domingo, 6 de julio de 2025

La caída de la tesis

 


La palabra tesis proviene del latín Thesis=conclusión o razonamiento, y esta a su vez del griego tithemi=yo pongo. Por lo que su significado se encuentra relacionado con una postura que se sostiene mediante una disertación, cuyo objetivo fluctúa entre la proposición y la contraposición, es decir, mediante un canal argumentativo, por lo que es viable que ante una tesis haya una antítesis y una síntesis, formas sintácticas de oposición y solución respectivamente.
La invención del pensamiento racional en la antigua Grecia nos lleva a considerar su origen como un sistema de construccion argumentativo, en donde lo razonable consistía en hacer proposiciones coherentes sobre temas diversos. Aún cuando la tesis como documento académico escrito no existió formalmente sino hasta la fundacion de las primeras universidades (siglo XII), es a los griegos que debemos el pináculo del pensamiento racional, siendo la tesis una edificación que propone, bajo parámetros de lógica, hechos y fundamentos, que algo es válido, verdadero o verificable porque se explica en sí mismo.
Les tesis es así, la manera más eficaz, desde el punto de vista racional y estructural, de contraponer el conocimiento científico a una revisión, solución o proposición académica. En los últimos años, el desplazamiento de la tesis por otras formas de titulación, ha propiciado que su propósito terminal en las carreras represente más un trámite que una revisión de conocimientos.
Los artículos publicados al respecto de porqué los alumnos de la UNAM ya no eligen hacer una tesis presentan variables sostenibles pero sin un respaldo argumentativo sólido. Dichas variables fluctúan entre la falta de recursos económicos, deficiencias en conocimientos de investigación, el tiempo requerido, la complejidad administrativa, la sobre población estudiantil y factores políticos. A estas debemos añadir la idea que tiene el alumno sobre la practicidad entre unas opciones de titulación por sobre otras. A la falta de información sobre lo que es o implica hacer una tesis como elemento terminal formativo y no sólo como un trámite administrativo. A la idea insostenible de estudiar para trabajar, que en teoría perfila a los alumnos a reducir los tiempos en que terminan sus estudios y buscar trabajo. A factores propios de conceptos sobre lo que es estudiar, trabajar, el campo laboral, el compromiso social y la formación profesional. Y por último, considerando los escalafones de la formación profesional —con todo lo que ello implica—, a la consecución de hacer estudios de posgrado al terminar una licenciatura, en donde se requieren conocimientos de investigación.
Aunque es un hecho que la elección de los estudiantes sobre cómo titularse depende del tipo de carrera que cursaron, pues unas áreas son más prácticas que teóricas, o simplemente gestionan el conocimiento en mayor o menor medida entre procesos de reflexión, aplicación y ejecución, existen datos de tipo formativo, anímico, social, cultural y económico que también influyen.
Es un hecho que no disponer de una experiencia tácita en la investigación invita a los alumnos a "sentir" que no son aptos para hacer una tesis —pese a sus estudios elementales de formación básica y educación media, en donde "acarician" el método científico en algunas asignaturas y lo complementan superficialmente con la práctica de lecto-escritura, herramienta indispensable en la investigación—. Pero también consideremos que hacer una tesis no es en sí misma una labor que define la investigación. Si bien se formula de acuerdo con la estructura del método científico, si no se ejerce con regularidad y profundidad, lo mas probable es que no pase de ser más que un trámite de titulación. Por otro lado, si hacer una tesis fuera determinante para formarse en la investigación, cualquiera sería investigador. La distancia entre hacer una tesis y hacer investigación es estrecha si consideramos que el conocimiento racional se define mejor cuando se hace una tesis que si no se hace, pues la reflexión como elemento cognitivo en la representación de un tema de investigación y en su aplicación directa en la recta final de las carreras, es lo que modula una actitud y nutre los valores profesionales de su área. Sin embargo, aunque parten de un mismo modelo metodológico que es el protocolo, existe una distancia considerable entre hacer una tesis y la investigación formal porque los niveles que hacen del proceso de investigar no son siempre los mismos. Cuando una tesis está bien dirigida y el tesista encaja bien los pormenores del desarrollo de su tema y además obtiene los honores en su examen profesional, es natural que piense que su investigación es publicable, pero eso no significa que lo sea y mucho menos que es un investigador. Entonces, el valor de hacer una tesis radica en el perfil de quién la hace, de cómo se dirige o asesora y del seguimiento o fin que resulte de hacerla, en donde, independientemente de la obtención del grado, se debe tomar en cuenta la visión que se tiene de lo que es y representa investigar. También se nota esta distancia cuando el tesista se estanca en su tesis y hace refritos de ella en otros espacios y en otros textos, conferencias y demás.
Cuando los estudiantes eligen otra opción que no es tesis o tesina, no anteponen la idea de ser aptos o no para esas "otras opciones", sino de implicar una ruta más corta o menos complicada que la tesis. Aquí resalta un factor que tiene que ver con la actitud del estudiante ante los retos académicos, pues si bien la idea de estudiar es por sí misma compleja, lo es más cuando se anteponen deficiencias de formación escolar, como el hábito de la lectura, el rigor de la escritura, el pensamiento crítico, la concentración, y la vinculación de estos con su aplicación en tareas o proyectos específicos de su área. A su vez, tiene que ver con su trayecto académico, en donde influye la misión y visión de su carrera, la calidad de sus profesores, el conocimiento de su área en el campo profesional/laboral, y el tipo o fidelidad que tiene para con su carrera, de lo que se derivan matices como el gusto, la pasión, las metas a corto y largo plazo y la inversión o complemento de alicientes académicos externos, como tomar cursos extra curriculares o practicar por su cuenta —sin la obligatoriedad de las asignaturas ni la calificación—, los ejercicios vistos en clase.
La mejor opción de titulación, si consideramos una formación integral y no sólo justa o práctica para la obtención del grado, es la tesis. ¿Es la ruta más compleja? Sí, pero su complejidad conlleva un beneficio implícito: un aliciente intelectual útil no sólo para revalorar su tradición, dar cause a posibles rutas de investigación y producción, enaltecer el ejercicio epistemológico, llevar el esquema de estudiar para trabajar a niveles mayores, sino para confrontar al estudiante consigo mismo, cosa que fomenta el pensamiento crítico, la responsabilidad social y la libertad del pensamiento.

