sábado, 19 de diciembre de 2020

 

LA ORTOGRAFÍA Y LA REDACCIÓN EN EL DESARROLLO INTEGRAL DEL ALUMNO

Para leerte (y escribirte) mejor. Grabado en madera de Gustavo Doré en los cuentos de Perrault (1862). Alusión al libro de Felipe Garrido.


Los problemas de escritura son consecuencia desde luego de un problema técnico, pero también representan en su estudio y revisión factores cognoscitivos. La escritura como indicativo del desarrollo intelectual debe ir más allá de la técnica y debe estar vinculada con un contexto cultural en extremo incidente y cambiante. Cómo escribe y cómo habla el estudiante es en primera instancia un reflejo de sus maestros —académicos y no académicos—. Y luego, es decisión de él. En la identificación de los errores de escritura y de expresión verbal de mi entorno escolar (mis alumnos, colegas profesionistas y profesores), he identificado un molde repetitivo que se manifiesta tanto en aspectos técnicos elementales como la ortografía y el uso de signos de puntuación, como en una actitud frente al lenguaje y su uso. La gente tiene por sabido de estos errores, los identifica generalmente en su entorno y en sí mismo, pero no se atreve a confrontarlos. El alumno considera primero que si sus estudios especializados, sean estos por materias a cualquier nivel, estudios de licenciatura o de posgrado, tienen que estar encausados hacia el contenido del conocimiento que revisa y no tienen por qué inmiscuirse con la escritura; y si lo hacen, debe ser a un nivel superficial. El profesor tiene dos alternativas ante esta situación: conceder una “dispensa” para calificar contenidos, o detenerse a señalar los errores de escritura como una parte integral de las entregas de sus alumnos. Como no hay un marco que defina una y otra, es decir, que al final el profesor determina qué es lo más pertinente en cada caso, y como muchos profesores son copartícipes de estas dolencias, termina por pasar de largo. Un caso excepcional —por su relevancia y su incidencia académica—, es la tesis. Amén de que las materias y los enfoques de las carreras lo exijan, la relación entre la tesis y el nivel de escritura del alumno representa un fenómeno característico de la distancia entre el lenguaje y el pensamiento. Con la labor de investigación viene en consecuencia un reconocimiento del nivel de pensamiento y capacidad de expresión escrita. La tesis permite que el alumno se dé cuenta de cuáles son sus incapacidades y permite, hasta cierto punto y de acuerdo con el seguimiento que se le dé, corregirlos. Además de las opciones de titulación para licenciatura, que han propiciado una falta de este confrontamiento, está la valoración personal; los alumnos quieren tener que ver con la tesis lo menos posible porque saben de antemano del viacrucis que deben transitar consigo mismos.

     No creo que la culpa sea un factor negativo para solventar las carencias lingüísticas, “hacer sentir mal” al estudiante por sus errores debe estar acompañado de un incentivo, de otra manera se alejará todavía más. Más bien pienso que la reverencia hacia el lenguaje y lo que representa, así como la valoración de lo que es la escuela y el desarrollo personal deben estar encausados hacia una solvencia práctica. Y lo más práctico que existe para estos casos es la confrontación. Partiendo de esta idea podemos trazar esquemas más o menos convincentes, como un acercamiento a la lectura o un curso de ortografía y redacción, pero en cualquier caso se requiere tiempo, y si el alumno está con el tiempo apretado para entregar su tarea o terminar su tesis la practicidad está en hacerle ver de manera simultánea los errores que debe corregir y la importancia de eso para su desarrollo integral. Nunca he estado de acuerdo con los correctores de estilo, porque le quitan la responsabilidad al estudiante —y más al tesista—, le resuelven el trabajo pendiente pero no corrigen los errores en sí mismos.

