jueves, 7 de noviembre de 2024

La explicación de lo inexplicable

Viñeta del libro"Corrido de la Revolución" de Celedonio Serrano Martínez. 

Explicar es una tendencia, una inercia, no un entendimiento. Cuando nos decimos a nosotros mismos que algo es comprensible porque es explicable, no estamos haciendo más que dar por hecho que las palabras y los pensamientos son más que suficientes para comprender el mundo. Las personas que defienden a capa y espada que las palabras son el epítome explicativo del mundo hacen eso: se revuelven en sus propias aseveraciones, tratan de convencerse y hacer convencer a los demás que así es como deben ser las cosas. Una doctora en un seminario, experta en filología, comenzaba siempre su participación con la frase —Desde la literatura...— como para dar sentido a lo que diría después y para justificar que su rama es intachable e inexpugnable. Pero cuando se le presentaba una versión distinta, un punto de vista desde otras latitudes, agachaba la cabeza con cierto temor y enfado, y se quedaba callada.
     Olvidamos que estar de acuerdo con una explicación es hacernos sentir un tipo de satisfacción momentánea, una especie de medicamento para quitar el dolor pero no para curarnos. Entender es otra cosa, es encarnar lo que se comprende y hacerlo valer en uno mismo.
     Además, el entendimiento no es instantáneo, es doloroso y lento. Pero sobre todo no es para cualquiera, es para los valientes y testarudos, para los que ambicionan con miedo y respeto, al mismo tiempo que para los anarquistas y solitarios. Tuve un amigo en la carrera, un tipo que me seguía a todos lados y en varias ocasiones me copiaba lo que hacía. Era enojón, criticón y le importaba un bledo proyectar una imagen favorable en los demás. Vivía en ciudad Nezahualcóyotl, un municipio del Estado de México famoso por su agresividad, inseguridad y pobreza. Se justificaba para sí mismo —y cuando le convenía, para los demás—, que debía ser así por el entorno en que vivía, cuando en realidad era muestra de su inseguridad. Cansado de su despotez, le dije una vez que porqué no cambiaba —¿Para qué, si así soy? Si no les gusta es su problema— me contestó con un dejo de molestia.  Querer cambiar o darse cuenta que podemos cambiar es parte del entendimiento, de saberse de alguna manera moldeable por voluntad. Nadie es como es, sino como se hace a sí mismo y con los demás. El que tiene el carácter fuerte es más bien débil porque no sabe canalizar su energía ni su ego si no es en forma de imposición y agresión. El que se hace chistoso y amable es más bien inseguro, porque busca cómo quedar bien. El ninguneador es un egomaniático en potencia, porque hace del ninguneo una pirámide de jerarquías en donde él se encuentra en la cúspide. ¿Quiénes somos entonces en realidad?
     Ni el más grande coloquio, ni la conferencia magistral en un congreso, ni las palabras del sabio más sabio, nos harán comprender nada si no se sublima con la práctica. Y a veces ni así, porque los placebos son deliciosos bocados de comida chatarra, ricos momentos de satisfacción, pero carentes de nutrimento.
     Lo malo de "entender después" es que se pierde mucho tiempo. Y cuando estamos viejos, si hemos entendido algo, ya no tenemos la energía necesaria para resarcirlo.
     El espíritu maduro de decidir está en la acción, no en la comprensión. Este sería el mejor epítome de la explicación que, aunque no es razonable, es efectivo, siempre y cuando claro está, se encuentre plantado entre la asertividad y la pertinencia. A mis alumnos les repito cien veces lo que deben hacer para cumplir el propósito de un ejercicio, pero pocos lo acatan. La mayoría lo deja a la deriva de la explicación, no lo encarna para sí, no lo convierte en un reto personal, ni siquiera si les afecta en la calificación. Así somos como humanos para aprender: ojos ciegos, oídos sordos, cerebros huecos.
     Algunas aves arrojan al vacío a sus críos para que aprendan a volar "haciéndolo". Los predadores aprenden a cazar cazando, sin un pizarrón y receta de por medio. Los humanos queremos explicaciones, para hacer hasta lo imposible por ignorarlas o cuestionarlas.
     Si lo que se explica merece entonces hacerse para explicarse por sí mismo o para sí mismo, ¿qué es lo que no se puede explicar? Muchas cosas, casi todo. En el campo de lo humano o lo terrenal, lo inexplicable es el comportamiento, las reacciones, la estupidez. Fuera de lo humano, lo inexplicable es el universo mismo. Si las palabras son pensamientos verbalizados, una forma incipiente de explicarlos es hablar de ellos o escribirlos, con la conciencia de que la palabra no lo abarca todo. La claridad de la explicación será así, la transparencia entre lo que se explica y cómo se explica. Pero no todo en el mundo es explicable, porque es incomprensible, inalcanzable. La naturaleza del universo no tiene explicación. Tendrá teorización y breves rasgos de correspondencia entre lo inexplicable y lo corroborable. Entonces, si lo que es el mundo y el hombre es apenas un vistazo de ratificaciones de lo que es y lo que somos, la explicación no será requerida.
     La explicación de lo inexplicable es así, no explicar nada, y como este texto, las palabras no serán si no un intento fallido de completar el círculo racional de la explicación. 