El campo energético y el poder de las acciones


He Man: "Ya tengo el poder" 

— Para evitar el conflicto [pero sacrificando la verdad] me contengo, me refreno, me auto censuro y me silencio. La mayor parte de lo que les digo son mentiras, pero ellos quedan satisfechos. No siempre me sale. Es entonces cuando me atosigan o me dejan de hablar.
Las acciones y los sentimientos son tipos o intensidades de gasto energético. Cuando inviertes tu energía en preferencias o gustos por cualquier cosa, pierdes una cantidad importante de energía. Para amortizar esa pérdida debes canalizar tus intereses en cosas que valgan la pena. La cuestión es ¿qué vale la pena?. Eso se aprende con tropiezos y con tiempo, pero darse cuenta de eso no es fácil, sobre todo si no sabes cómo estar en silencio contigo mismo. El roce social es el mayor consumidor de energía, porque con él se llena gran parte de lo que hace al mundo.
Convertir los gustos en intereses puede ser el primer paso, pues los gustos suelen partir de estructuras impuestas por la sociedad, no de nosotros mismos; y por otro lado están los paliativos, con los que se satisfacen los gustos, en donde caben todo tipo de payasadas con que rellenamos nuestras prioridades y nuestros actos.
Lo que nos interesa parte de una sincera y profunda reflexión: lo que nos gusta es un impulso primitivo. El problema es que anteponemos criterios que no tienen mayor objetivo que justificarnos, como cuando decimos que no todo es rigor y reflexión, o que tenemos que descansar, que debemos divertirnos, que somos seres humanos con defectos, etc. Pero cuando vemos gente que invierte cantidades extremas de tiempo y esfuerzo en su apariencia física, en sumarse a una identidad colectiva, en reuniones de chisme o en adoptar cualquier tipo de actitudes de consenso social, es que nos damos cuenta de que perdemos tiempo, esfuerzo y dinero en cosas que no valen la pena. Aquí también cabe el cómo o el para qué hacemos esas cosas. En el trabajo tenía un compañero que hizo lo posible para irse de viaje a Europa, pero no creas que fue a aprender viendo los museos, conocer un lenguaje distinto o saber de otra cultura, no. Se fue para regresar a su país con la presumible idea de que estuvo en Europa y llenar una carpeta de fotitos en sus redes sociales.
Cualquiera diría que es imposible desprenderse de los consensos, a menos que se viva una vida ascética. Pero el aislamiento no sirve de nada si la persona no le da un nivel de desapego a su participación social. Estar en sociedad no es lo mismo que ser parte de ella.
La decisión de elegir es un factor energético que comienza desde antes, con el tipo de priorización que se construye el individuo. Cuando se hace una idea en la mente para cristalizar un gusto o una acción, la energía adquiere un tinte particular, como cuando tenemos hambre y hacemos un repaso mental sobre qué vamos a comer. Esta etapa de construcción se convierte en una especie de actitud predatoria, en donde el individuo busca un modo de salirse con la suya. Con las elecciones que no se planean con tiempo es lo mismo pero se debe tener un plan general, para que la sorpresa no resulte tan sorprendente y las reacciones tengan un mejor tino, como cuando sabemos de antemano cómo comportarnos en una entrevista de trabajo y hacer o decir cosas que vayan en contra de nosotros mismos. Ya sé que me dirás que todos son libres de hacer lo que quieran con su tiempo, su dinero y su