     Todos sabemos que la importancia de la enseñanza del español, con sus reglas sintácticas, ortográficas y de puntuación se perdió desde hace décadas en nuestro país —a razón de los años 60 del siglo XX a la fecha, según Sandro Cohen. Yo creo que desde los años 80—, y que ello ha tenido consecuencias en la formación de hablantes y escritores —no profesionales por supuesto—, y que la escuela como modelo representativo en la formación de los estudiantes se aleja cada vez más del ideal esperado, pero al final es decisión de cada persona implicar una correcta forma de escribir si se lo propone.

     Los nódulos del conocimiento a través del lenguaje escrito requieren de una estructura sintáctica para ser convincentes y elocuentes en el desarrollo formativo de los estudiantes. Representan un indicativo esencial de su desarrollo intelectual. Si bien en la inmediatez del lenguaje verbal se imprimen arbitrariedades semánticas e infinidad de modismos propios de modas, estilos, medios, regiones y consensos políticos, es en el lenguaje escrito que la formalidad expresiva debe supeditarse a un molde menos cambiante, jerarquizado y apegado a una normativa ineludible e inexorable.

     Los puntos en donde sobresalen estos indicadores se encuentran naturalmente en el material escrito, en resúmenes, ensayos, reportes, crónicas y entrevistas, así como en sus derivaciones: paráfrasis, citas, cabezales, carátulas, fichas bibliográficas, listados, títulos, subtítulos, etc. El espacio por antonomasia, por su extensión y por su posición representativa en la academia es la tesis, pero cualquier texto escrito por un estudiante, en mayor o en menor extensión, muestra su capacidad descriptiva, interpretativa y propositiva. Los estratos de estos textos, en cantidad, calidad y en la exigencia acorde con el tema y el espacio en que se desarrollan dependen desde luego del profesor, pues es él quien debe señalar sin mesura, la importancia de la buena escritura como parte de su desarrollo integral profesional. Es evidente una fractura en el proceso de consolidación de la escritura en el estudiante en alguna etapa de su formación académica, y que eso depende, primero, de la incidencia en la corrección de sus textos; y segundo, del entorno formativo integral. Una irónica situación en el proceso de aprendizaje de la escritura y la lectura que está vinculada a su cronología, en donde al niño se le enseñan las reglas de escritura en la educación básica, se distienden con múltiples irregularidades en la educación media superior y se abandonan en la educación profesional. Así, el estudiante aprende a leer y a escribir como fundamento esencial de su desarrollo, pero lo abandona a una edad temprana promedio para dar paso a lo “esencial”, sea esto social, económico o político.

     Debemos tener presente que, si bien nuestro idioma se rige por sus normativas sintácticas y por las determinaciones de la Real Academia Española y que, si bien el lenguaje es una extensa trama y urdimbre con enlaces, nudos, enmiendas y parches producto de modos de ver y de hacer en la práctica una lengua, tenemos que distinguir los diversos usos de un mismo lenguaje en una pluralidad de contextos; que el lenguaje de la escuela no es el mismo que el de la calle, que el lenguaje escrito no es el mismo que el verbal, y que el tiempo y las circunstancias que lo rodean lo van moldeando de acuerdo con criterios disímiles.

     La escuela debe apegarse a la normativa, debe ser rígida en este sentido, pues la libertad no permite reconocer las reglas gramaticales en la formación del estudiante y no permite tampoco disponer de parámetros expresivos insolubles, de autoridad lingüística. El esfuerzo de aprendizaje y apego a la norma representa también una manera de asegurar en su futuro una libertad de expresión inteligente. Un recurso que reafirma el uso correcto de la ortografía es la lectura. Sin embargo, ver a la lectura en este sentido como un único y exclusivo ejercicio de interlocución entre la gramática y el pensamiento es insuficiente. Importa también el sentido que tiene la lectura por el contenido de los textos y su resolución reflexiva, ya que ahí se reconocen estratos cognoscitivos.