lunes, 28 de octubre de 2024

El arco del triunfo, el silencio interno y el amor infinito

Detalle de las manos de los amantes de Teruel en el monumento funerario de Juan de Ávalos y Taborda.
En una clase de Abelardo, el diálogo académico se convierte en un reencuentro de unión asertiva y armónica con Eloisa, su alumna y su amante; y en una contraposición de criterios.

Abelardo.— El poder como símbolo de posición jerárquica y posesión material ha sido y será el último resquicio que el hombre deberá erradicar de su naturaleza animal. Desde la antigua Roma, la ambición por las medallas fue una forma de ensalzar lo impermanente; los romanos lo sabían, para eso existían los consejeros, pero el molde humano contiene en sí mismo un canon indeleble a su egolatría. El arco del triunfo fue así, por ejemplo, un emblema de logros, victorias y reconocimiento, pero también de imposición, ego y ambición. Querer algo, poseerlo y lucirlo a los demás es, además de reconocimiento, una forma salvaje de dominio y de manutención de autoridad: Entra al pueblo un carruaje seguido de 36 tríadas de caballos de tiro, cada una jalando su carro de guerra. Todo un evento con color, contraste, movimiento y osadía. Armaduras relucientes, plumajes coloridos, fíbulas rebosantes y decorados primorosos. Llega el tribuno con su legión militar. Su mérito es entrar a la ciudad después de una campaña usual de requisición.

Eloisa.— ¿Cómo debemos entonces, amor mío, celebrar nuestros méritos? ¿Sueno caprichosa preguntando eso?

Abelardo.— Querida, tu pregunta no es caprichosa, caprichosa es mi respuesta, que es otra pregunta:  ¿Debemos celebrar nuestros méritos?

Eloisa.— Si no es el dinero ni el estatus lo que importa, ni las batallas campales, ni las conquistas, debe ser entonces el conocimiento en sí mismo. Así, lo intangible tendría por honra de quien sabe y quien es prudente, lo que merecería reconocimiento.

Abelardo.— Aún con elementos intangibles la vara que nos mide sería la misma, corazón. Si te comparas con los demás por quién tiene más que tú, o si te sientes grande si ves que alguien no logra lo que tú, estarás de acuerdo con un consenso social, pero estarás haciendo a un lado lo que realmente importa de todo eso. Debemos perseguir sin descanso aquellos aludes estaturarios que la academia o la profesionalización nos demandan como pináculos de gloria, pero al mismo tiempo debemos reírnos de ellos, no tomarlos en serio. El deseo puro de saber conlleva el ser mejor siempre, en donde la priorización por lo que vale la pena es un aprendizaje que se define de manera constante e infinita, y que solo se puede domar con humildad y silencio con uno mismo. Este estado del ser, que no se doblega con la adulación, es el que templa el espíritu y es el que modula los acentos de socialización.
     El que se pone a la par de quienes se comparan con él será tan idiota que no hará sino medir sus espectativas con rangos de papel. Las pasiones no son malas, lo malo es enfocarlas en el ombligo, que no es otra cosa que la importancia personal en  una de sus facetas.
    Honra tus éxitos por un instante pero no te detengas a cacarearlos y anunciarlos demasiado. Enfoca tu atención en el espíritu, que no tiene rango, ni medida, ni valor humano alguno, y luego distingue de lo que te rodea el placer de saber sin prebendas. Entonces eliges con seguridad y prudencia, y sigues hasta donde la vida te dé, que puede ser en cualquier instante.