esfuerzo, pero no estoy hablando de libres albedríos. Esto tiene que ver con las capacidades humanas de relacionarse con el universo, y eso va más allá de su situación social. Si utilizaríamos nuestra energía con el mismo ahínco predatorio pero para cosas útiles y no para tonterías, tendríamos tiempo de sobra para implicarnos con compromiso en todo lo que hacemos y pensamos. El quid del asunto no es establecer categorías de qué vale y no vale la pena, eso lo puede hacer cualquier idiota. Es implicar en cualquier cosa que hagamos el mayor esfuerzo y compromiso posibles. Automáticamente eso le dará una dimensión a lo que hacemos, pues el simple hecho de dosificar con tino nuestras prioridades nos resulta en cosas que bien vale la pena hacer y descartar lo que no. La gente toma decisiones sin valorar su tiempo de vida. Y créeme, nadie escapa a la muerte, nadie.
—¿Entonces qué cosas descartamos y en qué cosas nos implicamos?
— (Risas). Sabía que me preguntarías eso. No te voy a decir qué hagas y qué no hagas porque lo utilizarías inmediatamente para hacerte el agredido o el ofendido. Pero ahí tienes un buen ejemplo, no te pongas en primer plano para todo. El roce social consume mucha energía porque implicamos mucho esfuerzo en hacernos los hipersensibles. No esperes una receta. Identifica tus debilidades y atácalas directamente. Los súper héroes nunca serán invencibles si tienen las debilidades mundanas que corresponden a cualquier ser humano.

sábado, 22 de febrero de 2025

Mr. Hyde

 

Dodó como Mr. Hyde en un episodio de la Pantera Rosa con el Inspector 

Un estudiante que no hace su tarea como una inversión de conocimiento y fijación práctica, que la hace más por una cifra, por cumplir un mandato que no es suyo, que aplaza hasta el último minuto hacerla, como si fuera un suplicio impostergable, será el profesional típico.
Cuando se da cuenta —si es que lo hace—, verá tras de sí un tiempo irrecuperable, pero se dará cuenta también que ante sus faltas, existe la pócima de Mr Hyde. Entonces se sumará a la filas de los profesionales mediocres, que logran sus éxitos mediante estrategias de oportunismo y auto engaño, en donde lo que menos importa son las aptitudes, sino formas mañosas de acomodarse a un esquema poroso y permisible; en donde el grado, la promoción, la plaza, la beca o el cargo no son honorarios, sino trofeos huecos, útiles para rellenar una vitrina de egos o para someter a otros como ellos, que persiguen lo mismo.

miércoles, 29 de enero de 2025

Buque de guerra

 


Jorge Alberto Manrique se sentó junto a mí, como un imán atraído por un misterio incolume. O sea, sin más circunstancia que lo circunstancial y sin mayor casualidad que lo casual. Aunque lo vi abordar mi fila, tambaleándose entre las bancas como un buque de guerra —con un bastón como un ancla que no logra fondear, cansado de tantas batallas, con saco café y pantalón gris, como la madera calafateada de los cascos—, me sorprendió mucho por lo imprevisto y por el contexto; habiendo tantas bancas, eligió la que estaba a mi izquierda. El auditorio del IIE estaba casi vacío, a cuenta gotas llegaban los asistentes y los ponentes. Eran principios de 2016 y el coloquio se antojaba por la temática general y por los títulos de las ponencias. El maestro no parecía ponente sino asistente. Estábamos sentados al centro del cuadro de butacas, a buena distancia del proscenio, pero lejos como para salir y subir al escenario.

     En unos minutos llegó y se acercó hasta el maestro Elisa Vargaslugo Rangel, se saludaron de pie como viejos camaradas pero ella sí subió. El maestro, todavía con la sonrisa en la cara me miró y me invitó a sonreír, como esperando una aprobación de su efusiva comunión. Retomó su asiento.

     Al final del evento, después de un racimo de ponencias y lleno más de colegas que de asistentes fortuitos como yo, abrieron un espacio para homenajear a los veteranos. Entonces se levantó el maestro y con el mismo tambalear, como si el buque partiera de regreso de un continente a otro, subió con ayudas al escenario y dijo unas palabras protocolarias. Nunca intercambiamos personalmente nada más que la compañía adyacente de dos butacas, pero eso fue para mí un regalo profético, una muestra-presagio para lo que después me condujo a la investigación.

lunes, 20 de enero de 2025

La muerte de Héctor

La muerte de Héctor . Peter Paul Rubens


Fui muchos. Uno para cada año que viví, para cada mes, para cada día y para cada segundo. El que se muere de mí no es todos esos, sino uno en particular que no es el mismo. 

 Por eso, la estela que dejo atrás —que es lo que viví— es mía y no es mía. Atrás ya no estoy y sin embargo sigo ahí.

Y cuando muera seguiré allá, en los que fuí, en la historia mía y en las de los demás con quienes conviví. No dejo el mundo porque lo he dejado miles de veces; sigo aquí, pero me voy un instante para siempre, y para siempre regreso ipso facto, como en un periplo exprés.

     Mi cuerpo regresa a la tierra y mi espíritu al infinito, de donde partí. El lado de la espada que me corta, me redime a la vez.

     No me lloren, ni me extrañen, ni me ajusticien. Antes de ser lo que fui, fui nada, y a la nada no se le puede llorar ni extrañar.

     Regresen a sus casas, a sus trabajos y a su cotidianidad, que la parábola de la muerte es para todos, pero es individual.

jueves, 7 de noviembre de 2024

La explicación de lo inexplicable

Viñeta del libro"Corrido de la Revolución" de Celedonio Serrano Martínez. 

Explicar es una tendencia, una inercia, no un entendimiento. Cuando nos decimos a nosotros mismos que algo es comprensible porque es explicable, no estamos haciendo más que dar por hecho que las palabras y los pensamientos son más que suficientes para comprender el mundo. Las personas que defienden a capa y espada que las palabras son el epítome explicativo del mundo hacen eso: se revuelven en sus propias aseveraciones, tratan de convencerse y hacer convencer a los demás que así es como deben ser las cosas. Una doctora en un seminario, experta en filología, comenzaba siempre su participación con la frase —Desde la literatura...— como para dar sentido a lo que diría después y para justificar que su rama es intachable e inexpugnable. Pero cuando se le presentaba una versión distinta, un punto de vista desde otras latitudes, agachaba la cabeza con cierto temor y enfado, y se quedaba callada.
     Olvidamos que estar de acuerdo con una explicación es hacernos sentir un tipo de satisfacción momentánea, una especie de medicamento para quitar el dolor pero no para curarnos. Entender es otra cosa, es encarnar lo que se comprende y hacerlo valer en uno mismo.
     Además, el entendimiento no es instantáneo, es doloroso y lento. Pero sobre todo no es para cualquiera, es para los valientes y testarudos, para los que ambicionan con miedo y respeto, al mismo tiempo que para los anarquistas y solitarios. Tuve un amigo en la carrera, un tipo que me seguía a todos lados y en varias ocasiones me copiaba lo que hacía. Era enojón, criticón y le importaba un bledo proyectar una imagen favorable en los demás. Vivía en ciudad Nezahualcóyotl, un municipio del Estado de México famoso por su agresividad, inseguridad y pobreza. Se justificaba para sí mismo —y cuando le convenía, para los demás—, que debía ser así por el entorno en que vivía, cuando en realidad era muestra de su inseguridad. Cansado de su despotez, le dije una vez que porqué no cambiaba —¿Para qué, si así soy? Si no les gusta es su problema— me contestó con un dejo de molestia.  Querer cambiar o darse cuenta que podemos cambiar es parte del entendimiento, de saberse de alguna manera moldeable por voluntad. Nadie es como es, sino como se hace a sí mismo y con los demás. El que tiene el carácter fuerte es más bien débil porque no sabe canalizar su energía ni su ego si no es en forma de imposición y agresión. El que se hace chistoso y amable es más bien inseguro, porque busca cómo quedar bien. El ninguneador es un egomaniático en potencia, porque hace del ninguneo una pirámide de jerarquías en donde él se encuentra en la cúspide. ¿Quiénes somos entonces en realidad?
     Ni el más grande coloquio, ni la conferencia magistral en un congreso, ni las palabras del sabio más sabio, nos harán comprender nada si no se sublima con la práctica. Y a veces ni así, porque los placebos son deliciosos bocados de comida chatarra, ricos momentos de satisfacción, pero carentes de nutrimento.
     Lo malo de "entender después" es que se pierde mucho tiempo. Y cuando estamos viejos, si hemos entendido algo, ya no tenemos la energía necesaria para resarcirlo.
     El espíritu maduro de decidir está en la acción, no en la comprensión. Este sería el mejor epítome de la explicación que, aunque no es razonable, es efectivo, siempre y cuando claro está, se encuentre plantado entre la asertividad y la pertinencia. A mis alumnos les repito cien veces lo que deben hacer para cumplir el propósito de un ejercicio, pero pocos lo acatan. La mayoría lo deja a la deriva de la explicación, no lo encarna para sí, no lo convierte en un reto personal, ni siquiera si les afecta en la calificación. Así somos como humanos para aprender: ojos ciegos, oídos sordos, cerebros huecos.
     Algunas aves arrojan al vacío a sus críos para que aprendan a volar "haciéndolo". Los predadores aprenden a cazar cazando, sin un pizarrón y receta de por medio. Los humanos queremos explicaciones, para hacer hasta lo imposible por ignorarlas o cuestionarlas.
     Si lo que se explica merece entonces hacerse para explicarse por sí mismo o para sí mismo, ¿qué es lo que no se puede explicar? Muchas cosas, casi todo. En el campo de lo humano o lo terrenal, lo inexplicable es el comportamiento, las reacciones, la estupidez. Fuera de lo humano, lo inexplicable es el universo mismo. Si las palabras son pensamientos verbalizados, una forma incipiente de explicarlos es hablar de ellos o escribirlos, con la conciencia de que la palabra no lo abarca todo. La claridad de la explicación será así, la transparencia entre lo que se explica y cómo se explica. Pero no todo en el mundo es explicable, porque es incomprensible, inalcanzable. La naturaleza del universo no tiene explicación. Tendrá teorización y breves rasgos de correspondencia entre lo inexplicable y lo corroborable. Entonces, si lo que es el mundo y el hombre es apenas un vistazo de ratificaciones de lo que es y lo que somos, la explicación no será requerida.
     La explicación de lo inexplicable es así, no explicar nada, y como este texto, las palabras no serán si no un intento fallido de completar el círculo racional de la explicación. 

lunes, 28 de octubre de 2024

El arco del triunfo, el silencio interno y el amor infinito

Detalle de las manos de los amantes de Teruel en el monumento funerario de Juan de Ávalos y Taborda.
En una clase de Abelardo, el diálogo académico se convierte en un reencuentro de unión asertiva y armónica con Eloisa, su alumna y su amante; y en una contraposición de criterios.

Abelardo.— El poder como símbolo de posición jerárquica y posesión material ha sido y será el último resquicio que el hombre deberá erradicar de su naturaleza animal. Desde la antigua Roma, la ambición por las medallas fue una forma de ensalzar lo impermanente; los romanos lo sabían, para eso existían los consejeros, pero el molde humano contiene en sí mismo un canon indeleble a su egolatría. El arco del triunfo fue así, por ejemplo, un emblema de logros, victorias y reconocimiento, pero también de imposición, ego y ambición. Querer algo, poseerlo y lucirlo a los demás es, además de reconocimiento, una forma salvaje de dominio y de manutención de autoridad: Entra al pueblo un carruaje seguido de 36 tríadas de caballos de tiro, cada una jalando su carro de guerra. Todo un evento con color, contraste, movimiento y osadía. Armaduras relucientes, plumajes coloridos, fíbulas rebosantes y decorados primorosos. Llega el tribuno con su legión militar. Su mérito es entrar a la ciudad después de una campaña usual de requisición.

