservas de energía. La tramitología para pedir una beca o una promocion son tan exhaustivas y exigentes y a la vez tan falsas, que el respeto al investigador se pierde y las competencias por los puestos parecen más una carrera por la carnaza que un apoyo real para lo que vale la pena.

Señor X. — ¿A esta visión como debemos hacer una tesis?

Eco. — (Risas) Con asertividad, conciencia, escrutinio, buena asesoría, responsabilidad y una buena dosis de desapego. La tesis es apenas un apéndice en donde recaen los cultivos de la formación académica. La tesis no es "el propósito" sino una evaluación parcial en el trayecto del profesional. Desde luego que en ella se decantan las posibilidades del pensamiento a través de su estructura y planteamiento, pero no es de ninguna manera una definición final. Consideremos que además la tesis es un trámite de consolidación, de titulación, y que por ese simple hecho implica factores de obligación y compromiso institucional. Sin embargo, la tesis propone algo elemental, que es el examen profesional, en donde la estructura y el planteamiento que se problematizan son exhibidos verbalmente. Lo importante de hacer una tesis, además de su estructura metodológica, es que descubre al aspirante a profesional en sus más elementales requisitos. El pensamiento del profesional requiere de hacer una tesis para que sus capacidades cognoscitivas, metodológicas y proactivas tengan sentido. Y el sentido es la razón de la razón de ser del conocimiento científico, en donde descansa en gran medida la formación del profesional.

Señor X. —Algunas universidades otorgan el grado sin el trámite de la tesis.

Eco. —Bueno, eso no es parte de lo que estamos hablando, sino de un esquema de intereses políticos y económicos. Conozco perfectamente de eso y de los grados que se otorgan mediante tesis pero sin el rigor requerido por parte de los asesores y sinodales. A lo que me refiero es a la importancia de la tesis como un modulador de conciencia en la trayectoria del profesional. Si no se hace una tesis no hay confrontación con el esquema académico ni consigo mismo; y si se hace la tesis en una institución de bajo perfil, como esas en donde no hay exigencia seria y real, o simplemente no piden la tesis para el trámite de titulación, o sí la piden pero a cambio de un dinero de por medio, sencillamente no habrá confrontación del tesista o del doctorante consigo mismo ni con la responsabilidad que le demanda su sociedad.

Señor X. —Los estudiantes evaden la opción de graduarse por tesis porque reconocen un miedo en la confrontación.

Eco. —¿Qué se puede decir ante eso? Nada. Si la institución no obliga, al contrario, se muestra débil para con las exigencias, y al mismo tiempo los estudiantes procuran la salida más fácil para cumplir con un trámite, tenemos un esquema fallido, eso es todo. En cuanto la educación se mira a través de los filtros del dinero, lo políticamente correcto o la democracia, la formación del profesional sale por la borda porque es lo que menos importa. Antes de preguntarnos cómo se hace una tesis debemos cuestionarnos por qué debemos hacerla. Cuando respondamos eso decidimos. Y si decidimos que sí, entonces nos preocupamos por el protocolo, la metodología, el título, la bibliografía, las citas y demás. 

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