     Los errores más comunes en los textos se muestran en la ortografía, la redacción y la ortotipografía, en ese orden. Los acentos encabezan la lista. Parece que emplear correctamente los acentos en las palabras es un estigma que no logra justificar su presencia ante la lógica de su pronunciación, pero en la escritura es un referente directo que enmarca la idea de la lógica verbal frente a la escrita. Las palabras con tilde y con acento prosódico o tónico determinan el carácter expresivo y el sentido del texto. La intensidad de la pronunciación de las palabras no solamente es lógica bajo el escrutinio de la redacción, sino de su entonación. Las excepciones a las reglas de acentuación se distinguen por la particularidad de sus casos y usos en la escritura, pero es fácil identificarlas en la pronunciación —aquí se reconoce una falta de conexión entre el lenguaje verbal y escrito—. Éstas suceden en los hiatos, en los acentos diacríticos y en algunas palabras compuestas, así como en las distinciones de acentuación entre adjetivos y pronombres, los casos y distinciones entre géneros masculino y femenino, y en algunas distinciones entre adverbios, indicativos de singular y plural, en interrogativos y exclamativos, así como en atenciones a las interrogativas y exclamativas indirectas.

      El empleo de palabras mayúsculas y minúsculas ha resultado también en una interlocución entre el inicio de párrafos, de oraciones, nombres propios y de instituciones, así como el empleado para títulos, subtítulos y apartados, en donde también existen reglas.

     Los errores de puntuación comparten el segundo lugar con la ortografía. El ritmo acorde al contenido y sentido del texto depende del empleo de la coma, del punto y seguido, del punto y aparte y del punto final; así como de punto y coma, dos puntos, y los apoyos ortotipográficos de referencia, marginación, jerarquía o consulta, como los paréntesis, comillas, subrayado, versalitas, cursivas, etc. Así como los aspectos estéticos que conforman la composición tipográfica reflejado en las palabras, líneas y párrafos, como las viudas, las huérfanas, la sangría, el interlineado y el margen. Aquí me parece justo mencionar como dato curioso sobre la disposición del uso de palabras agudas, graves y esdrújulas según el ritmo de pronunciación de las oraciones y según el matiz tonal que las acompaña. Los enlaces y las anteposiciones juegan aquí un papel fundamental porque lo complementan.

     Los errores más frecuentes en trabajos escritos los he identificado en las múltiples experiencias de revisión de trabajos de mis alumnos. He añadido también errores de presentación que, si bien son flexibles de acuerdo con los requerimientos propios de cada profesor, espacio y sistema de enseñanza, son un indicativo importante de la relación que tiene el concepto de formalidad en el alumno, y en la manera en que constituye su idea entre la obligación, el compromiso y el aprendizaje, motor de todo desenvolvimiento académico.

     Aunque los errores ortotipográficos intervienen poco en la interpretación de los textos, son determinantes para identificar una lógica visual y rítmica. Los contenidos no son ajenos a ellos, pues las jerarquías tipográficas y cierto nivel de estética nos señalan una lectura visual en conjunción con la escrita.

     Referente a los errores de puntuación, parece que el ejercicio —además de la sintaxis por supuesto—, determina modos de ver y entender el texto. Los estudiantes de licenciatura presentan en general una edad enmarcada entre los 18 y 22 años, lo que me lleva a pensar en una hipótesis sobre la experiencia de la escritura que, al margen del sobre entendido de la normativa, requiere de tiempo de práctica para “hacerse uno” con el estudiante. No quiero justificarlos, pero es lógico que la madurez intelectual va emparentada con una amplitud de vocabulario, una corrección más acuciosa del uso de signos de puntuación y una capacidad de reflexión a través de la escritura. Un desarrollo intelectual. Ante esta hipótesis me desdigo porque se contradice con una realidad multifacética. He de reconocer que los nichos académicos, profesionales y coloquiales en donde se sirve del lenguaje verbal y escrito son múltiples y están revueltos entre innumerables ejemplos contrapuestos y sobrepuestos entre sí. He visto tanto ejemplos excepcionales de escritura en alumnos de 18 años (muy escasos), como lamentables en maestros y doctores (numerosos). Y si bien la lengua es un ente que vive en cada individuo, y que se estira y se afloja según circunstancias, necesidades, necedades y caprichos múltiples, no deja de ser un parámetro indispensable para determinar valoraciones humanas, principalmente intelectuales.