Eloisa.— ¿Cómo debemos entonces, amor mío, celebrar nuestros méritos? ¿Sueno caprichosa preguntando eso?

Abelardo.— Querida, tu pregunta no es caprichosa, caprichosa es mi respuesta, que es otra pregunta:  ¿Debemos celebrar nuestros méritos?

Eloisa.— Si no es el dinero ni el estatus lo que importa, ni las batallas campales, ni las conquistas, debe ser entonces el conocimiento en sí mismo. Así, lo intangible tendría por honra de quien sabe y quien es prudente, lo que merecería reconocimiento.

Abelardo.— Aún con elementos intangibles la vara que nos mide sería la misma, corazón. Si te comparas con los demás por quién tiene más que tú, o si te sientes grande si ves que alguien no logra lo que tú, estarás de acuerdo con un consenso social, pero estarás haciendo a un lado lo que realmente importa de todo eso. Debemos perseguir sin descanso aquellos aludes estaturarios que la academia o la profesionalización nos demandan como pináculos de gloria, pero al mismo tiempo debemos reírnos de ellos, no tomarlos en serio. El deseo puro de saber conlleva el ser mejor siempre, en donde la priorización por lo que vale la pena es un aprendizaje que se define de manera constante e infinita, y que solo se puede domar con humildad y silencio con uno mismo. Este estado del ser, que no se doblega con la adulación, es el que templa el espíritu y es el que modula los acentos de socialización.
     El que se pone a la par de quienes se comparan con él será tan idiota que no hará sino medir sus espectativas con rangos de papel. Las pasiones no son malas, lo malo es enfocarlas en el ombligo, que no es otra cosa que la importancia personal en  una de sus facetas.
    Honra tus éxitos por un instante pero no te detengas a cacarearlos y anunciarlos demasiado. Enfoca tu atención en el espíritu, que no tiene rango, ni medida, ni valor humano alguno, y luego distingue de lo que te rodea el placer de saber sin prebendas. Entonces eliges con seguridad y prudencia, y sigues hasta donde la vida te dé, que puede ser en cualquier instante.

Eloisa.— Si para ser prudente y sabia tengo que cumplir con la perspectiva de silenciar mis vocaciones, triunfos y pasiones, o al menos modularlos o refrenarlos para darles un enfoque justo, más me valdría morir amor mío, pues además del saber o de creer merecer de los demás reconocimiento alguno, tendría que renunciar a ti por cuanto tú eres mi mayor vocación, triunfo y pasión. Entiendo tu postura, que es aplicable a la distancia de lo ajeno, pues en lo personal no tendría sentido para con lo irracional, que es el amor que te tengo y que atesoro tanto o más que cualquier título, conquista o consagración. No sé si eso conlleve algún tipo de egolatría, pues no ambiciono que nadie reconozca mi amor ni requiero un justificante para mi currículum. Solo sé que te siento con intensidad.
Abelardo.— (Con júbilo mostrado en el rostro, en los ojos enjugados y con voz temblorosa) Mataste mi teorema pero ensalzaste mi espíritu. No creo que el amor pueda amoldarse como cualquier otra pasión, pues lo que hace a las pasiones plena correspondencia con el ego es precisamente la anteposición del yo. Y no el yo puro que, libre de condiciones, se entrega porque sí, sino el yo ambicioso de poder.

Eloisa.— Perdóname mi amor, pero no puedo ser más que necia al hacer coincidir tus palabras con nuestra situación.  El amor es, además de una pasión, una conjunción exacta  de un ser con otro, en donde el yo no puede aislarse y no puede ser más ambicioso que lograr la correspondencia de quien se ama. El arco del triunfo en este caso es la consagración del uno por el otro. El único elemento ausente que mencionas en tu proposición, el silencio interior, no aplica aquí, porque sería la antítesis del amor. Yo celebro para mí y contigo que compartimos esto, ese es mi arco triunfal, mi medalla, mi columna dorada, mi felicidad exclusiva. No me puedo comparar con nadie porque nadie te tiene como yo. Honro el éxito de tenerte y no requiero más que tú me tengas por siempre y para siempre.

Abelardo y Eloisa se enlazan en un abrazo que intersecta sus cuerpos y entonces se cristalizan.