lunes, 30 de marzo de 2015

 “El libro como modelo erudito de  expresión cultural”

ENTORNO.
Materiales, procesos, argumentos, términos, modismos, estilos, arquetipos, mitos, ritos, transgresiones y demás transculturaciones en donde el libro se gesta, son apenas una muestra de la categorización y jerarquización que posee el texto-libro frente a una situación tecno-científica y sociocultural en detritus. Las particularidades propias de cada género, oficio o aplicación en la que el libro se desarrolla y subsiste, como la literatura, la ilustración, el diseño editorial, la enseñanza y el arte, responden a exigencias específicas, unificadas por los indicadores en los que se detectan valoraciones múltiples, sean éstas mercadológicas, estéticas, procesuales, simbólicas o utilitarias. Referirse al libro o al texto impreso implica considerar aspectos pletóricos de minucias propias de especificidades o particularidades intrínsecas a cada caso, área o circunstancia. ¿Por qué todo ello? Porque todo eso en conjunto y en aislamiento es el libro.
     El libro es un modelo porque es por sí mismo un emblema del conocimiento y la cultura, un parámetro que por su participación paralela en la historia del hombre ha determinado focos de referencia, de contenido y de indicación de conocimiento.
     Es también un erudito, por cuanto es por sí mismo un ente autónomo, independiente y autosuficiente, que como objeto existe y como lenguaje subsiste. Esta subsistencia es evidente en las transformáticas circunstancias que han determinado vehículos múltiples de comunicación y difusión de ideas, emparentadas con la tecnología del momento: “El contacto con el español escrito a través de un medio de difusión masiva ha existido desde el siglo XV, cuando se inventó a imprenta de tipos móviles. En el siglo XX, casi cinco siglos después, surge un nuevo invento, la radio, que es el equivalente para la lengua hablada de lo que la imprenta fue para la escrita. La radio aparece en la década de los años treinta del siglo XX, época en los que se inicia también el cine sonoro. Muy pronto, unos 20 años después, llega la televisión a los hogares. Más adelante, en la última década del siglo pasado, surge, dentro de internet, la llamada “red de redes”, la WWW (o MMM, Malla Mundial Mayor, como proponen en el Instituto Cervantes), espacio que une lo gráfico y lo auditivo, la foto y el video. En otras palabras, la WWW de base digital, representa la unión de la imprenta con la radio y con la televisión y el cine.” (ÁVILA, Raúl. Pág. 114). El carácter del libro como modelo erudito es entonces una conflagración de aspectos: su historiografía, su razón de ser objetual (en donde el lenguaje escrito e impreso ha sufrido pocas variaciones desde su invención), sus circunstancias y situaciones como ente comunicativo y expresivo, su valoración colectiva universal como vehículo y promotor de la cultura, su autónoma justificación como instrumento de conciencias colectivas e individuales, como espacio de consagración artística (no solamente por lo que le atañe a la labor de escritura, sino por su construcción objetual-visual y la concepción o mentalidad que todo ello conlleva). Su supervivencia no es la que sobrevive a circunstancias adversas. Es la  supervivencia del audaz e inteligente individuo que ha sabido contener con fuerza y humildad su noble autoridad como emblema del hombre.