     Los modos de presentación, así como la apreciación sobre cada uno de los siguientes rubros dependen del sentido práctico en mis clases y son en esencia los que en su momento consideré pertinentes para unificar criterios y para dar cabida también a una agilidad de calificación. Los textos de entrega a manera de tareas fluctúan por lo mucho entre cinco y diez cuartillas, y la extensión de los trabajos de investigación o de tesis son variables dependiendo del desarrollo del tema, de las asignaturas en donde se revisan y de las capacidades de cada estudiante. Los tiempos de entrega varían y consideran el tipo y extensión del texto a leer, así como el tipo y extensión del texto a escribir. Aquí convendría explicar los aspectos didácticos de cada caso porque la relación de la lectura con lo que se solicita en un texto depende del nivel de incidencia en el aprendizaje que se espera. Generalmente, la interpretación de esto por parte del alumno es ajustada, es decir, que corresponde apenas con la respuesta en la entrega. Es un fenómeno que va más allá de las formalidades de solicitud de entrega y que tiene que ver con factores de educación a otros niveles, así como con el entorno y la formación de la persona en otros ámbitos.

 

1.- ERRORES DE PRESENTACIÓN Y ORTOTIPOGRÁFICOS:

- No tiene numeración de páginas

- Numera la carátula o considera la carátula como primera página

- No tiene bibliografía (confunde la bibliografía con la cibergrafía, o con

   cualquier otra fuente no bibliográfica)

- No escribe la bibliografía en una página aparte

- La ficha bibliográfica está incompleta o con los datos en desorden

- Deja mucho espacio entre párrafos o entre líneas

- No escribe las cuartillas completas que se le solicitan

- Usa un tipo de fuente de alto puntaje para abarcar más espacio

- Emplea un número excesivo de tipos de fuentes

- Emplea un tipo de fuente ilegible o de difícil lectura

 

2.- ERRORES DE USO DE SIGNOS DE PUNTUACIÓN

- Deja espacio entre la coma o el punto y la palabra que le antecede

- No emplea punto y coma

- No emplea punto y seguido

- No emplea paréntesis

- No emplea comillas

- No emplea dos puntos y seguido

- No pone punto después de cada párrafo o punto final

 

3.- ERRORES DE ORTOGRAFÍA

- No utiliza mayúsculas al inicio de cada oración o párrafo ni en nombres

  propios: Autónoma, México, Cuautitlán, Renacimiento, Barroco, etc.

- Confunde el sustantivo con el adjetivo al emplear indiscriminadamente  

  mayúscula en la primera letra de la palabra: Renacimiento=renacentista,

  Barroco=barroco, Neoclasicismo=neoclásico, etc.

- No emplea acentos, principalmente en verbos en tercera persona en tiempo

  pretérito: realizó, buscó, trató, falló, cortó, resultó, viajó, quedó, creó, empleó,

  optó, logró, perfeccionó, etc.

- No distingue el empleo de consonantes escritas y verbales. Confunde:

   La s, la c y la z.

   La b y la v. 

   La m y la n.

   La f y la ph.

   La r y la rr.

   La l, la ll y la y.

   La x, la j y la sh.

   La w y la g.

   La q y la k.

   Emplea indiscriminadamente la h o la omite

- No distingue el contexto del empleo de verbos, adjetivos, pronombres y

   sustantivos en singular o plural

 

4.- ERRORES DE CONTENIDO.

