El diseño niño
Una jerarquía es (en las actividades que realiza el hombre), la prioridad, importancia, valor, predominancia o dominio de unas por sobre otras. El orden divino al que se refiere su etimología, el hieros, que en la antigüedad implicó como sustanciales a las corporaciones religiosas, militares y de gobierno, ha mantenido en esencia el mismo esquema. Las actividades sociales que constituyen la vida cotidiana, que hoy llamamos trabajo, han poseído en sí mismas una estratificacion acorde al comercio y a su implicación cultural. Las comunidades hicieron del trabajo, mediante su repetición y su evolución, la constitución de tecnologías, de formas de hacer y pensar propias e inherentes al ser humano.
Las disciplinas y los oficios poseen estratos, propios de acuerdos colectivos y en ciertos casos, de comicios legislativos. Las jerarquías son, por otro lado, resultado de identidades y de la sangre que las hace ser lo que son mediante el trabajo, desempeño y capacidad de cada uno de sus integrantes. Las jerarquías entre disciplinas han existido siempre, se han transformado y se han hecho a sí mismas de acuerdo a las voluntades que la función social, la economía, la religión y la estética han determinado. La naturaleza del orden y las imposiciones, producto de competencias, autoridades, presupuestos, políticas y guerras, han influenciado sus escalafones.
En la Edad Media, la relación de las funciones entre las labores de gobierno, guerra, impuestos, estatus, dominio y religión, determinó en los oficios manuales, una posición inferior respecto de sus contrapartes seglares. La sustancia que acentuó su estrato dependió de la idea del oficio como actividad familiar, en donde la herencia coincidía con la transmisión del trabajo y su posición social. El hijo del rey sería rey. El hijo del herrero sería herrero.
El diseño se parece mucho a la psicología, una disciplina joven, que se consolida como tal a principios del siglo XX, con antecedentes directos del siglo XIX y focos históricos de otras épocas.
Como la psicología, una disciplina recelosa, que defiende su posición como disciplina pero que parte de otras y se sirve de ellas para reafirmar su función y su identidad, su mito. La psicología nace de la medicina, la filosofía, la antropología, la etología y la etnología. El diseño es hijo directo de las artes plásticas, el mercado, los medios de comunicación y la estética. Como toda disciplina inmadura, como niña caprichosa, rebelde y berrinchuda, transita entre contradicciones, ocurrencias y conjeturas. Desconoce a su madre (las artes plásticas) e idolatra a su padre (el mercado y los medios). Se autovalida como disciplina creativa, pero no reconoce sus dolencias estéticas y sobre todo, formales. Se preocupa de su papel frente a una realidad social, pero no justifica su irresponsabilidad ¿se da cuenta de sus incapacidades y las justifica con eso?. Se atiene a la pauta tecnológica, y al mismo tiempo contradice su paridad plástica. Se apropia de proyectos que ella misma define como diseño. No sabe cómo definir su nombre, más allá de la Bauhaus y su tinglado vanguardista, propio de personajes, obras y períodos "clave" del siglo XX. Por ratos, sin sentido pero con loca ambición, se emparenta con la mercadotecnia, los negocios, el lenguaje anglicista y con un tipo de pensamiento propio del hombre de oficina y del mercachifle.
Como la psicología, intenta nutrir sus ajuares con la ciencia, con el método y con la terminología ajena. Aunque en su sangre corren venas de pintura, grabado, dibujo, arquitectura, escultura y pensamiento estético, su visión no va más allá de su función, una función que no explica ni mucho menos argumenta su pluralidad productiva. Una función que es un intento más, de distinguirse de las Artes (cuando le conviene), de anteponer el valor económico y el estatus. Una función innecesaria en sí, pero útil para justificar todas las demás faltantes. Una función que pretende ser propósito, pero que disfraza los valores éticos con un espíritu práctico. Una función muy útil para adoctrinar a los estudiantes y convencerlos de que su valor no es histórico, ni técnico, ni artístico, sino jerárquico e identitario.
Como la psicología, se le añaden formas simples de sí misma que terminan por reconocerse como propias. De la psicología se han colgado charlatanes, como le pasa también al diseño, en donde el ejercicio intelectual es mínimo, pero el espectáculo es fastuoso. Del diseño se cuelgan todo tipo de formas visuales propias del mercado, en donde la moda y la publicidad, en vez de examinarse en sus vertientes reflexivas o banales, se miran como sublimes y esenciales. Su trascendencia, además de "lo social" y de su pretendida función, es a sus ojos, una aspiración pequeña, como la que todo niño tiene: soñadora, inmediata, romántica, atrabancada y falta de nutrimentos.
Jean Piaget propició parámetros fundamentales sobre el desarrollo cognitivo infantil, en donde establece como determinante a la lógica, pues de ésta depende la construcción racional del pensamiento. La capacidad del niño de concebir y abstraer el mundo corresponde - según Piaget-, con etapas concretas pero, ¿como y en qué momento de estas etapas se consolida el pensamiento lógico? y sobre todo, si con "el niño" nos referimos a un conjunto de personas de determinada edad y esta edad es un reflejo de su capacidad cognitiva ¿cómo se gesta la actitud comunitaria, que es también consecuencia de la cognición y de la abstracción? Si debemos asumir que las actitudes son correspondientes con grupos de edades, lo debe ser también con grupos sociales, pues lo que hace de la percepción un molde, es correspondiente o consecuencia de actitudes universales, es decir, de ambientes comunales. Así que, aludiendo a Piaget, y pese a la propuesta sobre las edades y la construcción del pensamiento, hay adultos niños, como hay grupos sociales niños, es decir, que sus actitudes, lejos de ser resultado de procesos cognitivos, son infantiles en razón de su incapacidad de procesamiento intelectual y por supuesto, en razón también de su comparación con los adultos, que son otros grupos sociales. El diseño mezcla sin discriminación la realidad real y la realidad inventada, como la que crean los niños cuando juegan.
El diseño niño, niño por su edad y niño por su alcance intelectual, es reflejo desde luego, como disciplina, de un estado de evolución temprana que sólo el tiempo, la responsabilidad y las circunstancias, harán prolongar su niñez o lo harán crecer para trascenderse a sí mismo, para madurar.
El diseño es por momentos adolescente también, rebelde porque sí, naturaleza de convicciones a la deriva. Si hay algo de adultez en el diseño, es en brotes aislados, en personajes y obras emblemáticas, o en sus antecesores, que no se sentían ni se llamaban a sí mismos diseñadores.
La niñez y la madurez de las disciplinas es propia de su momento histórico, de la civilización a la que pertenecen, de su capacidad cognitiva, de su ambiente perceptivo, que se construye y construye a la vez, de su ambición intelectual, y sobre todo, del tipo se responsabilidad que asumen sus miembros.
¿Una solución ante esta situación? Podríamos comenzar por establecer diferencias entre hacer diseño, ser diseñador, sentirse diseñador, pertenecer a una comunidad de diseño o mantenerse al margen de las identidades. Ser y no ser diseñador va más allá de sentirse diseñador. Y a ver, profesores de diseño ¿con qué argumento les contagian a los alumnos esa aversión por las artes plásticas? ¿Con la función del diseño? Les tengo una noticia: las artes plásticas o visuales también tienen funciones, unas se parecen a las del diseño y otras son las mismas que en diseño ¿ya se les olvidaron sus antecedentes? ¿O solamente los citan para justificar la juventud de la disciplina y así extender los tiempos? ¡A madurar jóvenes! ¿Se toma como personal, molesta? Otro síntoma de inmadurez: las susceptibilidades antepuestas al ejercicio intelectual.
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