EL LIBRO COMO LECTURA Y ESCRITURA.
La producción-edición de libros es el vehículo más común con el que se relaciona todo tipo de aspectos propios del diseño, la impresión y la ilustración del libro; y esto, aunado a una tradición y una cultura sobre la lectura, su función y el impreso como vehículo de conocimiento, viene a conformar una estructura productiva y apreciativa en la que los procesos de hacer el libro participan inequívocamente como determinantes de productos que lo requieren. Hacer libros es en un sentido categórico una respuesta a una necesidad expresiva y comunicativa; sin embargo, en un sentido más abierto y consciente sobre una pluralidad tan abierta, es respuesta a una necesidad maniqueísta, porque  la dicotomía entre el libro como como instrumento de lectura y como conocimiento son cosas distintas. Felipe Garrido define tal dicotomía en dos bloques de acuerdo a quienes disponen de la lectura con fines prácticos elementales, que denomina como alfabetas; y a quienes utilizan a la lectura como vehículo o acercamiento al desarrollo del pensamiento, llamándolos lectores: “Al decir que en México faltan lectores se está hablando de lectores autónomos y, sobre todo, letrados. Esos no ha conseguido formarlos la escuela, porque nunca se lo ha propuesto. Más bien los teme o los considera superfluos, porque en sus manos la lectura deja de ser sólo un instrumento para el estudio y el trabajo, y se vuelve un medio para crecer; porque la lectura puede hacerlos demasiado libres. Hasta ahora se ha pretendido que la educación capacite a la población para el trabajo y se ha considerado innecesario –o peligroso- ir más lejos.” (Garrido, Felipe. Pág. 38). Una persona alfabeta, del griego alfa (primera letra del abecedario) y beta (segunda del mismo), lo define como alguien capaz de leer y escribir o que tiene al menos los rudimentos básicos para entender un texto y expresarse mediante caracteres escritos. Así también “lector”, del latín lectus (el que lee), implica en la persona el hábito de la lectura; el sufijo tor (el que ejecuta la acción) o sea, el que lee constantemente o el que practica la lectura como hábito. El “escritor”, del latín scribere (el que escribe) es comúnmente relacionado con el que sabe, el maestro, el doctor, el letrado. El escritor no solamente se suscribe en la idea de quien escribe un texto, sino  en quien practica la profesión de escritor y quien es especialista en una o varias áreas del conocimiento. Del escritor se intenta ratificar su vocación y/o su capacidad por cuanto si publica o no publica lo que escribe. Es un éxito indeterminado la publicación de un libro; es un logro fortuito por cuanto la imprecisión de su relevancia y las circunstancias que lo determinan; es criticable y cuestionable, pero al final es curricular, predominante y “definitivo”. Además, al ser el libro un objeto autónomo, es decir, que por sí mismo solventa su subsistencia, su permanencia o su vigencia, sobra incluir la palabra éxito, que más bien responde a situaciones publicitarias y comerciales: “Un cuadro tiene vida propia, como una criatura viva, y experimenta los cambios que  nos  afectan  a  todos  en  la  vida  cotidiana”  (Picasso, Pablo. Pág. 58).

PENSAMIENTO.
Esta distinción evidencia muchísimos aspectos propios del desarrollo de la cultura actual, como la educación, el conocimiento, la literatura, el arte, la información y los medios de comunicación, por mencionar algunos. El más importante, que de alguna manera está implícito en todos estos pormenores es el pensamiento. El ejercicio de la lectura es un factor esencial en la configuración del pensamiento del hombre, pero no es suficiente y tampoco lo es todo. Las estructuras que propician en el pensamiento modos de razonamiento y reflexión de las cosas, se nutren, además de la lectura, de las vivencias, de la percepción otorgada por las sensaciones no visuales y de todas formas de construcción y conceptualización del mundo, como la tecnología, los modos de vida, las ideologías, las religiones y las imágenes imaginarias: “Es útil aquí una breve referencia a lo que dice Herbert Read sobre la imagen como pensamiento legítimo. Presenta una sencilla tipología que abarca alucinaciones, ilusiones, postimágenes, imágenes oníricas, imágenes mnéminas e imágenes eidéticas.” (Zamora, Fernando. Pág. 151). Una persona que desarrolla una cultura auditiva a través de su apreciación, práctica o gusto por la música por ejemplo, requiere de un reconocimiento (al menos empírico) de los instrumentos, del sonido que producen y de la composición musical; la lectura, de este modo, perfilará el sentido o la idea que el individuo tiene de la música y requerirá en su caso, de complementarlo con exigencias otorgadas por la información histórica, autores, estilos y valoraciones propias de la disciplina, contenida en parte por su labor de lectura. Además, la música implica un tipo de lectura con una retórica propia de signos gráficos: la partitura.
     Ser lector, buen lector, o como señala Felipe Garrido lector letrado es tan sólo la ambición intelectual hacia el pensamiento, al buen entendimiento, al mejoramiento de los valores en las relaciones interpersonales y a la máxima aspiración que otorga el libre pensamiento.

CULTURA Y ERUDICIÓN.
El libro no es sólo un vehículo para esto, es un ente ajeno que subsiste y persiste por sí mismo. La erudición o lo erudito, del latín eruditio (rudo) y onis (acción y efecto), es el nivel de instrucción o conocimiento multidisciplinario. Lo rudo en este caso, es la afección inherente al sujeto, no al libro. La acción y el efecto por sobre tal rudeza es el conocimiento impuesto e implícito en el texto a través del libro. Los libros “no eruditos” son, a conciencia y conveniencia de quienes los producen (quienes los escriben, los diseñan y los imprimen, por mencionar tan sólo las facetas más importantes en su ejecución), dado su contenido y propósito, entes ajenos a la erudición primaria, pues el conocimiento contenido y promulgado a través del libro, sin la intención de puntualizar una forma de jerarquización (siempre cuestionable), responde a niveles interpretativos, que mejor podríamos llamar niveles culturales. Mario Vargas Llosa pretende establecer estas distinciones culturales con gran arrebato y atrevimiento, al clasificar la cultura de las sociedades contemporáneas como Cultura Popular  y Alta Cultura, términos que por sí mismos evidencian una intención elitista: “…la cultura son todas las manifestaciones de la vida de una comunidad: su lengua, sus creencias, sus usos y costumbres, su indumentaria, sus técnicas y, en suma, todo lo que en ella se practica, evita, respeta y abomina. Cuando la idea de la cultura torna a ser una amalgama semejante es inevitable que ella pueda llegar a ser entendida, apenas, como una manera agradable de pasar el tiempo. Desde luego que la cultura también puede ser eso, pero si termina por ser sólo eso se desnaturaliza y se desprecia: todo lo que forma parte de ella se iguala y uniformiza al extremo de que una ópera de Verdi, la filosofía de Kant, un concierto de los Rolling Stones y una función del Cirque du Soleil se equivalen.” (Vargas Llosa, Mario).
     Gilles Lipovetsky, por otro lado, habla de una cultura derivada de la globalización surgida desde finales de los años ochenta del siglo XX, que él denomina como Cultura Mundo, concepto menos comprometido pero adecuado por ello mismo a una situación más abarcante y menos jerarquizante, enfatizando al individualismo como aspecto clave: “Debemos proponer la cultura universalista como el quinto gran pivote de la cultura-mundo. Durante la segunda mitad del siglo XX, las estructuras sociales que funcionaban como frenos al empuje del individualismo (tradiciones, familia, Iglesia, grandes ideologías, partidos políticos…) perdieron su antigua autoridad en beneficio de la expansión social del principio de individulidad. La intensificación social de la ideología de los derechos humanos y la difusión de los valores hedonistas, la asfixiante oferta de consumo, informaciones e imágenes mediáticas se han combinado para acarrear la disolución de los marcos colectivos al mismo tiempo que una multiplicación de los modelos existenciales: de ahí la dinámica individualizadora que trastorna radicalmente las sociedades y las culturas autoritarias tradicionales, heredadas de la primera modernidad.” (Gilles Lipovetsky. Pág. ¿? (en “el individuo como cultura universalista”). La Cultura desde luego, posee múltiples definiciones y acepciones, adecuadas todas a las circunstancias geográficas, políticas, económicas e ideológicas. La idea del libro como símbolo del conocimiento expedito, como contenido o expresión de la literatura y como ente objetual al que se le añaden valores como la educación y el arte, persiste y se mantiene vigente frente a las tecnologías alternas o añadidas. Subsiste en las conciencias de los individuos y de los grupos sociales que lo conocen y lo identifican. Mantiene y cultiva por sí mismo la “idea del libro” como un objeto impreso, cuyo contenido descriptivo primordial se da mediante el uso del lenguaje escrito, de los carácteres gráficos y tipográficos; así como del sustrato que lo contiene: el papel y el espacio virtual. Ampliar sobre las nuevas tecnologías con el libro de la imprenta a la internet.
     La erudición en el libro (en este caso) no es necesariamente la que responde a su texto contenido o a los autores que lo escriben, sino a una visión integral del libro como objeto utilitario, como objeto artístico, como símbolo histórico y cultural del hombre. Mucho se ha planteado y discutido en este sentido, resultando de ello la invención de términos y significados que lo referencian: No libros, otros libros, libros alternativos, libros híbridos, libros objeto, libros no convencionales, anti-libros, pseudo-libros, casi libros, libros interactivos, libros lúdicos, libros conceptuales, libros de arte, libros artísticos, libros de artista  y otros más que se siguen construyendo. (Ulises Carrión).