- El texto no trata del tema solicitado

- No presenta capacidad de análisis, crítica o reflexión (dependiendo del tipo de

  texto)

- En los resúmenes, copia y pega la información sin leerla o estudiarla

- Su vocabulario es reducido

- Cubre la extensión solicitada, pero carece de consistencia (rellena con retórica,

   le da vueltas al tema y emplea ejemplos en exceso o que no vienen al caso)

 

5.- ERRORES DE INVESTIGACIÓN

- Todo lo quiere encontrar en internet

- No sabe buscar la información pertinente en internet

- No dispone de las herramientas metodológicas para su investigación

- No sabe cómo seleccionar de una bibliografía o de material referencial lo que

   le es útil y lo que no le es útil

- No lee lo que el profesor, tutor o asesor le indica

- No sabe conectar la información directa o indirecta entre varias fuentes

- No sabe procesar la información (quiere el dato pre-digerido)

 

     Errores comunes en las oraciones se presentan en el empleo de sustantivos, principalmente en nombres propios. En el empleo de verbos son recurrentes los errores de acentuación y en conjugaciones de número y modo. En los adjetivos se presentan principalmente en la discordancia con los sustantivos, los artículos y los pronombres, tanto en género como en número. Un error de redacción frecuente que tiene que ver con el sentido del texto se presenta en la pluralidad de combinaciones para las oraciones seriadas, en donde el empleo de la coma y las conjunciones —y, o u, que, o ni—, resulta en oraciones encabalgadas que generan confusión. Aquí tiene mucho que ver la relación fonética de las oraciones con el texto, —una eufonía—, es decir, la lógica que propicia la lectura armónica del texto acorde con la manera en que está redactado y su sentido. Cuando los errores ortográficos y de redacción se conjuntan en una discordancia sintáctica, tenemos una cacofonía, es decir, una falta de lógica y desarmonía en el texto. Lo más recomendable ante esta situación es la lectura en voz alta, pero el estudiante promedio no lee ni relee sus propios escritos, ya sea por la premura de la entrega o por otras razones. Así que además de la indicación de los errores de este o de otro tipo, se le debe insistir en la importancia de la lectura a la par de la revisión constante y permanente de las normas sintácticas, de otra manera no se corrigen. Influye la edad por supuesto. El dicho de que lo bien aprendido desde niños no se olvida, no puede ser más que cierto.

     Subrayarle sobre el incremento del vocabulario ayuda mucho porque permite que el estudiante se detenga a revisar el significado de las palabras y sus múltiples aplicaciones y derivaciones, como los sinónimos, antónimos, etimologías, acepciones, tipos de jergas y aspectos culturales propios de la lexicografía y por ende, de la información contenida en los diccionarios.

     Sin ahondar en la lingüística, pero sí por recalcar su importancia cultural, se debe hacer mención sobre el origen de las palabras, préstamos o morfemas, influencias de otros idiomas, como extranjerismos, calcos léxicos y semánticos, de los que destacan para nuestro español: nahuatlismos, anglicismos, germanismos, galicismos, etc. Porque se han formado con el tiempo como nuestra forma de hablar y de escribir —junto con innumerables barbarismos— y recientemente se han decantado en la escritura de mensajes en las redes sociales y demás medios de comunicación, lo que no solamente reafirma su presencia, sino que los “certifica” de alguna manera (?).

     Sobre las recomendaciones, no sobra la bibliografía, pero la escritura no es cuestión exclusiva de sistemas ni metodologías, sino de actitudes. Actitud frente al lenguaje en la vida diaria y actitud frente a lo que representa el lenguaje en sus múltiples ámbitos. Para la escuela, escribir bien representa un factor cultural importante. La expresión verbal y la escrita, aun con sus distinciones y convergencias, se proyecta en el alumno —cuando habla y cuando escribe—, como una unidad cultural e intelectual insoluble. Son los jóvenes al final, herederos de nuestro lenguaje y responsables del sentido que éste tendrá para con su vigencia y transformación. Mostrémosles el camino correcto.

 

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