Eloisa.— Si para ser prudente y sabia tengo que cumplir con la perspectiva de silenciar mis vocaciones, triunfos y pasiones, o al menos modularlos o refrenarlos para darles un enfoque justo, más me valdría morir amor mío, pues además del saber o de creer merecer de los demás reconocimiento alguno, tendría que renunciar a ti por cuanto tú eres mi mayor vocación, triunfo y pasión. Entiendo tu postura, que es aplicable a la distancia de lo ajeno, pues en lo personal no tendría sentido para con lo irracional, que es el amor que te tengo y que atesoro tanto o más que cualquier título, conquista o consagración. No sé si eso conlleve algún tipo de egolatría, pues no ambiciono que nadie reconozca mi amor ni requiero un justificante para mi currículum. Solo sé que te siento con intensidad.
Abelardo.— (Con júbilo mostrado en el rostro, en los ojos enjugados y con voz temblorosa) Mataste mi teorema pero ensalzaste mi espíritu. No creo que el amor pueda amoldarse como cualquier otra pasión, pues lo que hace a las pasiones plena correspondencia con el ego es precisamente la anteposición del yo. Y no el yo puro que, libre de condiciones, se entrega porque sí, sino el yo ambicioso de poder.

Eloisa.— Perdóname mi amor, pero no puedo ser más que necia al hacer coincidir tus palabras con nuestra situación.  El amor es, además de una pasión, una conjunción exacta  de un ser con otro, en donde el yo no puede aislarse y no puede ser más ambicioso que lograr la correspondencia de quien se ama. El arco del triunfo en este caso es la consagración del uno por el otro. El único elemento ausente que mencionas en tu proposición, el silencio interior, no aplica aquí, porque sería la antítesis del amor. Yo celebro para mí y contigo que compartimos esto, ese es mi arco triunfal, mi medalla, mi columna dorada, mi felicidad exclusiva. No me puedo comparar con nadie porque nadie te tiene como yo. Honro el éxito de tenerte y no requiero más que tú me tengas por siempre y para siempre.

Abelardo y Eloisa se enlazan en un abrazo que intersecta sus cuerpos y entonces se cristalizan. 

lunes, 2 de septiembre de 2024

Libros publicados (como ilustrador, autor, capítulo de libros y artículos)

 

Portada, contraportada e ilustraciones interiores (grabados en linóleo)

Portada e ilustraciones interiores (grabados en linóleo)

Mapa interiores (grabado al buril en cobre)

Viñeta de portada (grabado en linóleo)


Portada e ilustraciones interiores (grabados al aguafuerte en zinc)

Ilustraciones interiores Grabados en linóleo

Ilustraciones de interiores (dibujos a lápices de color)

Ilustraciones de interiores (dibujos a lápices de color)



Capítulo de libro

Autor de libro

Ilustración de página (grabado al buril y aguafuerte en cobre)

Capítulo de libro

Capítulo de libro

Artículo en revista AAPAUNAM


Capítulo de libro


























Las imprentas de la ciudad de México en 1900. Proceso creativo

 Proceso creativo de un mapa sobre las imprentas de la Ciudad de México en 1900. Proyecto PAPIIT en colaboración con integrantes del Seminario Multidisciplinario de Estudios sobre la Prensa de la FES Acatlán UNAM

























Retratos Vivos. Exposición colectiva permanente

Exposición permanente "Retratos vivos" 453 retratos de ministros de la SCJN del alto tribunal, elaborados por 42 artistas mexicanos en 2006. Se editó también un catálogo impreso de dos volúmenes y se entregó una medalla de plata a cada pintor. Aquí 7 de mi autoría. La exposición está abierta al público en el edificio de la Suprema Corte, ciudad de México

La portada del catálogo en el tomo II

Los pintores del proyecto en la Sala principal de sesiones de la SCJN durante la inauguración en 2006



Con el presidente de la Suprema Corte Mariano Azuela

José Castelao, Mariano Azuela, Héctor Morales y Jorge Vallejo














viernes, 30 de agosto de 2024

Vamos al súper

 


Vamos al súper

Cada vez que me topo con gente que tiene una rencilla conmigo, siento un hálito de incomodidad que constriñe mi estabilidad, mi mente deja de ser racional y percibo un calor rancio, como un dolor, una quemazón fuera de mi cuerpo que me aturde, como un sonido, una vibración o una hinchazón que no me permite pensar ni actuar con soltura.
Carlos me dijo que es mi importancia personal, pues la rencilla de esa gente es la rencilla en mí mismo que se enrosca dentro de mí, como una cochinilla que se protege al primer contacto. Me dijo que lo que debo hacer en esos casos es no esconderme, confrontar a la gente si es inevitable el trato o el encuentro, y luego abreviar el tiempo con ellos para evitar el gasto energético, sin huir ni evadir el contacto, pero sí retirarse con elegancia.
Al hacerlo así el desgaste personal se suaviza como las hormigas cuando se topan con un obstáculo, que no luchan con él, lo evaden para salir avantes en su camino, sin pausas ni dudas.
     Apliqué el principio a la primera oportunidad, con una mujer del trabajo en la que deposité mucha confianza por años y luego me dio la espalda sin tapujos, sin disculpas ni explicación alguna. En vez de esperar su reacción me retiré con educación, pero arrastré un dejo de tener que quedar bien, de resolver algo pendiente. Carlos me dijo que no me preocupara, que ella sentía lo mismo o peor pues su orgullo era más grande que el mío, pero que no me olvidara en no depositar en ella ni una pizca de confianza ni comentarle nada personal. Que eso no significaba que fuera cortante ni callado, sino llevar la plática con frases comunes y responder con generalidades, sin dar detalles, y abstenerme de cuestionarme a mí mismo sobre lo que ella pensaba de mí, para así hacerla a un lado de mi mente y canalizar mis esfuerzos en otras cosas.
—Debes ver a la gente como cuando vas al súper y ves la mercancía que vas a comprar, como elementos que puedes seleccionar y otros que ignoras o rechazas. Con la práctica aprendes a ver a la gente como lo que realmente son, entes de carne y hueso que comparten contigo las mismas angustias, pero que ignoran que pueden elegir lo que quieran—.
     En las siguientes oportunidades intenté aplicar los consejos de Carlos pero parecía un trabajo que requería tiempo, pues los avances eran mínimos y pausados. Mi yo personal interfería en mi mente para decirme que podía hacerlo, pero en la práctica se me enredaban las patas. Carlos me dijo que el obstáculo era yo mismo, que no quería renunciar a mis costumbres de auto complacencia y que eso no se cambia con pausas o con intentos de error o acierto, que si mi decisión era firme podía hacerlo de una buena vez.    
     Regresé a la pelea y me apliqué. La mujer se sorprendió de mi actitud, al principio no supo qué decir pero en un instante me dijo que era grosero y agitó su dedo índice frente a mí como hacía siempre que no encontraba argumentos para debatir y recurría a los manoteos, a alzar la voz y a exigir un respeto merecido. Carlos me advirtió que tenía que ser muy educado para darle un toque elegante a mis acciones y a mis palabras. —Debes creer en lo que le dices y en lo que haces cuando estás con ella pero luego tirar todo por la borda. Igual que hace un actor profesional, que se prepara bien para el escenario pero que tiene su vida real fuera de él. Si no construyes una máscara cuando trates con ella, no tendrás un dique que contenga tus emociones después. Debes aplicarte con destreza y luego ignorar todo. Deja de preocuparte por lo que ella piense de tí y luego ríete de tí mismo, de otra manera vas a tener colgada la imagen de esa señora—. Cuando por fin logré hacer todo con precisión, lo demás fluyó solo y  dejó de importarme. Ella siguió odiándome y reclamando cosas que no eran mi culpa sino de ella, y abriendo chismes sobre mí con otras personas, pero yo ya no sentía nada, como si estuviera anestesiado.
     Al día siguiente me sentí extrañamente muy ágil y fuerte. Fui al súper, elegí un carrito y lo llené con lo elemental, sin prisas pero sin perder el tiempo. La cajera me preguntó si había encontrado lo que buscaba. Le dije que no buscaba nada, que había ido al súper a toparme con alguien que me preguntara algo especial. La chica sonrió y yo le devolví la sonrisa. 

miércoles, 21 de agosto de 2024

Definiciones de la línea en el campo de lo visual

 Definiciones de la línea en el campo de lo visual

- La línea no es consecuencia de una sucesión de puntos, sino la contracción de un plano en uno o varios de sus bordes.

- Es la trayectoria de los ojos a un punto en que se enfoca la mirada. 

- Es una estela de movimiento de los objetos.

- Es un punto visto en perspectiva.

- La línea no existe en la realidad visual y tangible. Es un concepto visual.

- Es el borde de todo y el cambio de una superficie a otra.

- Es la distancia específica entre dos objetos o dos puntos.

- El tamaño de una línea es su longitud. Su grosor no es su tamaño, sino su valor relativo como línea según el espacio o contexto en que se inscribe. 

- Un rectángulo es un segmento de línea vista de cerca.

- Ninguna línea tiene medida si no se suscribe por asociación o comparación con otra cosa.

- Es un haz de luz.

- La suma de líneas bajo un patrón de orden geométrico determinan un volumen o variables entre luz y sombra.

- Las únicas expresiones de la línea, según su dirección, pueden ser rectas o curvas.

- Un plano podrá ser una línea si se mira de perfil.

- Los bordes de una línea podrán ser regulares o irregulares según el material/instrumento/superficie con que se tracen o según la distancia en que se mire.

- Si una línea varía en sí misma su grosor, podrá indicar valores de fuerza, volumen o densidad.