POÉTICA. 
La concepción del libro como simple objeto contenedor de ideas se soslaya ante la libre introspección y especulación poética. En el poema de Octavio Paz Árbol Adentro (añadir fuente), la metáfora del razonamiento como pensamiento que se cultiva, nos remite a la idea de la mente como gestora, criadora y responsable de sus productos:
                                                  
                                                  Creció en mi mente un árbol,
                                                  Creció hacia adentro.
                                                  Sus raíces son venas,
                                                  nervios sus ramas,
           sus confusos follajes pensamientos.
                                                   Tus miradas lo encienden,
                                                   y sus frutos de sombra
                                                   son naranjas de sangre,
                                                   son granadas de lumbre.
                                           Amanece
                                                   en la noche del cuerpo.
                                                   Allá adentro, en mi frente,
                                                   el árbol habla.
                                                                             Acércate, ¿lo oyes?

     La conceptualización de la escritura como proceso creativo responde a la visión particular de cada escritor, de sí mismo, de su gremio, de la literatura o del ejercicio de la escritura. El poeta describe lo que ve, lo que pretende que los demás vean y lo que sabe que en circunstancias específicas implican un cambio. Dios hizo al hombre, el hombre hizo al arte y el arte los hizo a ambos. La necesidad en el hombre, como la de dios, es de índole productiva y el poeta, que reconoce en la materia del mundo la sustancia idónea a su producto, determina, como el filósofo, una razón ferviente, absoluta y convincente a su acción. Las cosas (el mundo) poseen verdades absolutas: el verde es verde, lo pequeño es pequeño, lo lejano es lejano, etc. pero de esas cosas se determinan otras con verdades a medias: lo ominoso ¿es ominoso?, lo terrible ¿es terrible?, lo emblemático ¿es emblemático? “Las cosas pasan de lo real a lo ideal cuando el artista las reproduce modificándolas conforme a su idea, y esto se verifica cuando altera las relaciones de sus partes para hacer más visible y dominante algún carácter notable” (Taine, Hipólito. Pág. 17).
     La escritura y la lectura van de la mano, son ejercicios que funcionan alternadamente por la prioridad que merecen en su ejercicio. La comunicación implícita en ello determina razones inexorables para considerar su extraña simbiosis: “Leer y escribir es conversar con los otros y con uno mismo. En ambos casos nuestro interlocutor es un ausente-presente que nos habla sin lengua y que nos oye sin orejas” (Paz, Octavio. Pág. 596).
     El libro es así y no lo es al mismo tiempo. Gestor, autor y responsable de sus “vivencias”, cualesquiera que estas sean, porque las circunstancias que le atañen han respondido siempre a la elocuencia, propiciadora de pináculos culturales múltiples; y han respondido también, o más bien se han adaptado, a degradantes, decadentes e indefinidas circunstancias culturales.


CARÁCTER VIVENCIAL DEL LIBRO.
Lo vivencial en el libro, como ya mencioné, es lo que hace un ser o un ente independiente. Pero también el libro vive en las experiencias con quienes, para quienes y en quienes interactúa. Mi contacto con los libros ha sido primero como lector, luego como artista, grabador e ilustrador, luego como académico-investigador y después como librero. Este orden no responde a una secuencialidad cronológica en mi contacto con los libros, sino a una jerarquización que merece en mi experiencia y para este texto una determinación propia de impresiones o situaciones personales-generales. Personales porque contienen matices explícitos en las vivencias del individuo; y generales porque creo fervientemente en la cultura expedita, en la libertad de pensamiento y en la interlocución con el entorno cultural en donde se manifiesta el libro. Sobrada mención de lo anterior para justificar inquietudes propias de la emoción y la intuición, más que de la secuencialidad narrativa convencional.


No hay comentarios: