viernes, 30 de agosto de 2024

Vamos al súper

 


Vamos al súper

Cada vez que me topo con gente que tiene una rencilla conmigo, siento un hálito de incomodidad que constriñe mi estabilidad, mi mente deja de ser racional y percibo un calor rancio, como un dolor, una quemazón fuera de mi cuerpo que me aturde, como un sonido, una vibración o una hinchazón que no me permite pensar ni actuar con soltura.
Carlos me dijo que es mi importancia personal, pues la rencilla de esa gente es la rencilla en mí mismo que se enrosca dentro de mí, como una cochinilla que se protege al primer contacto. Me dijo que lo que debo hacer en esos casos es no esconderme, confrontar a la gente si es inevitable el trato o el encuentro, y luego abreviar el tiempo con ellos para evitar el gasto energético, sin huir ni evadir el contacto, pero sí retirarse con elegancia.
Al hacerlo así el desgaste personal se suaviza como las hormigas cuando se topan con un obstáculo, que no luchan con él, lo evaden para salir avantes en su camino, sin pausas ni dudas.
     Apliqué el principio a la primera oportunidad, con una mujer del trabajo en la que deposité mucha confianza por años y luego me dio la espalda sin tapujos, sin disculpas ni explicación alguna. En vez de esperar su reacción me retiré con educación, pero arrastré un dejo de tener que quedar bien, de resolver algo pendiente. Carlos me dijo que no me preocupara, que ella sentía lo mismo o peor pues su orgullo era más grande que el mío, pero que no me olvidara en no depositar en ella ni una pizca de confianza ni comentarle nada personal. Que eso no significaba que fuera cortante ni callado, sino llevar la plática con frases comunes y responder con generalidades, sin dar detalles, y abstenerme de cuestionarme a mí mismo sobre lo que ella pensaba de mí, para así hacerla a un lado de mi mente y canalizar mis esfuerzos en otras cosas.
—Debes ver a la gente como cuando vas al súper y ves la mercancía que vas a comprar, como elementos que puedes seleccionar y otros que ignoras o rechazas. Con la práctica aprendes a ver a la gente como lo que realmente son, entes de carne y hueso que comparten contigo las mismas angustias, pero que ignoran que pueden elegir lo que quieran—.
     En las siguientes oportunidades intenté aplicar los consejos de Carlos pero parecía un trabajo que requería tiempo, pues los avances eran mínimos y pausados. Mi yo personal interfería en mi mente para decirme que podía hacerlo, pero en la práctica se me enredaban las patas. Carlos me dijo que el obstáculo era yo mismo, que no quería renunciar a mis costumbres de auto complacencia y que eso no se cambia con pausas o con intentos de error o acierto, que si mi decisión era firme podía hacerlo de una buena vez.    
     Regresé a la pelea y me apliqué. La mujer se sorprendió de mi actitud, al principio no supo qué decir pero en un instante me dijo que era grosero y agitó su dedo índice frente a mí como hacía siempre que no encontraba argumentos para debatir y recurría a los manoteos, a alzar la voz y a exigir un respeto merecido. Carlos me advirtió que tenía que ser muy educado para darle un toque elegante a mis acciones y a mis palabras. —Debes creer en lo que le dices y en lo que haces cuando estás con ella pero luego tirar todo por la borda. Igual que hace un actor profesional, que se prepara bien para el escenario pero que tiene su vida real fuera de él. Si no construyes una máscara cuando trates con ella, no tendrás un dique que contenga tus emociones después. Debes aplicarte con destreza y luego ignorar todo. Deja de preocuparte por lo que ella piense de tí y luego ríete de tí mismo, de otra manera vas a tener colgada la imagen de esa señora—. Cuando por fin logré hacer todo con precisión, lo demás fluyó solo y  dejó de importarme. Ella siguió odiándome y reclamando cosas que no eran mi culpa sino de ella, y abriendo chismes sobre mí con otras personas, pero yo ya no sentía nada, como si estuviera anestesiado.
     Al día siguiente me sentí extrañamente muy ágil y fuerte. Fui al súper, elegí un carrito y lo llené con lo elemental, sin prisas pero sin perder el tiempo. La cajera me preguntó si había encontrado lo que buscaba. Le dije que no buscaba nada, que había ido al súper a toparme con alguien que me preguntara algo especial. La chica sonrió y yo le devolví la sonrisa. 

No hay comentarios: